El Custodio visita Siria: “Agradecido al Señor por los frailes"

El Custodio visita Siria: “Agradecido al Señor por el trabajo de los frailes, ahora apoyamos a la comunidad siria, cuna de la evangelización”

El Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, regresó el 12 de marzo de su viaje a Siria, donde pasó diez días visitando a los frailes y las comunidades afectadas por el violento terremoto del 6 de febrero, que sembró destrucción y muerte en una zona ya muy castigada por la guerra. Después de hacer una breve parada en las comunidades de Damasco, se detuvo principalmente en Alepo, el lugar más afectado y donde se concentra la mayor parte del trabajo de los franciscanos. Antes de regresar a Jerusalén, pasó algunos días en Latakia, en el Valle de Orontes.

Con este viaje, quería expresar mi cercanía a los frailes: cuando se trabaja en ese contexto peligroso, difícil y exigente, recibir la visita del propio ministro es un hecho que anima y reconforta. He manifestado a los frailes mi apoyo, mi reconocimiento pero, sobre todo, mi gratitud al Señor por su trabajo cotidiano en el que ponen en práctica lo que Jesús pide en el Evangelio y lo que San Francisco enseñó: vivir en fraternidad y ser “siervos y estar sujetos a toda humana criatura por Dios, al servicio de todos por amor a Dios”.

¿Cómo es la situación en las distintas comunidades que ha visitado?

He visto una realidad muy torturada, porque 12 años de guerra han destruido Siria. El terremoto ha dado el golpe de gracia: una parte de la ciudad de Alepo, por ejemplo, ya dañada por los bombardeos, ahora es un montón de escombros.  Aún peor es lo sucedido en las aldeas del Valle de Orontes, Knaye y Yacoubieh, donde todavía viven algunos cristianos y dos frailes. Son pueblos que no habían sufrido demasiados destrozos durante la guerra, pero el terremoto ha derrumbado las casas, ha deteriorado mucho la iglesia y el convento de Yacoubieh, y ha provocado graves daños también en el convento de Knaye. En estos sitios, la población ahora vive en tiendas de campaña.

Por el contrario, más allá de la destrucción, he podido constatar la gran labor de acogida que los frailes de la Custodia han llevado a cabo desde los primeros momentos de la emergencia. De hecho, desde los primeros días, el Terra Santa College de Alepo (la institución educativa gestionada por los franciscanos) abrió sus puertas y albergó hasta 6.000 personas. He podido observar una gran generosidad y atención dirigida no solo a los cristianos latinos (que son nuestros feligreses) sino también a los musulmanes.  El resultado de todo ello fue la ayuda mutua entre las distintas comunidades: la Media Luna Roja y las instituciones benéficas musulmanas nos donaron colchones para la noche y otros artículos de primera necesidad. Cuando se hace el bien de forma gratuita, generosa y sin distinciones, se pone en marcha un bien mayor.

En Alepo, poco a poco, se han reiniciado proyectos como “Un nombre y un futuro” y proyectos de alfabetización creados para ayudar a los niños huérfanos o abandonados de Alepo este y a las mujeres. Los edificios donde se imparten las clases están rodeados de la más absoluta devastación y en un aula de pocos metros cuadrados se hacinan 20 o 30 niños y mujeres que aprenden a leer y a escribir, aprenden a fabricar jabón o a coser y otros oficios que les capacitan para trabajar. La gente está feliz de haber retomado estas actividades.

¿Cuáles son en este momento los mayores retos a los que hay que enfrentarse?

Paradójicamente, el mayor reto no es de tipo material: vencer el miedo. Quien ha vivido la experiencia de un terremoto tan fuerte (recuerdo que fue casi de grado 8 en la escala Ritcher), al menor movimiento o sacudida vuelve a sentir miedo: por eso la gente, sobre todo en los primeros días, no quería volver a sus hogares y siempre regresaba al convento. Los frailes, durante este periodo, han realizado una impresionante labor de alivio y consuelo.  En Knaye y Yacoubieh, fray Luai iba diariamente a visitar a la gente para ver cómo se encontraban y tranquilizarlos.  En Alepo, junto con fray Bahjat, fray Samhar y fray Bassam, también nuestros jóvenes hermanos, fray Johnny y fray George, fray Maikel, fray George y fray Haroutioun, echaron una mano para consolar, reconfortar y animar a toda esta gente atemorizada. Fray Khokaz organizó el comedor para los desplazados, llegando a servir 4.000 comidas al día, que son muchísimas para unas instalaciones tan modestas.  Lo mismo hizo en Latakia fray Fadi junto con fray Graziano y fray Salem: todos trabajaron intensamente, no solo para proveer cosas materiales, sino también para apoyar psicológicamente a los refugiados.

Los nuevos desafíos que se plantean apuntan necesariamente al futuro: la principal necesidad será reparar y reconstruir los hogares. En Alepo, un grupo de ingenieros está trabajando para formar a los técnicos locales en la evaluación de la gravedad de los daños estructurales.  Después, habrá que pensar en los que a causa del terremoto han perdido no solo la casa, sino también sus negocios, sus talleres. Y apoyar la apertura de pequeñas actividades que produzcan ingresos, porque la gente no puede vivir de la caridad para siempre. Actualmente, uno de los mayores problemas en Siria es la inestabilidad de la moneda, que no permite ninguna inversión. Los ingresos de la gente son inexistentes: los salarios son el equivalente a 28 dólares estadounidenses al mes. ¿Cómo puede una persona pagar el alquiler y cubrir las necesidades de su familia e incluso, en caso de necesidad, pagar también medicinas? Ciertamente, nosotros no podemos resolver los problemas económicos de un país, pero al menos podemos ayudar a muchas personas a reiniciar su actividad productiva.

Por nuestra parte, debemos comprometernos a ayudar a los cristianos de Siria porque – no lo olvidemos nunca – son los cristianos de los que partió el Evangelio para llegar a gran parte del mundo. La comunidad de la que surgió la evangelización en tiempos de los Hechos de los Apóstoles es la comunidad de Antioquía (entonces capital de Siria): todos debemos sentirnos en deuda con esta iglesia que dio origen al primer gran impulso misionero hacia Europa y Asia.

Se acerca la Colecta del Viernes Santo (la colecta, que tradicionalmente se realiza el Viernes Santo, es la principal fuente para el sostenimiento de la vida que se desarrolla en torno a los Santos Lugares). ¿Qué le gustaría compartir con los cristianos de todo el mundo para invitarlos a donar?

El Viernes Santo es el día en que todos los cristianos del mundo son llamados a la solidaridad con la Tierra Santa. Para motivarse a ser solidario, cada cristiano debería ponerse frente a la imagen de Cristo crucificado, porque él es la imagen de Aquel que vino a entregarlo todo, incluso la propia vida. Lo que nosotros pedimos no es dar la vida, sino hacer una aportación que exprese cercanía y solidaridad con los cristianos de esta Tierra. Me gusta recordar lo que dijo San Pablo cuando organizó la primera colecta. Sus palabras son muy potentes y se encuentran en la segunda carta a los Corintios: “Cada uno dé como le dicte su corazón”. Si uno tiene el corazón pequeño, dará poco, si uno tiene el corazón grande, dará mucho. Y luego San Pablo añade que “Dios ama al que da con alegría”, por tanto, no a quien da a regañadientes.

Mi invitación es a ser generosos, pero a serlo con alegría, es decir, sintiendo que compartir es algo hermoso, es algo verdadero, que da alegría al corazón, porque permite experimentar que lo que hemos recibido, de alguna manera podemos devolverlo y darlo a nuestra vez.

Quiero agradecer a los cristianos de todo el mundo, porque gracias a ellos tenemos la posibilidad de continuar viviendo nuestra misión aquí en Tierra Santa. Gracias al gran corazón de los cristianos, que no se ha endurecido, sino que todavía es capaz de amar, un corazón capaz de ser generoso.