En el Calvario en la solemnidad de Nuestra Señora de los Siete Dolores | Custodia Terrae Sanctae

En el Calvario en la solemnidad de Nuestra Señora de los Siete Dolores

La estatua de la Virgen María traspasada por una espada domina el altar de la Dolorosa en el Calvario, que ahora se encuentra dentro de los muros del Santo Sepulcro en Jerusalén. Precisamente allí, según la tradición, se cumplió la profecía de Simeón a María: “a ti misma una espada te traspasará el alma” (Lc 2:34-35).  El viernes 26 de marzo los frailes de la Custodia de Tierra Santa celebraron en ese altar la solemnidad de la Virgen de los Siete Dolores, liturgia que precede al inicio de la Semana Santa. El vicario custodial, fray Dobromir Jasztal presidió la misa solemne de esta fiesta en la que se recuerdan los siete dolores que padeció la Virgen María: la profecía de Simeón sobre el Niño Jesús (Lc 2:34-35); la huida a Egipto de la Sagrada Familia (Mt 2, 13-21); la pérdida de Jesús durante tres días en el templo  (Lc 2: 41-51); el encuentro entre María y Jesús, en el Via Crucis (Lc, 23, 27-31); María contempla el sufrimiento y la muerte de Jesús en la Cruz (Jn, 19, 25-27); María recibe en sus brazos al hijo muerto bajado de la cruz (Mt, 27, 57-59); María abandona el cuerpo de su Hijo en el sepulcro (Jn 19, 40-42). 

“Este es el lugar donde todos pueden aprender a vivir y descubrir el sentido de la vida misma, muchas veces marcada por el dolor y el sufrimiento – dijo en su homilía fray Dobromir –. Las lecturas que hemos escuchado nos ofrecen una lección sobre el dolor, el sentido y la salvación realizada por Dios”. Según el vicario custodial, Jesús no alcanza la perfección a través de la purificación ritual, sino a través del dolor y el sufrimiento aceptados hasta el fin, experiencia compartida por María, la madre de Dios, que es la primera en unirse a su hijo en el dolor. “María tendrá que ser atravesada por la espada del dolor en su alma inmaculada, mostrando así que su papel en la historia de la salvación no se agota en el misterio de la encarnación sino que se completa en la participación amorosa y dolorosa en la muerte y resurrección de su hijo – continuó fray Dobromir [...]. La misión de María tampoco termina bajo la cruz: con el sufrimiento Dios fortalece su corazón y la convierte en refugio e inspiración para los apóstoles atemorizados, para los primeros cristianos en tiempos de persecución, para todas las generaciones de la Iglesia en marcha, en las pruebas de todas las épocas, y es un ejemplo también para todos nosotros que vivimos hoy en un mundo golpeado por el sufrimiento de la pandemia”.

La solemnidad de los Siete Dolores de María todavía se celebra hoy en Jerusalén el viernes antes del Domingo de Ramos, en la basílica del Santo Sepulcro en el monte Calvario. En otros lugares, por el contrario, después del Concilio Vaticano II, se decidió mantener solo una de las dos fechas dedicadas a Nuestra Señora de los Dolores: la del 15 de septiembre, en la que se recuerda a la beata María Virgo perdolens. Sin embargo, la fiesta de los Siete Dolores de María es más antigua: fue instituida por el papa Benedicto XIII el 22 de abril de 1727. La segunda, que se celebra en septiembre, entrará a formar parte del patrimonio de la liturgia latina tan solo en 1814 cuando el papa Pío VII extendió la celebración de los Siete Dolores de la Virgen a toda la Iglesia.

 

Beatrice Guarrera