Fray Carmelo Bolta Bañuls: mártir en Damasco, al servicio de Tierra Santa durante 29 años

Fray Carmelo Bolta Bañuls: mártir en Damasco, al servicio de Tierra Santa durante 29 años

Las biografías de los mártires de Damasco, que serán proclamados santos el 20 de octubre, siguen estudiándose en profundidad.

Era uno de los más mayores entre los que encontraron la muerte en el convento de San Pablo de Damasco debido al violento ataque contra los cristianos la noche del 9 al 10 de julio de 1860.

Fray Carmelo Bolta Bañuls tenía 58 años: párroco de los latinos, enseñaba árabe a los jóvenes misioneros y se encontraba en el convento cuando entraron los asaltantes drusos.

Junto con fray Manuel Ruiz López y los otros 9 mártires, será canonizado el próximo 20 de octubre en la plaza de San Pedro, casi un siglo después de su beatificación.

Los relatos del tío Isidoro

Carmelo Bolta Bañuls nació en un pequeño pueblo español, Real de Gandía (Valencia), el 29 de mayo de 1803.  Creció en una familia de sana tradición religiosa, desde muy joven se sintió fuertemente atraído por los relatos de su tío materno, el padre franciscano Isidoro Bañuls, que volvía de su misión en Tierra Santa.

«Las fuentes de que disponemos – subraya fray Ulises Zarza, vicepostulador y miembro, junto con fray Rodrigo Machado Soares y fray Narciso Klimas, del comité de preparación de las celebraciones para la canonización de los mártires – cuentan que fue por su tío por quien Pascual, como se llamaba antes de su profesión religiosa, supo de los santuarios de Jerusalén, Belén y Nazaret y de la forma solemne en que los frailes celebraban la Navidad y la Pascua en estos lugares».

De viaje hacia Tierra Santa, en 1831

Admitido al noviciado en el Real Convento de San Francisco de Valencia de los Menores Observantes, se hizo fraile menor y fue ordenado sacerdote en 1829: una vez obtenido el permiso de sus superiores para ir a las misiones de Tierra Santa, embarcó el 20 de julio de 1831, junto con el padre Manuel Ruiz, hacia Jaffa, a donde llegó el 3 de agosto de 1831.

«Sabemos que era un hombre culto, cordial y afable en sus maneras, pero de salud delicada – continúa fray Ulises –. Por eso tuvo que dimitir tras unos meses de su cargo como superior del hospicio de Jaffa, porque el clima era perjudicial para su salud». Durante su estancia en Tierra Santa, el padre Carmelo, que dominaba las lenguas orientales, se dedicó principalmente a enseñar a sus compañeros religiosos que se preparaban para el sacerdocio en Jerusalén.

Fue guardián en Damasco durante tres años (1843-1845) y posteriormente, de 1845 a 1851 fue párroco en Ein Karem, en San Giovanni in Montana. El mes de septiembre de 1851 regresó a Damasco como párroco y profesor de árabe de los jóvenes sacerdotes: en su cargo, a finales de los años cincuenta, estuvo acompañado por el padre Engelbert Kolland, también mártir.

La gracia del martirio

«En el caso del padre Carmelo tenemos un testigo visual de su martirio – explica fray Ulises –. Se trata de Naame Massabki, hijo de Mooti, uno de los tres mártires maronitas. Naame era un niño en el momento de los hechos, y se escondió en un rincón de la iglesia cuando los drusos irrumpieron en el convento».

«Él es quien nos cuenta los últimos instantes de la vida del religioso: brutalmente golpeado por sus verdugos, estos lo amenazaron de muerte si no abrazaba el islam. Las últimas palabras de Carmelo fueron: “Jamás, porque Jesucristo dice: No temáis a los que matan el cuerpo, sino a lo que puede matar el cuerpo y el alma y enviarlos al infierno”. Esto es algo que tienen en común el padre Carmelo y fray Manuel Ruiz con todos los demás mártires: porque en su historia hay un momento concreto en el que aceptan esa gracia, la gracia del martirio».

El culto al padre Carmelo en España

En la actualidad, Carmelo Bolta es titular de la cofradía de Real de Gandía que lleva su nombre, que anualmente celebra su fiesta pública. A él están dedicadas también la plaza de la iglesia parroquial de Real de Gandía y algunas instituciones civiles: su casa natal, las escuelas públicas de primaria y la Cooperativa Agrícola Valenciana.

Silvia Giuliano