Fray John: “Servir al Señor me hace sentir en paz” | Custodia Terrae Sanctae

Fray John: “Servir al Señor me hace sentir en paz”

Fray John Kwasi Bomah, el actual primer sacristán de la basílica de la Anunciación tiene 58 años y procede de Ghana.  Fray John es testigo de un franciscanismo vivo, a través de su vida y su servicio en Tierra Santa, que presta desde hace 30 años.

Vivió su infancia en Ghana pero se acercó al franciscanismo gracias a un amigo que entró en la orden franciscana. A partir de ahí, empieza su aventura en el camino tras los pasos de Jesús y San Francisco, que lo llevó a servir a la Iglesia en Tierra Santa.

 

¿Qué te impresionó del franciscanismo para convencerte de convertirlo en el camino de tu vida?

Mi historia comienza en 1972 en Ghana, cuando empecé a observar el trabajo de los franciscanos conventuales en mi tierra. Observándolos, ya empecé a pensar que podía ser algo en lo que podía encontrarme yo mismo.

Después de este  primer encuentro, empecé a leer las Fuentes Franciscanas y me sentí llamado por la historia de San Francisco, por su manera de dejar todo y vivir inspirado en el Santo Evangelio que le cambió la vida: como él, yo también lo quería.  Partimos dos, yo y fray Gabriel, que ahora vive en Chipre, y después de nosotros el obispo de mi diócesis de origen empezó a enviar todos los años a dos jóvenes para que conocieran mejor el franciscanismo que se vive en la Custodia. En este momento somos diez los que hemos seguido el camino franciscano.

Mi deseo era solo servir al Señor con sencillez, por eso mi segunda vocación fue la de servir en la orden como hermano laico.  Para mí fue una elección natural, nacida del servicio que ya había llevado a cabo en una casa en Ghana, donde vivían sacerdotes y el obispo, por eso sabía a lo que me iba a enfrentar.

 

¿Cuál ha sido tu recorrido?

Esperamos ocho meses para tener el visto bueno y el 4 de octubre de 1987 partimos hacia Roma donde el primer impacto fue en un convento con el refectorio lleno de frailes. Hice el aspirantado y el postulantado en Roma, en el colegio de Tierra Santa en Casalotti.

El noviciado fue en Egipto, en Alejandría, en 1988. Después de la profesión simple nos quedamos en el Cairo durante tres meses para luego trasladarnos a Belén en 1989. En 1992, tras la profesión, me enviaron a Ein Karem y después de tres años fui destinado al Santo Sepulcro donde he servido como sacristán durante 12 años. En 2007 fui destinado a Belén durante nueve años y desde 2016 estoy en Nazaret.

En mis tiempos, quien, como yo, no estaba destinado al sacerdocio, debía hacer tres años de formación diferente respecto al itinerario clásico de estudios de teología al que estaban destinados los futuros sacerdotes. Al final de estos tres años se empezaba el servicio concreto en las fraternidades.

 

¿Qué tipo de servicio has realizado?

Desde el principio fui asignado a la sacristía, pero mi servicio no está relacionado solo con las celebraciones litúrgicas, sino también con la acogida a los peregrinos, a quienes soy especialmente sensible.

Creo que es necesario prestar mucha atención a la acogida de los peregrinos. Cuando en el Santo Sepulcro o en Belén los peregrinos me pedían quedarse a pasar la noche, siempre notaba una gran emoción, siempre había alguno que se conmovía.  En concreto, en Belén vi a muchas personas llorar de emoción cuando se daban cuenta de que podían rezar y meditar en el lugar donde nació Jesús. Lamentablemente, también es normal que no podamos dedicarnos a todos los peregrinos con la misma intensidad, porque todos los días llegan muchos.  Sin embargo, creo que nuestro compromiso debe ser intentar dejar recuerdos positivos, porque los peregrinos vienen a recorrer los lugares que Jesús recorrió.

 

¿Tu servicio ha cambiado algo en tu oración personal? ¿Consigues rezar aún así?

¡Por supuesto! Muchas veces ni siquiera hace falta buscar un momento perfecto o parar de trabajar. Creo que basta con tener paz interior y se puede rezar en cualquier sitio y en cualquier situación.  A pesar de los diferentes ritmos que he vivido, sobre todo en el Sepulcro, he entendido lo necesario que es reservar tiempo para la oración y en esto ayuda la liturgia de las horas, porque apoya la oración personal y permite fijar algunos momentos dentro de la jornada para dedicarlos a la Palabra de Dios.

 

¿Y cuál es tu relación con Dios?

Con mi vida estoy experimentando que es cierto que quien sigue al Señor tiene más paz en su corazón. Servir al Señor me hace sentir en paz y estoy convencido de que este es mi sitio. Vivir en estos lugares me ha ayudado y me ayuda a crecer espiritualmente y a buscar constantemente la gracia y la voluntad del Señor. Por supuesto, la apertura del corazón es fundamental para mantenerse a la escucha, y puedo dar testimonio de ello sobre todo tras haber vivido los acontecimientos desagradables que han golpeado a esta tierra en los últimos 30 años, pero la gracia supera todo.

 

¿Hay algún hecho importante en tu vida que te haya afectado en estos años de servicio?

Sin duda me han impresionado mucho las historias de los peregrinos que llegan de todo el mundo y todos los días tienen lugar encuentros diferentes. Por ejemplo, cuando estaba en el Santo Sepulcro algunos me pedían el aceite de las lámparas y después, desde Japón a Ghana, varios me han contado verdaderos milagros que les habían sucedido después de recibirlo, dones obtenidos gracias a la constante oración.

 

¿Qué es para ti la Tierra Santa?
Para mí es el lugar bendecido por Jesús, donde Él nació, vivió y murió. Para mí es una gracia vivir aquí porque todo el recorrido de la vida de Jesús tuvo lugar aquí.  Yo nunca imaginé poder encontrarme aquí. Desde pequeño, los nombres de estas localidades ligados a la historia de Jesús me eran familiares, pero estar aquí es realmente una gracia especial.

 

¿Qué dirías a una persona que busca su camino?

A partir de mi experiencia, puedo decir que lo único que hay que hacer es rezar y el Señor abrirá la vía para entender qué dirección tomar.

Y, después de comprenderlo, hace falta comprometerse aún más y rezar cada vez más para hacer aquello a lo que ha sido llamado, con todo el corazón.

 

 

Giovanni Malaspina