Fray Mario, testigo del pasado de la Custodia | Custodia Terrae Sanctae

Fray Mario, testigo del pasado de la Custodia

Era una mañana de octubre de 1937 cuando fray Mario Tangorra partió por primera vez hacia Tierra Santa. Tenía trece años y ninguna certeza en el bolsillo, excepto el deseo de seguir a Dios, donde quiera que le llevase. Hoy, noventa y seis años después, el fraile franciscano representa un valioso testigo para recordar el pasado de la Custodia, a la que ha servido durante casi un siglo.  Desde las habitacionesde la enfermería del convento de San Salvador en Jerusalén, fray Mario repasa los cambios que ha atravesado su vida y la de los frailes de Tierra Santa.

La vocación por Tierra Santa
Todo comenzó con su vocación por convertirse en franciscano, que fray Mario sintió a los doce años, mientras se encontraba en su pueblo en el sur de Italia, Valenzano (Bari).  Quería entrar en el convento de la provincia franciscana local, pero su numerosa familia no podía permitírselo. Entonces, fue decisivo en su vida un fraile misionero en Tierra Santa, fray BonaventuraCacucci, que viajaba por el país contando el trabajo de los franciscanos en la tierra de Jesús. El fraile explicó que la Custodia aceptaría al joven para su formación, sin necesidad de ninguna contribución económica.
“Mi madre sabía bien que no volvería a casa durante al menos diez años – cuenta fray Mario –. Y sin embargo, quiso que me marchara.  Le escribía cartas dos o tres veces al año, pero solo me dieron permiso para volver a mi país quince años después.  Cuando bajé del tren vi a una chica que no conocía: era una hermana que no había visto crecer”.

La formación yla reclusión en Emaús.
¿Cómo era la formación de los jóvenes aspirantes en la Custodia de Tierra Santa hace más de ochenta años?  Fray Mario explica que los futuros frailes de Tierra Santa se formaban en Emaús El-Qubeibeh, donde estaba el seminario internacional.  Todavía hoy en las paredes del convento hay fotos antiguas que atestiguan el pasado. Los jóvenes que llegaban de todas partes del mundo, estudiaban todas las asignaturas de la escuela superior y también el idioma local, el árabe. Se hacía vida común, vida de oración, vida de estudio.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, un hecho inesperado conmocionó la vida de los frailes.  La región estaba bajo el protectorado de los ingleses y, por ello, los italianos del lugar (que pertenecían a una nación enemiga en guerra) fueron considerados enemigos y, en consecuencia, recluidos.  Había más de cien frailes italianos en esa época y todos fueron a Emaús, donde los ingleses decidieron encerrarlos y donde permanecieron de junio de 1940 a 1943.«No podíamos ir donde quisiéramos y dos veces al día los ingleses nos reunían delante de la iglesia para pasar lista – continúa fray Mario –. No faltaba comida, pero no había libertad de movimiento. Yo todavía era un niño y hacía vida de colegio pero aquellos que antes trabajaban en las escuelas o en las parroquias vivieron este momento con más dificultades».
En los santuarios se quedaron los frailes de otras nacionalidades, procedentes de países que no habían declarado la guerra a Inglaterra. Solo después del armisticio, los ingleses concedieron más libertad de movimiento, aunque limitada.

Una vida al servicio de la Tierra Santa
Fray Mario recuerda las dificultades, también durante otros conflictos posteriores. «Durante la guerra árabe-israelí, decidieron trasladarnos a los estudiantes durante unos meses a Jericó, por motivos de seguridad – cuenta el fraile.  Así que partimos a pie desde Jerusalén llevando tan solo un poco de ropa y algún libro».
Después del noviciado en Belén y la ordenación en Jerusalén, fray Mario sostiene que «se arriesgó al martirio por defender los derechos de los católicos en el Santo Sepulcro».  Fueron las palabras que usó con él el Custodio de Tierra Santa de ese momento, cuando le dijo que tendría que cantar su primera misa ante la tumba vacía del Sepulcro, incluso a riesgo de sobrepasar por algunos minutos el tiempo establecido por el Status Quo para los católicos.  Después se alcanzó un acuerdo entre las Iglesias, pero fray Mario no olvida los sentimientos en aquellas horas difíciles.

Fray Mario prestó servicio a la Custodia de Tierra Santa en Milán, donde se abrió el Centro de Propaganda y Prensa, de cuya herencia nació Ediciones Tierra Santa.  Desde allí, fue enviado a trabajar en la oficina de peregrinaciones de la delegación de Tierra Santa en Roma, con la tarea de acompañar a grupos entre Italia y Tierra Santa. «Después, estuve ocho años en Nazaret dirigiendo la Casa Nova, hasta que me mandaron como comisario de Tierra Santa en Palermo – sigue contando –. Después de cuatro años volví a Roma, y actualmente me encuentro en Jerusalén», concluye fray Mario.

El amor por la Custodia
«Me gustaría decir a los jóvenes de hoy que amen a la Custodia, no solo por las excursiones bíblicas que se pueden hacer – afirma el fraile –. Querría decirles que vivan con todas las dificultades lo que sea necesario para la Custodia».  A través del amor por la Custodia, de hecho, llega la aceptación de los cambios, como le ocurrió a él: «yo pasé de Roma a Nazaret y a Palermo, y no fue fácil. Si no hubiera amado la Custodia, no hubiera estado dispuesto a trasladarme. Hoy todo es distinto, el mundo es diferente, pero si se tiene verdadera vocación se puede soportar todo».

Beatrice Guarrera