Jueves Santo: la “Pasión de Cristo como cumplimiento del amor” | Custodia Terrae Sanctae

Jueves Santo: la “Pasión de Cristo como cumplimiento del amor”

La Iglesia de Jerusalén entró en el Triduo Pascual con la Misa en Coena Domini y la Misa Crismal en el Santo Sepulcro. La celebración con la que se conmemora la institución de la Eucaristía, el sacerdocio ministerial y el amor con que Cristo amó a sus discípulos, hasta lavarles los pies, fue solo la primera de las liturgias que, de la mañana a la noche, jalonaron el Jueves Santo en Jerusalén, donde los hechos narrados por el Evangelio tuvieron lugar hace dos mil años.

Según lo previsto en la liturgia del día en el Santo Sepulcro, presidida por monseñor Pierbattista Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén, se bendijeron los oleos sagrados para los enfermos, catecúmenos y sacerdotes. Durante esta celebración, además, todos los años los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales, una renovación que no se realiza en privado, sino públicamente.  Esto, según afirmó el Patriarca en su homilía, es una “invitación al pueblo de Dios a rezar por el obispo y por los sacerdotes”, que con frecuencia creen “que son los salvadores y se olvidan de ser salvados”.

Durante la liturgia de la misa de la Cena del Señor se proclama el Evangelio del lavatorio de pies de Jesús a los apóstoles. “Esta acción de Jesús es el verdadero significado de lo que es la Eucaristía, es decir, el sacramento del servicio amoroso, en obediencia al Padre, hasta la muerte en la cruz – dijo monseñor Pizzaballa –. También nosotros, a veces, como los discípulos y como Pedro, parece que rechazamos la gracia de Dios, no aceptamos dejarnos lavar los pies por Jesús. Pero de algo podemos estar seguros: Jesús sigue arriesgándose al elegirnos, precisamente a los hombres pecadores, a veces impermeables a la gracia que fluye entre nuestras manos”.

El gesto simbólico del lavatorio de los pies se repitió también este Jueves Santo, cuando el Patriarca Latino monseñor Pierbattista Pizzaballa lavó los pies a seis seminaristas del Patriarcado Latino de Jerusalén y a seis frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. El canto del Tantum Ergo acompañó luego la solemne procesión eucarística que dio tres vueltas alrededor del Edículo del Santo Sepulcro, al final de la celebración.

El episodio evangélico de la última cena y del lavatorio de los pies se sitúa tradicionalmente en la sala del Cenáculo, en el Monte Sion en Jerusalén, lugar al que acuden la tarde del Jueves Santo los frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa.

Según el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, el sentido de este día se podría resumir en la frase con la que el evangelista Juan introduce la narración del lavatorio: “Personalmente, la traduciría: Jesús, después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó llevando el amor a su término” [...]. La hora de la Pasión de Jesús es la hora en que Jesús lleva a término el amor que da el Espíritu: este es el motivo por el que el Verbo se hizo carne”. Pero, ¿qué significa llevar a término el amor? Fray Francesco Patton explicó: “En el Cenáculo, Jesús nos lo enseña a través de sus gestos y sus palabras: en la cruz nos lo mostrará con su manera única de morir; dándonos una madre, dando su vida hasta la última gota de agua y sangre. En el Cenáculo, Jesús nos lo enseña poniendo en nuestras manos su cuerpo y su sangre”.

El padre Custodio reflexionó también sobre el gesto del lavatorio de los pies y sobre el don de la Eucaristía: “Si el mandamiento del amor de Jesús fuera solo un imperativo moral, nos resultaría imposible. En realidad, en el Cenáculo Jesús nos hace entender por qué este amor tan pleno es posible incluso para personas frágiles como nosotros.  En el Cenáculo nos entrega su cuerpo y su sangre para poder seguir vivo en nosotros y hacernos también capaces de amar hasta hacer de nuestra vida un don”.

En la sala donde Jesús lavó los pies a sus discípulos, el Custodio de Tierra Santa repitió este gesto de amor, lavando los pies a doce frailes, siguiendo la tradición.

Desde el Cenáculo, los franciscanos se trasladaron a la iglesia de Santiago de los armenios y a la iglesia de los Santos Arcángeles, donde los frailes fueron acogidos durante siete años, tras ser expulsados en 1551 del convento del Cenáculo, en el que vivían.  “Este es un lugar muy importante, es un lugar de gratitud hacia la comunidad y la Iglesia armenia”, dijo fray Francesco Patton antes de encaminarse a la iglesia sirio-ortodoxa de San Marcos. La iglesia, conocida por haber sido construida sobre la casa de María, madre del evangelista Marcos, es el lugar de la última cena de Jesucristo para la tradición siria.

Finalmente, la tarde del Jueves Santo, se celebra en Jerusalén la oración de la Hora Santa de Jesús en Getsemaní. Durante la liturgia, presidida por el Custodio de Tierra Santa, se medita sobre tres momentos: la predicción de Cristo de la negación de Pedro y la huida de los discípulos, la agonía de Cristo en el huerto y finalmente su arresto. A propósito del hecho de que estamos viviendo la segunda Pascua en tiempo de pandemia, el Custodio dijo: “Como Jesús la noche del Jueves Santo, sentimos la angustia que oprime el corazón de toda la humanidad. Oremos por los que viven la hora de la agonía, para que sigan confiando en el Padre y entregándose totalmente en sus manos como Jesús y junto a Jesús”.

La reflexión y la oración fueron también el centro de la procesión que, una vez terminada la celebración, partió de Getsemaní para llegar a la iglesia de San Pedro en Gallicantu, en la que se recuerda el arresto de Jesús y la traición de Pedro. Tras los cantos a lo largo del camino, en la meditación sobre la negación de Jesús que continúa cada día, el silencio envolvió a la multitud y los jardines de San Pedro en Gallicantu.

 

Beatrice Guarrera