La capilla de Santa Elena se ha revestido con sus adornos más bellos. Su habitual austeridad ha cedido el paso a los ornamentos rojos y dorados. Hoy, la cavidad más profunda de la cantera de piedra que era el Santo Sepulcro en la época de Jesús, se ha sumergido en el tiempo.
La cruz, la verdadera cruz, se celebra hoy allí donde fue colocada tras la crucifixión, a los pies del calvario. Allí donde, según la tradición, fue encontrada por santa Elena en el siglo IV. Hoy, este lugar en lo más profundo de la basílica, nos eleva al cielo. Hoy es la fiesta de la Invención de la Cruz en la capilla que lleva su mismo nombre.
Esta fiesta, celebrada el 7 de mayo, no existe ya en el calendario litúrgico fuera de Jerusalén (y de los breviarios monásticos), pero es una solemnidad mayor en el Santo Sepulcro de Jerusalén. Una solemnidad que comienza con las primeras vísperas, que se celebran en la capilla de la Invención, interrumpiendo el ritmo de la procesión cotidiana, que se integra en ella. La fiesta se vuelve todavía más solemne a medianoche, cuando las puertas del Santo Sepulcro se abren ante el cortejo de los franciscanos que vienen para celebrar el oficio de lecturas a las 00.30 horas. Al día siguiente se celebra el rezo de laudes, integrado en la eucaristía.
El punto culminante es, sin duda, la procesión desde la capilla de la Invención hasta la tumba vacía. Los tres giros en torno al edículo preceden la triple bendición: ante la tumba, en la capilla de la Aparición de Jesús a María Magdalena, y después en la del Santísimo Sacramento o capilla de la Aparición de Jesús a su madre.
Fray Dobromir Jazstal, vicario custodial, ha presidido las ceremonias. «La cruz es paso obligado hacia la gloria de la resurrección. Aquel que, con el bautismo, ha sido marcado con el signo de la cruz, mira a la cruz y, en su corazón, reconoce a quien ha sido elevado sobre la cruz. Pero eso no basta, es necesario que el misterio de la cruz se convierta en el criterio de nuestras vidas. Sin ella, nuestra fe se vuelve estéril e ilusoria. La cruz eleva al hombre y su vida si todos sus actos están guiados por la lógica de la cruz. Tened los mismos sentimientos de Jesús. Es necesario saber perder para vencer, como hizo Cristo. El aparente fracaso de la cruz se ha convertido en la victoria del amor. Que la cruz que hoy adoramos y veneramos sea también para nosotros el signo de nuestra salvación».
Estas palabras del vicario custodial han atravesado el silencio de una asamblea conmovida.
Durante la procesión, la asamblea ha crecido en número, atraída por este último signo de la salvación. María, peregrina ciega, lloraba. «De alegría –dice-, porque por su muerte en esta cruz, nos ha conseguido la salvación».
La cruz, la verdadera cruz, se celebra hoy allí donde fue colocada tras la crucifixión, a los pies del calvario. Allí donde, según la tradición, fue encontrada por santa Elena en el siglo IV. Hoy, este lugar en lo más profundo de la basílica, nos eleva al cielo. Hoy es la fiesta de la Invención de la Cruz en la capilla que lleva su mismo nombre.
Esta fiesta, celebrada el 7 de mayo, no existe ya en el calendario litúrgico fuera de Jerusalén (y de los breviarios monásticos), pero es una solemnidad mayor en el Santo Sepulcro de Jerusalén. Una solemnidad que comienza con las primeras vísperas, que se celebran en la capilla de la Invención, interrumpiendo el ritmo de la procesión cotidiana, que se integra en ella. La fiesta se vuelve todavía más solemne a medianoche, cuando las puertas del Santo Sepulcro se abren ante el cortejo de los franciscanos que vienen para celebrar el oficio de lecturas a las 00.30 horas. Al día siguiente se celebra el rezo de laudes, integrado en la eucaristía.
El punto culminante es, sin duda, la procesión desde la capilla de la Invención hasta la tumba vacía. Los tres giros en torno al edículo preceden la triple bendición: ante la tumba, en la capilla de la Aparición de Jesús a María Magdalena, y después en la del Santísimo Sacramento o capilla de la Aparición de Jesús a su madre.
Fray Dobromir Jazstal, vicario custodial, ha presidido las ceremonias. «La cruz es paso obligado hacia la gloria de la resurrección. Aquel que, con el bautismo, ha sido marcado con el signo de la cruz, mira a la cruz y, en su corazón, reconoce a quien ha sido elevado sobre la cruz. Pero eso no basta, es necesario que el misterio de la cruz se convierta en el criterio de nuestras vidas. Sin ella, nuestra fe se vuelve estéril e ilusoria. La cruz eleva al hombre y su vida si todos sus actos están guiados por la lógica de la cruz. Tened los mismos sentimientos de Jesús. Es necesario saber perder para vencer, como hizo Cristo. El aparente fracaso de la cruz se ha convertido en la victoria del amor. Que la cruz que hoy adoramos y veneramos sea también para nosotros el signo de nuestra salvación».
Estas palabras del vicario custodial han atravesado el silencio de una asamblea conmovida.
Durante la procesión, la asamblea ha crecido en número, atraída por este último signo de la salvación. María, peregrina ciega, lloraba. «De alegría –dice-, porque por su muerte en esta cruz, nos ha conseguido la salvación».