La iglesia de Jerusalén unida en la Misa Crismal | Custodia Terrae Sanctae

La iglesia de Jerusalén unida en la Misa Crismal

El jueves 18 de junio la Iglesia de Jerusalén celebró la Misa Crismal en la basílica de la Agonía,  o iglesia de Todas las Naciones, situada al pie del Monte de los Olivos, en el jardín que la tradición reconoce como Getsemaní.

Celebrada habitualmente el Jueves Santo y pospuesta debido a la pandemia global, la liturgia tuvo tres momentos principales: la bendición de los oleos y la renovación de las promesas sacerdotales, así como la celebración de los jubileos de la vida sacerdotal.  “Estos oleos se utilizarán durante todo el año, para toda la diócesis; cada vez que se usan los oleos, el ministerio del obispo que los ha consagrado está presente simbólicamente”. Así introducía la celebración el padre Ibrahim Shomali, canciller del Patriarcado Latino de Jerusalén y vicedirector de la oficina pastoral. “La Misa Crismal nos recuerda nuestra unidad en Cristo a través del Bautismo: este es también un momento fundamental en el que se manifiesta y se renueva la unidad del obispo con la comunidad sacerdotal”.

Presidió la celebración el administrador apostólico del Patriarcado Latino, monseñor Pierbattista Pizzaballa, y asistieron también el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, el nuncio apostólico en Israel y Chipre y delegado apostólico en Jerusalén y Palestina, y monseñor Leopoldo Girelli, monseñor Kamal Bathis y monseñor Giacinto Boulos Marcuzzo, obispos auxiliares de Jerusalén, que concelebraron la eucaristía. El obispo presentó su comentario al Evangelio hablando del momento que estamos viviendo. “El difícil periodo que hemos vivido, por la pandemia y por sus consecuencias, debe convertirse también en una invitación a repensarnos de una manera distinta, a ocupar un nuevo lugar en el mundo… pero también antiguo: el lugar que Jesús ocupa en la sinagoga de Nazaret. ¿Qué anunció Jesús en aquel momento? La profecía mesiánica, la liberación, la posibilidad del consuelo” (Cf. Lc 4,18).  En su homilía, monseñor Pizzaballa se centró en la vida y el testimonio concreto y la experiencia de fe de los religiosos, y de todos los cristianos.  “Finalmente, permitidme soñar y orar con vosotros por una Iglesia verdaderamente profética, profundamente sacerdotal, auténticamente regia”, concluyó.  “Profética, porque está libre de las lógicas humanas del poder y, por ello, es capaz de dar consuelo, visión y ánimo. Sacerdotal, porque es capaz de estar entre los hombres y Dios, de interceder ante Dios por el bien del mundo, de llevar a Dios y ofrecerle la propia vida por amor al mundo. Regia, porque es capaz de ser testigo del señorío de Dios sobre el mundo, señorío de amor, de don, de libertad y gratuidad”.

Tras la homilía, tres diáconos franciscanos ofrecieron los oleos que fueron bendecidos y consagrados, siguiendo la liturgia, con su propia fórmula, en latín. A la bendición siguió la renovación de las promesas sacerdotales por parte de los sacerdotes concelebrantes.

 

 

Giovanni Malaspina