Misa in Coena Domini y Misa Crismal en el Santo Sepulcro

Misa in Coena Domini y Misa Crismal en el Santo Sepulcro

El jueves 6 de abril, en la basílica del Santo Sepulcro, el Patriarca Latino de Jerusalén, S.B. monseñor Pierbattista Pizzaballa inauguró las liturgias solemnes del Triduo Pascual con la celebración de la misa in Coena Domini.

La de la mañana es tan solo la primera de las ceremonias que, hasta la noche, marcan el Jueves Santo en Jerusalén, donde hace dos mil años tuvieron lugar los hechos narrados por los evangelios.

En esta celebración, que según las normas del Status Quo se adelanta a la mañana, se recuerda en primer lugar la institución de la Eucaristía, del sacerdocio ministerial y el lavatorio de los pies, gesto con el que Jesús indica a sus discípulos la total generosidad de entregarse uno mismo. Repitiendo el gesto de Jesús, Pizzaballa lavó los pies a seis seminaristas del Patriarcado Latino y a seis frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa.

La solemnidad y la importancia de la fiesta es motivo de gran asistencia por parte de los presbíteros, que durante la celebración renuevan las promesas sacerdotales, una renovación que no se realiza en el ámbito privado, sino de manera pública: en la basílica se hallaban presentes más de 200 sacerdotes de todas las nacionalidades, así como numerosos peregrinos y fieles de todas partes del mundo.

Además, según lo previsto en la liturgia del día en el Santo Sepulcro, también se celebró la Misa Crismal, durante la que se bendijeron los óleos sagrados que se utilizarán a lo largo del año por los enfermos, catecúmenos y sacerdotes.

En su intensa homilía el Patriarca quiso centrar la reflexión, dirigida sobre todo a los sacerdotes presentes, en el versículo del evangelio de Juan: se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido” (Jn 13,4).

«Aparecen siete verbos: los verbos del amor verdadero, son los verbos de la Pascua que sirven a Cristo para recrear al hombre, sacándolo de su noche y de su pecado. Levantarse, sin quedarse sentados en la resignación y paralizados por el desánimo, y quitarse las vestiduras del propio orgullo y del beneficio individual. “Ceñirse” de la vida del otro, asumiéndola como propia. Y verter (echar) la propia vida recogiéndola con las propias manos, sin malgastarla en recriminaciones y nostalgias estériles, intentando centrarse solamente en Cristo y en el Evangelio. Lavar los pies de nuestros hermanos, aceptando sus limitaciones y sin retroceder ante las dificultades de las relaciones, dificultades que aquí, en Tierra Santa y en Jerusalén, conocemos bien, y luego “secarlos”: secar no solo los pies, sino también las lágrimas, rehabilitar, fortaleciendo las debilidades sin dejar a nadie atrás».

El amor verdadero – continuó el Patriarca – es «el que viene de Dios y conduce a Dios, el que tiene su esencia en la entrega de uno mismo hasta el final, tiene el poder de transformar las tinieblas en luz, la traición en perdón, el abandono en retorno, y la muerte en vida nueva».

La liturgia concluyó con la procesión solemne para la reposición del Santísimo Sacramento: tres vueltas alrededor del Edículo (en la tercera vuelta se incluye también la Piedra de la Unción, pasando delante del Calvario) antes de entrar en la tumba vacía, donde el Santísimo Sacramento fue depositado en el tabernáculo, colocado sobre el sepulcro del Señor. Aquí, los frailes de la Custodia y algunos fieles aseguran, en nombre de toda la Iglesia, la adoración del Santísimo Sacramento durante todo el día y toda la noche, velando con Jesús en la hora del Getsemaní.

Por la tarde, la liturgia continúa en la sala del Cenáculo, en el Monte Sion en Jerusalén, con el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, y los frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa y, finalmente, por la noche se celebra la Hora Santa de Jesús en Getsemaní, durante la cual se medita sobre tres momentos: la predicción de Cristo de la negación de Pedro y la huida de los discípulos, la agonía de Cristo en el huerto y finalmente su prendimiento.

Silvia Giuliano