Viernes Santo en Jerusalén: en el Calvario se contempla el misterio de la Cruz

Viernes Santo en Jerusalén: en el Calvario se contempla el misterio de la Cruz

El viernes 7 de abril, el Calvario se convirtió en el centro del mundo: en el lugar de la crucifixión de Jesús, la Iglesia de Jerusalén conmemoró el último acto de su Pasión, en la montaña de roca ahora integrada dentro de la basílica del Santo Sepulcro.

El Patriarca Latino de Jerusalén, S.B. monseñor Pierbattista Pizzaballa, presidió la celebración de la “Pasión del Señor”, guiando a los fieles en la oración e invitando a los religiosos, peregrinos y cristianos locales a la contemplación del madero de la Cruz de Cristo, para entrar más íntimamente en el misterio de su Pasión.

El lugar del Calvario se tiñó de rojo, el color litúrgico vestido por los numerosos presbíteros y ministros presentes, color que recuerda la sangre derramada por Jesús en la cruz: en el altar de los latinos se colocó, al comienzo de la celebración, la reliquia de la Santa Cruz.

La liturgia del Viernes Santo se desarrolló en tres momentos: la liturgia de la Palabra, la adoración de la Cruz y la comunión eucarística. Las lecturas precedieron al canto del pasaje de la Pasión según Juan (Jn 18,1 - 19,42), alternado entre tres cantores franciscanos y el coro de la Custodia de Tierra Santa, reforzado por la presencia del “Coro Santa Ángela” de Budapest. El silencio acompañó y siguió a uno de los momentos más solemnes de la celebración, cuando un cantor proclamó el versículo de la muerte de Jesús ante el altar griego, situado sobre la roca del Calvario.

En la segunda parte de la celebración, se presentó la Santa Cruz para la veneración de los fieles presentes, con un rito que se remonta al siglo IV.

Finamente, los diáconos se dirigieron al Edículo del Santo Sepulcro – convertido en tabernáculo el Jueves Santo – para recoger los copones con las hostias consagradas y llevarlos en procesión al Gólgota. Después de la oración del Padrenuestro, se distribuyó la eucaristía a los fieles que, mediante la comunión del Cuerpo del Señor, se alimentaron del misterio de la Cruz.

Al final de la celebración en el Santo Sepulcro, los frailes franciscanos se reunieron para realizar el tradicional Vía Crucis, encabezados por el padre Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton. El Vía Crucis de Jerusalén, momento devocional profundamente sentido y vivido por muchos fieles, recorre las etapas de la pasión y muerte de Jesucristo, desde su sentencia a muerte hasta su sepultura: parte del convento franciscano de la Flagelación a lo largo de la Vía Dolorosa, para concluir en la Anástasis, delante del Edículo del Santo Sepulcro. Durante el recorrido, las calles de la ciudad vieja vieron el largo desfile de peregrinos cristianos cruzarse con los fieles musulmanes que recorrían la misma calle hacia la mezquita de Al-Aqsa, para su oración ritual del viernes en este periodo del Ramadán.

Por la tarde, de nuevo en el interior de la basílica, tuvo lugar la “procesión funeraria”: se trata de un auténtico funeral por Jesús muerto en la cruz, según una antigua costumbre que data del siglo XV. La liturgia fue presidida por el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, mientras que el secretario de Tierra Santa, fray Alberto Joan Pari, se encargó de llevar el crucifijo en el que estaba clavado Jesús. En el Calvario, dos diáconos retiraron la corona de espinas de la cabeza de Jesús y los clavos incrustados en sus pies y manos.  Después, Cristo muerto, tendido sobre una sábana, fue llevado hasta la Piedra de la Unción. Allí, el Custodio de Tierra Santa realizó los ritos de sepultura descritos en los evangelios, ungiendo el cuerpo de Jesús, como hicieron José de Arimatea y Nicodemo, utilizando el óleo y los perfumes bendecidos en Betania el Lunes Santo.

En el recogimiento y el silencio de la basílica, concluyó así el Viernes Santo, a la espera de la gran Vigilia de la Pascua de Resurrección que, por exigencias derivadas del Status Quo, se celebrará el sábado por la mañana.

Silvia Giuliano