Betania | Custodia Terrae Sanctae

Betania

A lo largo de la carretera que va de Jerusalén a Jericó, detrás del Monte de los Olivos, se encuentra el pueblo árabe de al-Azarìya, la Betania de la que habla el Evangelio (del hebreo Bet ‘Ananya, que significa casa de Ananías).  En tiempos de Jesús, como en la actualidad, Betania era un suburbio de Jerusalén, un centro pequeño justo en el borde del desierto de Judea, donde vivían algunos de sus amigos más íntimos: Marta y María con su hermano Lázaro. Hoy el camino desde Jerusalén está interrumpido por el muro de separación, por lo que es obligatorio seguir una ruta mucho más larga.

En tiempos bíblicos, Betania estaba entre los pueblos reconstruidos por los miembros de la tribu de Benjamín tras el regreso del exilio en Babilonia (Neh 11,32). El antiguo nombre Betania puede interpretarse como una simplificación de Bet Hananya, es decir, la casa de un tal Ananías no especificado.  Fue durante el periodo bizantino cuando el nombre de la localidad se sustituyó por el de aldea de Lázaro, del que procede el actual nombre árabe al-Azariya.

En el centro del pueblo, una iglesia franciscana recuerda la casa de Marta y María y el milagro de la resurrección de Lázaro; está construida sobre tres iglesias anteriores, cuyos restos fueron encontrados gracias a las excavaciones llevadas a cabo a principios de los años cincuenta por el padre Saller ofm. Los arqueólogos también han descubierto una necrópolis y, un poco más arriba, al oeste de la tumba, también los restos de la antigua aldea, así como materiales variados que cubren un periodo de tiempo desde los siglos VI-V a.C. al XVI d.C.

Primera y segunda iglesia bizantina: una primera iglesia fue construida en Betania en el siglo IV y formaba parte de un verdadero complejo, el Lazarium, levantado cerca de la tumba de Lázaro en recuerdo de los hechos relacionados con la presencia de Jesús en Betania.
El lugar se menciona en las notas de los primeros peregrinos, entre ellos Eusebio de Cesarea (330), el anónimo de Burdeos (333) y la peregrina Egeria (380), que habla de las celebraciones litúrgicas que tenían lugar allí.
La primera iglesia reproducía el estilo de las basílicas de la época de Constantino: tenía tres naves, con mosaicos en el suelo muy parecidos a los de la basílica de Belén.  Destruida por un terremoto, fue reconstruida en el siglo V; esta segunda iglesia bizantina se construyó más al este y, por tanto, estaba más alejada de la tumba de Lázaro.

Tercera iglesia cruzada: durante el periodo de las Cruzadas, por deseo del rey Folco de Anjou y su mujer, la reina Melisenda, se llevaron a cabo obras de reforma de la segunda iglesia bizantina; estas transformaron completamente la estructura original dándole un aspecto totalmente nuevo, tanto que los expertos hablan de una tercera iglesia. Los cruzados, además, construyeron un monasterio para las hermanas benedictinas y una iglesia justo sobre la tumba de Lázaro, que probablemente servía de capilla para las monjas.
En 1187, con la llegada de Saladino, el complejo sufrió daños considerables y fue deteriorándose gradualmente.  Los pocos restos que se han conservado están custodiados por los padres franciscanos.  El minarete de la mezquita ocupa en la actualidad el área donde se encontraba el ábside de la iglesia.

El Santuario de la Amistad
La iglesia actual fue mandada construir por los franciscanos, que le encargaron su realización al arquitecto Antonio Barluzzi. El santuario, consagrado en abril de 1954, está construido sobre los restos de las tres iglesias anteriores, que se han intentado conservar en lo posible; de hecho, tanto en el interior del edificio como en el patio delantero, se pueden ver fragmentos de los mosaicos del pavimento de las dos iglesias bizantinas, mientras que en la entrada, bajo el suelo, pueden verse partes del ábside de la primera iglesia.
La estructura es de cruz griega y recibe luz desde arriba, que indica la resurrección y la vida ofrecida por Cristo, como se puede leer en la inscripción en latín bajo la cúpula: «El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre» (Jn 11,25). Las lunetas con mosaicos de los cuatro brazos de la iglesia representan de forma resumida lo que ocurrió en Betania, con textos evangélicos que lo comentan.  De hecho, en Betania están ambientados varios sucesos evangélicos.   

Jesús en casa de Marta y María
Yendo ellos de camino, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada» (Lc 10,38-42).

La página del Evangelio de Lucas nos permite detenernos en un momento sereno de la vida de Jesús, lejos de las insidias de sus enemigos, en un ambiente de cordial hospitalidad que se presenta como una oportunidad para enseñar, en la que su palabra ayuda a distinguir, entre los valores de la vida, aquellos realmente esenciales: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada»

La cena de la unción
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.  Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?». Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando. Jesús dijo: «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis». (Jn 12,1-8).

La resurreción de Lázaro
Había caído enfermo un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. Las hermanas le mandaron recado a Jesús diciendo: «Señor, el que tú amas está enfermo».  Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba. Solo entonces dijo a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea».  Los discípulos le replicaron:
«Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver de nuevo allí?». Jesús contestó: «¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza porque la luz no está en él».  Dicho esto, añadió: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo».  Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se salvará».  Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su encuentro».  Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: «Vamos también nosotros y muramos con él».  Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos quince estadios; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».  Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».  Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día».  Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».  Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «El Maestro está ahí y te llama».  Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él: porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano».  Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado». Le contestaron: «Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!». Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?». Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús: «Quitad la losa». Marta, la hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días».  Jesús le replicó: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?».  Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».  Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, sal afuera».  El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar». (Jn 11,1-44).

En el exterior del patio de la iglesia franciscana, a unos 50 m por la carretera que lleva hacia el Monte de los Olivos, se encuentra la que, según la tradición basada en los testimonios de los peregrinos del siglo IV, sería la tumba de Lázaro.
La tumba, tal como aparece en la actualidad, se remonta al periodo medieval y la entrada, que se encuentra en el exterior de la mezquita, es del siglo XVI cuando, al estar cerrada la puerta original, se adoptó esta solución para poder acceder. Una escalera de 24 escalones conduce al atrio, donde se ve una puerta amurallada que probablemente corresponde a la entrada primitiva.  Tres escalones unen el atrio con la estancia inferior, muy pequeña y de forma cuadrada.
Frente a la tumba de Lázaro se han descubierto otras. Algo más arriba respecto al sepulcro del amigo de Jesús, hoy se alza la nueva iglesia ortodoxa griega.  Junto a ella se encuentran los restos de una torre de guardia que hizo construir la reina Melisenda para la seguridad de las monjas. Una serie de sondeos arqueológicos han revelado que originalmente el pueblo de Betania estaba localizado más alto que la tumba de Lázaro; y por otro lado, un sepulcro hebreo no habría podido encontrarse en el perímetro de una zona habitada.

La iglesia greco-ortodoxa
Construida en 1965 y dividida en un piso superior y otro inferior, también esta iglesia recuerda el milagro de la resurrección de Lázaro, que está representado en dos iconostasios realizados por ebanistas griegos.
 

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