Llegada a la basílica
ecorriendo la Calle de la Estrella, como un día hicieran los Magos de Oriente y tras ellos todos los peregrinos, se atisba a lo lejos, antes de llegar a la plaza de la actual basílica, el encanto de un lugar que desde siempre atrajo a millones de visitantes llegados de todo el mundo para adorar al Niño.
Cuando se llega a la plaza enlosada que precede a la basílica, aparece al fondo la silueta del santuario de la Natividad. No es fácil captar, a primera vista, la estructura arquitectónica del conjunto basilical, cargado como está de siglos de historia y transformaciones.
El edificio esencial se remonta al siglo VI y es obra de los arquitectos del emperador bizantino Justiniano, que mandó reconstruir la basílica del siglo IV, destruida tras la revuelta de los samaritanos. Con todo, un detenido examen de la fachada permite distinguir algunos elementos que integran el conjunto de la basílica y sus estructuras anexas.
El aspecto de fortaleza es consecuencia de la secular necesidad de protección, tanto de la estructura general como de la residencia de los religiosos que custodiaban la basílica. Mirando hacia la fachada, los muros de la derecha corresponden a los monasterios armenio y griego; a la izquierda se encuentran las construcciones modernas de la Casa Nova y del convento franciscano de la época cruzada.
En la época constantiniana, sobre la actual plaza se levantaba un gran atrio porticado que, como espacio abierto y amplio, daba acceso a la basílica. Así lo confirmaron las excavaciones, que sacaron a la luz la planta de la basílica del siglo IV.
Delante de la entrada a la basílica se encontraron algunas cisternas, cuyas embocaduras son todavía reconocibles entre las losas del pavimento. Recogían el agua de lluvia para usarla en los ritos litúrgicos y para la vida cotidiana de los monasterios.
Actualmente, la plaza está cerrada por un muro perimetral que recorre todo el lado sur hacia el oeste. En este punto, abierto hacia la población, existió un amplio portal que servía como entrada a todo el conjunto constantiniano y delimitaba así el espacio sagrado del espacio civil.
La existencia de este portal, ahora inexistente, queda atestiguada por los restos de los cimientos excavados y por los dibujos de Bernardino Amico (siglo XVI) y de Mayer (siglo XVIII).
La actual fachada pertenece a la estructura de la construcción justiniana, aunque su composición se presenta hoy poco clara a causa de las continuas modificaciones. Una atenta observación permite apreciar hasta tres puertas de entrada que sucesivamente fueron tapiadas hasta llegar al acceso actual.
La fachada bizantina debía de ser majestuosa e imponente, con tres grandes puertas de acceso a sus naves correspondientes. La planta bizantina, alargada en un intercolumnio con respecto a la constantiniana, quedó completada con la innovación de un nártex.
La pequeña puerta de entrada es el resultado de las progresivas reducciones que a lo largo del tiempo sufrió el acceso a la basílica. Es fácil reconocer la gran puerta central de la época bizantina, con arquitrabe horizontal y piedras dispuestas en diagonal. Cuando llegaron los cruzados, la puerta fue rebajada según el estilo de los caballeros occidentales, para asegurar mejor la defensa del lugar santo. Esta etapa es hoy visible en los restos de arco ojival que se puede apreciar en el muro.
En la época otomana, las dimensiones de la puerta fueron reducidas todavía más, dejando como resultado el actual acceso de entrada a la basílica. Esta última reducción se hizo para impedir el paso a los que trataban de profanar el lugar santo. De este modo, la historia de la puerta permite reflexionar sobre las distintas fases del cristianismo en Belén: hubo periodos en los que la libertad de culto garantizaba el reconocimiento de la fe cristiana; hubo también otras épocas en las que las persecuciones y la intolerancia hacían muy difícil la vida de la comunidad cristiana local.
Las otras dos puertas bizantinas, ocultas completamente tras el muro perimetral de la basílica y tras los contrafuertes construidos en la fachada en la época cruzada, permiten intuir la majestuosidad y la belleza que la basílica bizantina debía de suscitar en aquellos que llegaban como peregrinos.
Entrada
Entrando por la pequeña puerta, se accede en primer lugar a un espacio definido técnicamente como nártex, realizado en la época bizantina. El nártex, en la antigua tradición cristiana, desempeñaba la función de acceso a los espacios sagrados; también estaba destinado a los catecúmenos, que no podían entrar en la basílica en ciertos momentos de las celebraciones.
En la época constantiniana no existía nártex, pero un amplio atrio desempeñaba una función parecida. El espacio del nártex justiniano está dividido en cuatro partes.
En la época cruzada, los dos extremos sirvieron como base para sendos campanarios que tenían una altura de cuatro plantas. Una cuarta área, a la izquierda de la actual puerta de acceso, es utilizada por los policías que protegen y vigilan la basílica desde la época de los turcos.
El portón de acceso, hoy cubierto por andamios, es un regalo del rey armenio Hetum en 1227, tal como declara una doble inscripción en armenio y árabe.
Interior de la basílica
En su interior, la basílica ha conservado todos los elementos arquitectónicos del siglo VI. El emperador bizantino, cuando examinó el proyecto, no aprobó las opciones tomadas por el arquitecto y lo acusó de haber malgastado el dinero, condenándolo a la decapitación. A pesar de la insatisfacción del emperador, la estructura ha demostrado ser muy sólida, ya que ha llegado íntegra hasta nuestros días.
En la época constantiniana, el suelo estaba totalmente cubierto por mosaicos finamente trabajados, tal como mostraron las excavaciones financiadas por el gobierno inglés en 1932. Estos bellos mosaicos ofrecen decoraciones geométricas y florales.
Entre todos ellos, destaca el que se conserva a la izquierda del presbiterio: levantando la trampilla de madera, se puede observar el acrónimo ΙΧΘΥΣ(pez, en griego), que los primeros cristianos utilizaban para expresar el nombre de Cristo. Actualmente, el pavimento de la basílica consiste en un sencillo enlosado de piedra común, pero en la época bizantina estaba hecho a base de losas de mármol blanco con vetas muy acentuadas; de ellas queda algún ejemplo en la zona del transepto norte. El piso constantiniano presentaba una inclinación en ligera pendiente con respecto al actual, que es, además, cerca de un metro más alto que el original. El espacio interior, dividido en cinco naves mediante hileras de columnas, resulta oscuro y poco iluminado.
En el siglo VI, la basílica debía de estar totalmente recubierta de mármol: quedan todavía algunas huellas de orificios encontrados en los muros revocados en yeso, orificios que servían para anclar las losas de mármol a las paredes. Las filas de columnas, que hoy llegan a la altura de la zona absidal, en la antigüedad continuaban hacia el este, de forma que creaban un deambulatorio alrededor de la Gruta de la Natividad.
Este tipo de estructura arquitectónica fue muy empleada en varios lugares santos, especialmente para los «martyria»: según la costumbre, el peregrino daba un determinado número de vueltas en torno al lugar y adquiría así la gracia deseada. Las columnas y sus capiteles, realizados en piedra roja de Belén, son las originales de la época bizantina y obra de artesanos locales. Los capiteles, de fina factura, estaban coloreados de azul. En los fustes de las columnas figuran imágenes de santos orientales y occidentales, religiosos y laicos. También los arquitrabes son de la misma época, pero las decoraciones datan del periodo cruzado y guardan muchas semejanzas con sus contemporáneas del Santo Sepulcro.
Los lienzos altos de los muros de la nave central presentan decoraciones musivas de gran calidad, del siglo XII, obra de maestros orientales. Estos mosaicos están divididos en tres secciones horizontales que representan, de abajo hacia arriba, la genealogía de Jesús, los concilios y los sínodos locales y, ya en lo alto, una procesión de ángeles. Por un testimonio griego del siglo IX se sabe que, antes de estos mosaicos, existían otras decoraciones musivas de la época bizantina.
Entre esas decoraciones, la citada fuente griega recuerda especialmente una representación de los Magos llegando a Belén para adorar al Niño, que decoraba la fachada. Resulta así curiosa la crónica que habla de los soldados persas que invadieron la ciudad en el 614 d.C.: atemorizados por la visión de dicho mosaico, no se atrevieron a saquear la basílica, que resultó indemne. El episodio se le informará mediante la adición de elementos milagrosos, como en la historia del peregrino Jean Boucher.
Los transeptos, que todavía conservan el piso en mármol original de la época bizantina, están hoy decorados con iconos y mobiliario litúrgico de las tradiciones greco-ortodoxa (transepto derecho) y armenia (transepto izquierdo). En esta última sección se conservan también decoraciones musivas de escenas evangélicas hábilmente elaboradas.
El piso de la basílica constantiniana estaba totalmente cubierto por un lienzo musivo, tal como descubrieron las excavaciones realizadas en los años 1932-1934 por el gobierno inglés. El piso del siglo IV subía suavemente en dirección a la zona absidal con un desnivel que variaba entre los 75 y los 31 centímetros.
En la época bizantina, como consecuencia de la variación en las dimensiones de la planta basilical, todo el suelo fue pavimentado con mármol blanco veteado. Hoy, a través de las trampillas abiertas en el suelo, es posible disfrutar con la contemplación de los antiguos mosaicos. Su confección es verdaderamente minuciosa y refinada, sobre todo en la nave central.
Se calcula que se emplearon unas 200 teselas por cada diez centímetros cuadrados de superficie, cuando, en los mosaicos comunes, la densidad de teselas es de unas 100 para esa misma superficie. Este dato permite apreciar la excelencia de estas decoraciones: una mayor densidad de teselas permitía elaborar imágenes mucho más detalladas y reproducir una más amplia gama de colores. El resultado es el de una decoración musiva muy delicada, que muestra la importancia de este lugar santo.
Estos mosaicos que recubrían la nave central y el ábside reproducen motivos geométricos y decorativos (cruces gamadas, círculos, grecas); algo más raros son los motivos vegetales, tales como hojas de acanto y vid. Y es excepcional, en el transepto norte, la representación de un gallo, porque la ausencia de figuras animadas es típica de la tradición medio-oriental, en la que no se usaban figuras de animales o humanas.
Un elemento muy interesante de la decoración musiva ha quedado conservado en el ángulo izquierdo de la nave central: bajo la trampilla de madera se puede leer el acrónimo ΙΧΘΥΣ, que es el signo usado en la antigüedad cristiana para referirse al nombre de Cristo (Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador) y literalmente significa “pez”. Es el único elemento que confirma que el lugar santo era cristiano. En la época clásica era habitual el uso de acrónimos o nombres en la entrada de las casas patricias romanas, junto con la representación de los bustos de los propietarios. Esta referencia permite conjeturar que el acrónimo de la basílica pudiera señalar originalmente el punto de acceso a la zona sagrada y a la “Casa de Jesús”.
De hecho, los resultados de la excavación inglesa sugieren la hipótesis de que el acceso a la zona del presbiterio constantiniano se realizaría por medio de una escalera que nacía precisamente en el punto donde se encuentra el mosaico. Según el padre Bagatti, esta escalera de acceso al presbiterio quedó inutilizada para realizar una entrada directa a la Gruta de la Natividad.
La decoración de las columnas, inadvertida hasta que el padre Germer-Durant la estudió en el año 1891, representa uno de los elementos más interesantes de la ornamentación interior. Es difícil verificar si existe algún tipo de continuidad u orden en el proyecto iconográfico. Las pinturas están realizadas al encausto, técnica pictórica que consiste en aplicar pigmentos desleídos en cera a base de calor. Tanto los artistas como el periodo de producción son heterogéneos, por lo que se piensa que los trabajos eran pedidos ocasionalmente por personas particulares a distintos pintores. Sí es seguro que todas las imágenes se remontan a la época cruzada, que fue un tiempo de transición en la división entre las iglesias de oriente y occidente. Así lo confirma también la presencia de santos de ambas tradiciones, occidental y oriental. Las imágenes, todas en las columnas de la nave central y en la columnata de la nave sur, están circundadas por un borde de color rojo o blancuzco, mientras que las figuras de los santos destacan sobre un fondo azulado. Cada santo tiene su propio nombre escrito en un marbete, colocado en lo alto o entre las manos. La finalidad de toda esta imaginaría nos la describe el peregrino Focas, que habla de la costumbre de celebrar misas en las proximidades de la columna del santo del día. Según los cánones eclesiásticos de aquel tiempo, estas columnas decoradas hacían visible metafóricamente la presencia de los santos en el lugar. Y es tradición común, tanto entonces como ahora, que los santos son quienes soportan el peso de la Iglesia. De esta forma, las imágenes de los santos en las columnas transmiten este concepto, con fuerza y sencillez, a todos los fieles que visitan la basílica. Se puede definir a estas pinturas como “frescos con finalidad votiva”, porque es muy probable que sirviesen como testimonio de haber completado una peregrinación. Por otra parte, quienes encargaban las pinturas sabían que contribuían así al embellecimiento del templo.
La nave central es particularmente oscura, debido a la falta de mantenimiento, que, con el pasar de los años, ha llegado a comprometer el estado mismo del santuario. De todas formas, sigue siendo fascinante el efecto de los mosaicos con sus fondos dorados y las brillantes incrustaciones de madreperla que en otro tiempo recubrían todas las paredes de la basílica. La decoración de las paredes, de época cruzada, está dispuesta en bandas horizontales, hoy en gran parte cubiertas con yeso. Los últimos estudios de inspección relacionados con la restauración de la basílica han mostrado que las teselas de los mosaicos fueron colocadas con una cierta inclinación hacia abajo, con el fin de resaltar la belleza del mosaico al observarlo desde una posición inferior. En efecto: el peregrino que entra en la basílica recibe un fuerte impacto visual, aunque condicionado desfavorablemente por el mal estado de conservación de los mosaicos. El testimonio más directo y preciso acerca de esta decoración musiva es el del padre Quaresmi, quien, en su Elucidatio Terrae Sanctae (1626), describe minuciosamente todos los detalles de los mosaicos de las paredes. En el nivel inferior, en el lado derecho, están representados san José y los antepasados de Cristo, según el evangelio de san Mateo. Simétricamente, según palabras de Quaresmi, en el lado izquierdo debía de estar representada la misma genealogía según el evangelio de Lucas. En la sección intermedia, intercalados por hojas de acanto, están representados los siete concilios ecuménicos (Nicea, 325; Constantinopla, 381; Éfeso, 431; Calcedonia, 451; Constantinopla II, 553; Constantinopla III, 680; Nicea II, 787), cuatro concilios provinciales (Antioquía, 272; Ancira, 314; Sardes, 347; Gangres, ca. 340) y dos sínodos locales (Cartago, 254; Laodicea, siglo IV). Cada concilio está representado por un edificio sagrado y ofrece, en una extensa inscripción, la decisión tomada en asamblea. En el nivel más alto figura una representación de ángeles en procesión, todos en dirección hacia la Gruta de la Natividad, con caracterizaciones femeninas y vestidos con túnicas blancas.
A los pies de uno de estos ángeles se encuentra la firma del artista: “Basil”, de probable origen sirio. En los transeptos de la basílica se pueden observar escenas extraídas de los evangelios canónicos: la incredulidad de Tomás (la mejor conservada), la ascensión y la transfiguración, en el transepto norte; la entrada de Jesús en Jerusalén, en el transepto sur. En el ábside principal, según el testimonio de Quaresmi, debía de estar representada la Virgen con el Niño; en el arco absidal, la Anunciación a María, entre los profetas Abraham y David; y sobre las paredes inferiores, escenas de la vida de la Virgen, según la literatura apócrifa. En la contrafachada, sobre el portón de entrada, estaría representado el Árbol de Jesé, con Jesús y los profetas. El mosaico está ahora cubierto con yeso blanco. El peregrino Focas, en 1168, dice haber visto en la iglesia la imagen de su emperador bizantino, Constantino Porfirogéneta. Sería un indicio significativo de que, incluso después del cisma de 1054 y estando la basílica bajo el control de los cruzados, existían buenas relaciones entre las iglesias de oriente y occidente. Una inscripción en el ábside principal menciona juntos los nombres de Manuel Comnenos y Amalarico de Jerusalén. Por tanto, los mosaicos debieron realizarse antes de 1169, en las últimas décadas de la presencia cruzada en Palestina, que terminó en 1187.
Los mecenas fueron el rey cruzado de Jerusalén y el emperador bizantino: un ejemplo de colaboración único en la historia, que muestra la importancia que tenía en aquel tiempo el santuario de Belén. Los estudios efectuados tras los últimos trabajos de restauración han suscitado una nueva cuestión relativa al origen de los maestros artistas de los mosaicos. La hipótesis apunta la posibilidad de que fueran artistas locales quienes trabajaron en el proyecto decorativo, como por lo demás ocurría normalmente por evidentes motivos prácticos. Las firmas de los maestros de mosaicos, Efram y Basil, nombres de claro origen sirio, son un buen indicador para ubicar la procedencia local de los artistas. Es posible que intervinieran maestros o creadores griegos, pero resulta evidente que, quienes trabajaron en la decoración de estos mosaicos, conocían muy bien los grandes monumentos de Tierra Santa, decorados por artistas procedentes de occidente. Por ejemplo: en la nave central, en la banda decorativa que separa el segundo nivel (concilios) del tercero (ángeles), a la altura de las ventanas, aparece una máscara zoomorfa típica del arte románico europeo. Es posible, por tanto, reconocer en los mosaicos de Belén una armoniosa relación entre arte bizantino y arte occidental. Las últimas investigaciones concluyen que, en lo que se refiere al arte musivo, en la Basílica de la Natividad se forjó la muestra más grande de la época cruzada en el encuentro entre el arte bizantino y el arte cruzado. Los mosaicos simbolizan así el “perfil” ecuménico que la Basílica de Belén representa aún hoy para aquellos que la visitan: un punto de unión entre las Iglesias de Oriente y Occidente.
El iconostasio griego que actualmente preside el presbiterio es de 1764. En la primera basílica, esta zona, justo encima de la gruta, era de forma octogonal, como quedó evidenciado en las excavaciones de 1932-1934. A partir de la reconstrucción que se puede hacer tras los hallazgos arqueológicos, parece que, en el siglo IV, se accedía al presbiterio a través de una escalera ubicada en los muros de este perímetro octogonal. En este presbiterio octogonal, bajo el actual piso, se encontraron decoraciones en mosaico parecidas a las de la nave central, pero mucho más ricas, con representaciones animales, vegetales y geométricas.
Toda esta área sagrada es la que más transformaciones experimentó en la época justiniana. El presbiterio fue ampliado en tres direcciones por medio de tres espaciosos ábsides formando una cruz. El baldaquín constantiniano fue sustituido por un auténtico presbiterio de forma semicircular en el centro del área, con el fin de permitir a los peregrinos deambular libremente alrededor del lugar santo. También se transformó la entrada a la gruta, realizando dos accesos laterales a la misma.
Grutas
Las cuevas subterráneas contiguas a la Gruta de la Natividad son múltiples y están bien articuladas. Toda esta área, destinada ya en la antigüedad a uso funerario, ha mantenido a lo largo del tiempo esta finalidad.
La gruta más amplia y próxima al lugar de la Natividad es la llamada “Gruta de San José”. Está dividida en dos espacios y comunica con el convento de los franciscanos. Desde aquí es posible acceder también a la Gruta Santa a través de un pasillo privado de los latinos, usado para la procesión que se realiza cada día hasta el lugar de la Natividad.
Si el visitante se sitúa de espaldas al “Altar de San José”, encuentra, a su derecha, dos pequeñas grutas, la segunda de las cuales está dedicada a los Santos Inocentes. De frente se puede observar un arco pre-constantiniano bien conservado, perteneciente a una antigua cámara funeraria que fue derribada en la época de Constantino para construir los cimientos de la basílica. Es posible que este punto de la gruta fuera la entrada original a la cueva, puesto que desde aquí podía divisarse al fondo el lugar del Santo Pesebre.
A la izquierda sale el pasadizo que conduce a las grutas de las Santas Paula y Eustoquio y de San Jerónimo: aquí se descubrieron sus tumbas, junto a otros 72 enterramientos de diversas épocas, ahora conservados todos en un mismo sepulcro.
La entrada actual está ubicada lateralmente respecto al lugar del nacimiento de Jesús, pero se conjetura que en el siglo IV el acceso se realizaría frontalmente, desde la parte delantera del presbiterio. Las dos pequeñas portadas de ambos accesos son del periodo cruzado. Por la escalera sur (derecha del iconostasio) se llega al interior mismo de la Gruta de la Natividad. El espacio es estrecho y angosto; las paredes, originalmente irregulares, forman ahora un perímetro casi rectangular. En la época bizantina, la roca natural de las paredes estuvo recubierta con mármol.
El Altar de la Natividad se comenzó a venerar sólo cuando, en la época bizantina, fue creado este espacio como recuerdo del lugar preciso del nacimiento de Jesús. La estructura actual es completamente distinta a la descrita por los peregrinos Focas y l'Abad Daniel en el siglo XII. Dos columnas de piedra roja sostienen el altar, donde figura la inscripción «Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus»; en el conjunto están representados el Niño entre pañales, la escena del lavatorio del Niño y la llegada de los pastores. Bajo el altar se encuentra la estrella de plata con la inscripción latina: «Hic de Virgine Maria Iesus Christus natus est - 1717», en recuerdo del lugar exacto de la Natividad.
A la derecha del altar de la Natividad está el lugar donde María colocó al Niño tras nacer: un “comedero”, llamado popularmente el Altar del Pesebre. En esta parte de la gruta el suelo es más bajo. Este espacio está delimitado por columnas parecidas a las bizantinas de la nave central de la basílica y por restos de dos columnas cruzadas. Frente al pesebre existe un altarcillo dedicado a los Magos donde los latinos celebran la santa Misa. La actual estructura de toda esta capillita no es original, sino resultado de muchos cambios realizados a lo largo del tiempo y derivados del continuo trasiego de peregrinos.
Tras el incendio de 1869 y para prevenir nuevos siniestros, las paredes de la Gruta fueron recubiertas con paneles de amianto, donados por el presidente de la República Francesa, el mariscal MacMahon, en 1874. Por debajo de este revestimiento son todavía visibles los mármoles cruzados, mientras que sobre dichos paneles penden cuadros de madera de escaso interés artístico.
Siguiendo el recorrido de la Procesión Cotidiana, se sale de la Gruta de la Natividad a través de un túnel practicado por los franciscanos para garantizar un acceso directo al lugar santo y se llega a la Gruta de San José. Esta gruta, remodelada en estilo moderno por el artista Farina, debía de ser la cueva más próxima al lugar de la Natividad. A la salida del pequeño túnel, a la derecha, se encuentra el “Altar de San José”. Frente a éste se conservan los cimientos de un muro constantiniano y un arco pre-constantiniano: estos elementos revelan que ya en los siglos I-II el lugar estaba habilitado como lugar de enterramiento “ad sanctos”. De hecho, la costumbre de enterrar a los muertos junto a lugares santos era una práctica común, también en occidente (en Roma, por ejemplo). Ya en las escaleras que conducen desde las grutas subterráneas a la iglesia de Santa Catalina es posible observar los muros de apoyo de las tres construcciones sucesivas de la zona absidal: uno de la época constantiniana y otros dos de época bizantina, uno de los cuales parece ser un proyecto no completado.
Situados de espaldas al “Altar de San José”, a la derecha se encuentra la Gruta de los Inocentes. En ella se distinguen tres arcosolios que albergaban entre dos y cinco enterramientos. Aquí se recuerda la memoria de la matanza de los inocentes, ordenada por el rey Herodes el Grande poco después del nacimiento de Jesús (Mt 2,16). En los primeros siglos, la memoria de los Santos Inocentes era celebrada en la gruta adyacente, que debía de ser un osario común, puesto que allí se encontraron muchos restos de huesos.
En la gruta intermedia entre la Gruta de San José y la Gruta de San Jerónimo se encuentran dos altares: uno dedicado a las santas Paula y Eustoquio, el otro a los santos Jerónimo y Eusebio de Cremona.
En la pared, a la derecha del primer altar, hay tres sepulcros dispuestos al estilo de las sepulturas en la zona rural de Roma (Lacio). Este detalle permite suponer que aquí vivían fieles procedentes de las comunidades latinas, que mantuvieron la costumbre de enterrar según el uso romano de las catacumbas, donde los cuerpos eran depositados en nichos practicados en las paredes. Desde la última gruta, dedicada a San Jerónimo, es posible acceder directamente al claustro de los cruzados a través de una escalera interna.
Los edificios cerca de la Basílica
El complejo monumental de los edificios religiosos, incluyendo la Iglesia de la Natividad, que es el centro, ocupa una superficie de 12 000 m2, e incluye, además de la iglesia, conventos América (norte), griego (South-East), Armenia (Southwest) y la Iglesia Católica de St. Catalina de Alejandría, con el claustro de S. Jerome.
La iglesia de Santa Catalina es accesible por tres vías: a través del transepto norte de la basílica, desde las grutas subterráneas y por el claustro de san Jerónimo. La iglesia, que pertenece al conjunto del convento cruzado, ha sido objeto de numerosas remodelaciones a lo largo de los siglos; la última se realizó con ocasión del Jubileo del año 2000. El lugar estaba dedicado a Santa Catalina de Alejandría ya en 1347.
Inicialmente consistía tan sólo en una pequeña capilla interna del convento franciscano; se trata del espacio que corresponde hoy al altar dedicado a Santa Catalina. Con todo, la antigua estructura descrita en los dibujos de Bernardino Amico es ya irreconocible, puesto que todo el espacio se ha ido agrandando con el tiempo. El actual edificio sagrado es amplio y luminoso. Está constituido por tres naves con un ábside en el que se sitúa el coro de los frailes. En este mismo ábside está representada la escena de la Natividad, en vidriera de época moderna realizada en la reforma del año 2000. Al fondo de la nave derecha está situado el altar dedicado a Santa Catalina; un poco más a la derecha, en una pequeña capilla lateral dedicada a la Virgen, se encuentra la popular imagen del Niño Jesús de Belén, del siglo XVIII, centro de las celebraciones solemnes de la Navidad. Mención especial merecen los arcos de época cruzada conservados todavía en la entrada de la iglesia, ahora englobados en la estructura del templo.
Se trata de la galería este del “Claustro de San Jerónimo”. En este espacio se muestra el bajorrelieve donado por el Papa Juan Pablo II con ocasión del Jubileo del año 2000.
El Claustro de San Jerónimo, llamado así por su acceso directo a la gruta dedicada al santo, fue restaurado por el arquitecto Antonio Barluzzi en 1947. El arquitecto colaboró también con el padre Bagatti en la investigación arqueológica de las grutas subterráneas. Para la restauración y consolidación del claustro fue necesaria la inclusión de columnas nuevas, que, en todo caso, respetan los principios de conservación artística; ejemplo de ello son los capiteles modernos, simples y básicos, que se alternan con los cruzados, más ricos en su decoración.
Desde el claustro se accede a la Capilla de Santa Elena, situada en la base de uno de los campanarios cruzados; allí se pueden contemplar frescos del siglo XII, muy interesantes, pero mal conservados.
En el lado opuesto está la entrada al convento franciscano, ampliado respecto al cruzado. De éste último se conservan la sala de entrada con arcos ojivales, los muros perimetrales que dan acceso al lado norte del convento, el almacén y las cisternas, algunas incluso de época anterior a los cruzados.
A través de los subterráneos del convento es posible acceder al lugar que la tradición atribuye al Primer Baño del Niño Jesús.
Entrando en el claustro de San Jerónimo y dirigiéndose hacia la basílica, se encuentra la puerta de acceso a la capilla llamada de Santa Elena.
En el periodo cruzado, el nártex justiniano quedó compartimentado en varias estancias, una de las cuales fue dedicada a capilla. Esta capilla de Santa Elena presenta elementos de arquitectura cruzada y frescos de esa misma época (siglo XIII) de gran calidad, a juicio del padre Vincent, hoy en mal estado de conservación.
En el ábside está representado Cristo entronizado entre la Virgen y Juan evangelista. En el arco se observa un interesante medallón que representa la etimasia, tema clásico en la iconografía bizantina que reproduce un trono vacío preparado para la llegada de Cristo en el día del juicio final.
En el resto de paredes están representadas imágenes de santos.
El Convento franciscano
El convento fue construido sobre los restos de las grutas que utilizaron los primeros monjes que se instalaron cerca de la Gruta de la Natividad y del primer convento cruzado de los Canónigos de San Agustín.
La estructura esencial del convento es la cruzada, ahora modificada y ampliada. Quedan huellas de la arquitectura cruzada en el amplio salón de acceso del convento y en los espacios subterráneos. Actualmente se puede acceder a los antiguos almacenes cruzados e identificar la antigua cisterna en el espacio destinado a los ascensores.
La fachada y la entrada al convento cruzado estaban localizadas en el lado norte del edificio, donde hoy existe un aparcamiento y la entrada a la Casa Nova.
El lugar llamado “El Baño de Jesús” es accesible sólo desde el convento; aunque cargado de interés histórico y arqueológico, no ha sido todavía estudiado adecuadamente.
En todo caso, la roca de esta zona ha mantenido las mismas características desde el tiempo en el que estos lugares fueron pisados por la Sagrada Familia. Se trata de una gruta circular en cuyo centro está excavada una pila redonda, recordada por la tradición como el lugar en el que se produjo el primer baño del Niño Jesús recién nacido. Este motivo abunda en los iconos orientales y en las antiguas representaciones de la Natividad.
El espacio fue descubierto por un intrépido sacristán a finales del siglo XIX. La sacralidad de lugar queda testimoniada desde muy antiguo: por ejemplo, Arculfo (Sobre los Lugares Santos, 2, 1,3; año 630) cuenta que se lavó la cara allí mismo.
El lugar está todavía pendiente de investigación, pero por el momento se puede avanzar la hipótesis de que se trate de un recinto ya utilizado con anterioridad al nacimiento de Jesús.
La estructura del convento conserva el antiguo trazado de la época cruzada. Así lo certifica la presencia de espacios subterráneos como la cruz Hall, que ahora se utilizan como capilla para los peregrinos, una vez utilizado como almacén. Junto a esto aún se conservan antiguas cisternas.
El tejado
A diferencia de otras muchas iglesias orientales, la cubierta del tejado no era de bóveda, sino de vigas con cubierta, como describe Luis de Rochechouart antes de la restauración de 1461: “El tejado consiste en una estructura de madera construida en los tiempos antiguos. Esta estructura se va arruinando poco a poco, sobre todo en la parte del coro. Los sarracenos no permiten ni edificar ni reparar, de forma que es un milagro del Pequeño que allí nació si se mantiene todavía en pie”.
El tejado de la Basílica de la Natividad fue objeto de una notable reforma en 1479, por iniciativa del entonces hermano guardián, fray Juan Tomacelli. La madera, pagada por Felipe el Bueno, rey de Borgoña, fue trasportada en naves venecianas, mientras que el plomo para la cubierta fue regalado por el rey de Inglaterra, Eduardo IV.
Una ulterior reforma fue llevada a cabo por los griegos en 1671. En esta ocasión se sustituyó la madera de cedro por madera de pino, como certifica el padre Nau.
Esta gran inversión en materiales y recursos económicos tuvo como feliz resultado el tejado que perdura hasta el día de hoy, pero que se encuentra en avanzado deterioro, provocando además la degradación de la decoración musiva de las paredes. En particular, la estructura de plomo, que durante el verano alcanza temperaturas altísimas, se dilata con el calor y provoca fisuras en la estructura que facilitan el filtrado del agua.
Desde el tejado de la iglesia de Santa Catalina, ofrecemos a los visitantes una particular vista aérea que permite descubrir la construcción triabsidal del santuario y ayuda a entender los cambios acontecidos a lo largo de los siglos en el perímetro del edificio.
El tesoro de Belén
l tesoro de Belén está custodiado actualmente en el Museo Arqueológico del Studium Biblicum Franciscanum, en Jerusalén. Lo componen una serie de objetos de plata y bronce de la Edad Media pertenecientes a la Basílica de la Natividad, objetos que fueron hallados fortuitamente en dos momentos distintos: en 1863, con motivo de la restauración de la cocina del convento franciscano; y en 1906, durante la excavación para los cimientos del nuevo albergue para peregrinos.
El tesoro fue escondido con sumo cuidado en un periodo y por causas desconocidas para nosotros, aunque se puede conjeturar que esto ocurrió para protegerlo de posibles saqueos tras la prohibición del uso de campanas que impuso Mehmed II a los cristianos en 1452.
El tesoro está compuesto por:
- Un báculo esmaltado;
- Tres candelabros también esmaltados y otros dos de plata con inscripciones;
- Un carillón compuesto por trece campanas;
- Tubos de órgano de distintas dimensiones;
- Una cruz armenia de metal encontrada en las excavaciones de 1962-64 por el padre Bellarmino Bagatti.
Además, se conservan en este tesoro custodiado en el Museo de la Flagelación otros objetos de arte procedentes de la Basílica de la Natividad.
Belén en la iconografía
Las representaciones de la Basílica de la Natividad en la historia
Las representaciones de la Basílica de la Natividad en la historia Desde los primeros siglos de la antigüedad cristiana, Belén quedó representada en muchos mosaicos y miniaturas, bien por artistas que habían visitado el lugar, bien por personas que no conocían realmente el santuario.
De toda esta larga historia es posible entresacar una breve relación de algunas representaciones que ofrecen imágenes aproximadas del desarrollo real del santuario: El mosaico absidal de Santa Pudenciana en Roma, del siglo IV, muestra, a la derecha del Redentor, un edificio octogonal y, a su izquierda, otro edificio que comúnmente es identificado como el Santo Sepulcro.
En el mosaico del pavimento de la iglesia de San Jorge, en Madaba (siglo VI), se representa la construcción justiniana, con los tres ábsides en forma de trébol que identifican muy bien la estructura.
Una miniatura medieval (siglo XIII), conservada en Cambray, en Francia, representa la fachada de la basílica en época cruzada, con dos campanarios. Un grabado contenido en el libro «Viaje a Palestina» (1483), de Bernhard von Breydenbach, dibuja la basílica con elementos que hoy ya no son visibles y que permiten recuperar el aspecto de la antigua basílica: el muro perimetral, los edificios habitados por griegos y armenios, las ventanas de la basílica en forma de arco, las tres cruces que indican las indulgencias...
Es de rigor citar, en fin, los dibujos de los padres Bernardino Amico (siglo XVI) y Ladislao Mayer (siglo XVIII); éste último ofrece detalles interesantes, en especial acerca del claustro.
El Niño de Belén
La popular imagen del Niño Jesús es portada en procesión hasta el Santo Pesebre en la Nochebuena y, tras la Epifanía, vuelve al altar de la Virgen en la iglesia de Santa Catalina. La talla fue encargada por fray Gabino Montoro, ofm, en 1920, a la Casa “Viuda de Reixach” de Barcelona y fue realizada por el artista Francisco Rogés. Éste es también el autor de la imagen del Niño en el trono que es llevada en procesión por el Custodio en la fiesta de Epifanía.
Las dos imágenes son de madera de cedro. Se prepararon varios modelos, entre los que fue elegido éste con las manos juntas. Con todo, la tradición de la imagen del Niño Jesús de Belén es mucho más antigua, como lo demuestra la crónica editada por fray Jerónimo Golubovich en su “Biblioteca Bio-bibliográfica de Tierra Santa”. Allí se narra un curioso episodio de la desaparición de la imagen:
“De cómo el Pachá de Jerusalén arrebató a los frailes una imagen de madera del Niño Jesús con el fin de obtener dinero”. “Llegadas que hubieron el tres de junio a Belén casi todas esas naciones cismáticas para celebrar no sé qué fiesta suya, se llegaron hasta nuestro convento para visitar los santuarios e iglesias. Permanecían en nuestra sacristía admirando una bellísima escultura del Niño, la que nuestros frailes suelen poner en la noche de la Navidad del Señor en el Santo Pesebre, preguntando a quién representaba. Un monje griego les respondió que aquel era el Dios de los idólatras francos y que, si los ministros turcos se lo quitasen, se quedarían sin Dios. Pasada como una hora entró en nuestra iglesia de Santa Catalina el pachá. Encontrándose él allí con toda su corte, ordenó que le fuese llevado el Niño, porque quería verlo. Habiéndolo tenido un buen rato con mucho gusto entre sus manos, lo restituyó a nuestro intérprete, sin decir ninguna otra cosa. Cuando, por la tarde, estaban en nuestra iglesia grande (donde suelen residir y pernoctar tales personajes grandes) discutiendo de todo esto, le dijeron que había hecho muy mal en devolver el Niño, puesto que, si lo hubiese tomado y retenido, los francos se habrían visto obligados a rescatarlo pagando un buen millar de piastras, ya que ellos lo tienen por Hijo de Dios y así lo adoran. Estimando el pachá que podría sacar provecho en esta ocasión, mandó rápidamente a su intérprete a por el Niño, con la promesa de no extraviarlo o dañarlo de ninguna manera. De forma que, con esta vana esperanza, se lo llevó a su casa en Jerusalén.
El padre guardián, cuando fue avisado de todo esto, permaneció inalterado, sin rechistar ni hacer mención alguna. Pasados tres meses y viendo que los frailes no le dirigían ninguna reclamación, el pachá convocó a nuestro intérprete para decirle que se maravillaba mucho de que los francos tuviesen a su Dios en tan poca estima. El intérprete le respondió que a quien los francos adoran es al Dios Uno y Trino que está en el cielo, que aquel Niño representaba solamente al Hijo de Dios en carne humana, al cual ponían los frailes en la noche de su Natividad en aquel Santo Pesebre para representar el misterio de su nacimiento. El pachá le respondió que sabía muy bien que aquel era su real y verdadero Dios, pero que, por no hacer un gran dispendio en su rescate, trataban de tergiversar las cosas de aquella manera. Concluyó el pachá proponiéndole que, de todas formas, puesto que él no quería ya tenerlo en su casa, mandaría que se lo llevasen a Belén con muy buena cortesía. Y, entregándoselo en sus manos, le dijo que le diera al menos cien piastras. Después de muchos alegatos, se contentó finalmente con dos vestidos de seda y dos paños bordados. Alabado sea Jesucristo. Amén.” (T.S. 1969, p. 378)
Queda, pues, patente que la tradición de la representación del Niño es muy antigua y está ligada a la devoción que ya Francisco de Asís y sus frailes contribuyeron a divulgar y difundir. Está documentado el envío de algunas imágenes del Niño desde Tierra Santa a Italia en 1414, costumbre que prosigue hasta nuestros días. También hoy, en efecto, no sólo los franciscanos, sino los mismos peregrinos, gustan llevarse a casa, como recuerdo del lugar santo de la Natividad, la imagen del Niño Jesús.
Manufacturas
Entre las actividades económicas más importantes de la ciudad de Belén se debe enumerar necesariamente la de los productos de artesanado local en madera de olivo, madreperla y coral.
La historia de estas labores está vinculada directamente con la historia de la fraternidad franciscana en Belén. En efecto, a partir del siglo XVI, los frailes fundaron escuelas para la enseñanza del tallado de la madera y de la elaboración de la madreperla, favoreciendo así la apertura de talleres artesanales dedicados a estos trabajos, con el fin de realizar objetos litúrgicos, belenes y otras manufacturas.
Todavía hoy la economía de muchas familias de Belén depende de esto, sobre todo tras la construcción del muro que en parte ha aislado a la población de los Territorios.
El primer testimonio que nos habla del uso de estas técnicas se remonta al año 1586: el peregrino belga Juan Zuallart, describiendo su peregrinación a los lugares santos, cuenta que en Belén «hacen rosarios y crucecillas de olivo, cedro y otras maderas» (Il devotissimo viaggio di Gerusalemme, Roma 1595, p. 206).
La enseñanza de esta técnica se puede remontar con seguridad a la constitución de la escuela en 1347, donde además del estudio de las materias teóricas, se promovía la enseñanza de disciplinas prácticas y de artesanado. En estas pequeñas factorías artesanas, además de la producción de objetos sencillos, comenzó también la fabricación de objetos de gran valor artístico, como las maquetas de los lugares santos y los belenes en madreperla y madera de olivo. El gran auge de estas actividades se produjo a raíz de los estudios de perspectiva de Bernardino Amico, que estuvo en Jerusalén y Belén en 1593-97.
Con su aportación se realizaron auténticas obras maestras de modelismo, especialmente en madreperla. Bajo el Imperio Otomano disminuyó la afluencia de peregrinos y, en consecuencia, se redujo la actividad productiva del artesanado local. Sería a comienzos del siglo XX cuando esta pequeña industria retomó un nuevo vigor, gracias a la contribución del padre Pacífico Riga, quien, como director y maestro de diseño de la Escuela de Belén durante 24 años, redescubrió y renovó la enseñanza de esta técnica.
Entre los productos elaborados artesanalmente en Belén se pueden citar belenes, sepulcros, cuadros en madreperla, relicarios y candelabros, además de modelos monumentales en miniatura que reproducen los santos lugares.