La importancia de la ciudad de Jaffa (Yafo, Ioppe), en la antigüedad, se debe principalmente a la presencia del puerto natural. Aquí llegó la madera de cedro del Líbano, necesaria para la fabricación del Templo en la época del Rey Salomón (2Cr 2, 16) y de Zorobobael (Es 3, 7). De Jaffa el profeta Jonás tomó la nave hacia Tarsis (Jon 1, 3). Los Hechos de los Apóstoles nos refieren la presencia de una comunidad de hebreos que creían en Jesús como el Mesías. Ellos fueron confortados de la visita del Apóstol Pedro, que en este lugar resucitó a una discípula de nombre Tabita. A Jaffa, en la casa de Simón el curtidor de pieles, Pedro tiene la célebre visión del mantel bajado del cielo que contenía toda clase de animales, puros e impuros. De aquí partió a su vez para Cesárea Marítima, para acoger en la Iglesia al Centurión romano Cornelio que fue el primero, entre los paganos, a convertirse con toda su familia (Hechos 10).
La Iglesia, dedicada a san Pedro, quiere conmemorar estos eventos. La construcción fue realizada por España, entre los años 1888 al 1894 sobre restos medievales de la ciudadela edificada por san Luis IX, rey de Francia, en el transcurso de la VI cruzada (1251). Fue el mismo rey que hizo venir a los Franciscanos a esta ciudad y les construye una Iglesia y un convento. Del 1650 los Franciscanos han construido, en Jaffa, un hospicio para la acogida de peregrinos que, siempre más numerosos, desembarcaban en el puerto de la ciudad. En la Iglesia se pueden admirar los hermosos vitrales, hechos en Mónaco de Baviera por F.X. Zettler. El púlpito en madera finamente esculpido con algunas escenas evangélicas de Jesús con san Pedro. En el retablo se puede apreciar el cuadro que representa la visión que tiene san Pedro, hecho por Talarn, pintor catalán.