Animados por una esperanza que no defrauda: fiesta de la Ascensión al cielo de Nuestro Señor Jesucristo | Custodia Terrae Sanctae

Animados por una esperanza que no defrauda: fiesta de la Ascensión al cielo de Nuestro Señor Jesucristo

Edículo de la Ascensión, Jerusalén. 17 de mayo de 2012

El jueves 17 de mayo se ha celebrado la fiesta de la Ascensión de Jesús al cielo, un evento que se realizó ante los ojos sorprendidos de los apóstoles, que vieron por última vez a Jesús resucitado, una vez ya cumplida su misión terrena. En Tierra Santa, en la cima del Monte de los Olivos –al este de Jerusalén- se custodia y se venera todavía hoy el lugar en el que se produjeron estos hechos hace dos mil años. Aquí, en el interior de un pequeño edículo de planta circular que rememora la ascensión del Señor, se encuentra la piedra que la tradición asocial al último paso terrenal de Jesús y que numerosos peregrinos visitan con fe y devoción. De hecho, el lugar tiene unos orígenes muy antiguos, acogiendo un primer santuario en el siglo IV que después fue destruido y sobre cuyas ruinas los cruzados edificaron una iglesia de grandes proporciones. Con la llegada del Islam, el santuario fue transformado en mezquita; hoy solo sobrevive el pequeño edículo, de propiedad aún musulmana. A este antiguo edificio abierto al cielo, como queriendo indicar el camino que conduce al cielo y que Jesús mismo recorrió, los musulmanes añadieron la cúpula que, hasta el día de hoy, cierra la bóveda superior.

En este santo lugar, muy querido por la tradición cristiana, solo se permite celebrar la eucaristía y la liturgia solemne con ocasión de la fiesta de la Ascensión. También este año, como ya es costumbre, los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa han dado inicio a la fiesta la tarde del miércoles con el ingreso solemne en el edículo de fray Artemio Vítores, vicario custodial, acompañado de numerosos frailes, religiosos y fieles, llegados desde lejos para participar en este momento tan especial de oración y devoción. Tras la celebración de las Vísperas solemnes, los presentes se han reunido en procesión, realizando en un clima de oración el giro en torno al pequeño edículo. Después, durante toda la noche de esta vigilia de la fiesta de la Ascensión, cristianos locales y grupos de peregrinos han llegado al lugar situado en la cima del Monte de los Olivos para rezar y velar junto a los franciscanos mientras las santas misas se han ido sucediendo, en multitud de lenguas distintas, hasta la mañana. En el exterior, en el que espacio que rodea el lugar y como es costumbre, se han instalado algunas tiendas, utilizadas como sacristía y para acoger a los peregrinos. Una ocasión preciosa para todos los cristianos que se han reunido aquí en estas horas de vela y de oración en común para saborear la sacralidad del lugar y para penetrar todavía más en el misterio de la íntima e indisoluble unión entre el cielo y la tierra, entre Dios y el hombre, que Cristo con su subida al Padre después de entregar su vida ha establecido para siempre. La fiesta se ha concluido con la santa misa solemne del jueves por la mañana, presidida por fray Artemio Vítores, que ha subrayado cómo Jesús, llegado aquí al final de su vida terrena, no se ha alejado del mundo con la Ascensión, sino que ha llevado nuestra humanidad al cielo en un gesto que nos abre a la alegre esperanza de la comunión perfecta.

Escribe el papa Pablo VI: «Fiesta de la Ascensión es por lo tanto nuestra fe; una fe que abre la ventana al más allá respecto a Cristo resucitado, dejándonos entrever algo de su gloria inmortal; y más allá de la muerte respecto de nosotros, morituri pero destinados al final de nuestros días en el tiempo a la supervivencia en la comunión de los santos y a la resurrección del último día a la eternidad. La fe se convierte entonces en esperanza (Hebr. 11,1); una esperanza victoriosa emana del misterio de la Ascensión, fuente y ejemplo de nuestro destino futuro, que puede y debe sostener el difícil camino de nuestra peregrinación terrena. Y la esperanza, estamos seguros, no defrauda: spes autem non confundit (Rom. 5,5)».

Texto de Caterina Foppa Pedretti
Fotos de fray Enrique Bermejo