«Bendito el que viene, el rey, en el nombre del Señor»: Domingo de Ramos en Jerusalén | Custodia Terrae Sanctae

«Bendito el que viene, el rey, en el nombre del Señor»: Domingo de Ramos en Jerusalén

1 de abril de 2012

La fiesta del Domingo de Ramos en Jerusalén ha reunido en la basílica del Santo Sepulcro, desde primera hora de la mañana, a la comunidad de cristianos latinos con la familia franciscana de la Custodia, a incontables sacerdotes, religiosos y religiosas de las muchas congregaciones presentes en Tierra Santa, a los fieles locales y a gran número de peregrinos que llenaban los espacios del santuario, curiosos y deseos de asistir a la procesión y a la celebración solemne.

A las 7. 45 h, los frailes franciscanos han abandonado el convento de San Salvador para dirigirse a la vecina sede patriarcal y acompañar en procesión al patriarca latino de Jerusalén, S. E. Mons. Fuad Twal, hasta la basílica del Santo Sepulcro. Al cortejo se ha unido también, en esta ocasión especial, una representación significativa de los Caballeros y Damas de la Soberana Orden Militar de Malta.

Una vez realizada la entrada solemne en la basílica, Mons. Twal se ha colocado ante el edículo del Santo Sepulcro y, como de costumbre, ha distribuido los ramos a todos los sacerdotes concelebrantes, a los frailes, clérigos y seminaristas y a algunos fieles. La larga procesión, acompañada de cantos y oraciones, en torno a la Tumba vacía del Señor con los ramos agitados en alto, ha inaugurado esta mañana de fiesta.

El patriarca ha presidido después la santa misa solemne celebrada delante del edículo del Santo Sepulcro, rodeado por los concelebrantes y la comunidad de fieles, llenos de fe y de emoción. Estaba presente en la ceremonia también el cónsul general de España en Jerusalén, Alfonso Portabales. A los cantos gregorianos de la liturgia latina se han sobrepuesto y mezclado el canto y la salmodia de los coptos y siríacos, también ellos en su empeño de alabar a Dios en la misma basílica y a pocos metros de distancia. En un clima de comunión y recogimiento, se ha hecho memoria de la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén, que nos introduce en los días de su Pasión, revivida con la lectura solemne del evangelio. Al finalizar la celebración, hacia las 11.00 h, los frailes franciscanos han vuelto nuevamente a acompañar al patriarca y a su séquito fuera de la basílica del Santo Sepulcro, recorriendo en procesión las estrechas calles de la Ciudad Vieja hasta la sede patriarcal.

Posteriormente, la comunidad franciscana, guiada por el custodio de Tierra Santa, fray Pierbattista Pizzaballa, se ha acercado hasta el santuario de Betfagé, en la ladera oriental del Monte de los Olivos, para almorzar y acoger a los fieles y peregrinos que se han reunido en esta pequeña aldea para participar en la solemne procesión de la tarde. Estaba también presente el grupo de Caballeros de la Soberana Orden Militar de Malta que, por la mañana, había participado en las celebraciones solemnes en la basílica del Santo Sepulcro. Eran muchísimos también los cristianos procedentes de numerosas parroquias de Israel y de los Territorios Palestinos. En total, más de 6.000 personas han querido estar presentes en esta importante cita.

Poco antes de las 14.30 h llegó a Betfagé también el patriarca latino, Mons. Fuad Twal. Con él y con el custodio de Tierra Santa, han participado también en la procesión S. E. Mons. William Shomali, obispo auxiliar del patriarca latino de Jerusalén, S. E. Mons. Kamal Batish, obispo auxiliar emérito de Jerusalén, y S. E. Mons. Giacinto Boulos Marcuzzo, obispo auxiliar de Nazaret.

Tras la oración en común inicial, la comitiva se ha puesto en movimiento, con cantos y danzas expresivas en multitud de lenguas, con los variopintos colores de las divisas y estandartes de los grupos locales de exploradores, con los ramos de olivo y palma festivamente en alto. Las autoridades religiosas y civiles cerraban la procesión. Una jornada de fiesta y comunión auténticas en la que cada uno ha podido manifestar con simplicidad y alegría su fe en el Señor que viene, recorriendo más o menos el mismo camino que recorrió Jesús, hace dos mil años, para entrar en la Ciudad Santa aclamado por una muchedumbre exultante. La larga procesión ha descendido por las pendientes del Monte de los Olivos entrando en la Ciudad Vieja de Jerusalén a través de la Puerta de los Leones y, como de costumbre, recomponiéndose lentamente en el patio de la cercana iglesia de Santa Ana, cuando la tarde ya tocaba a su fin. Aquí, el patriarca ha dirigido unas palabras de bienvenida y agradecimiento a los participantes, deseándoles una buena Semana Santa e impartiendo a los fieles la bendición solemne. Ha seguido después el tradicional desfile de los exploradores que, hasta la noche, han marchado cantando a lo largo de las calles que bordean los muros de la ciudad.

Este año, de modo especial, la procesión del Domingo de Ramos se ha dedicado a la consecución de la conversión del corazón y la búsqueda de la paz en Tierra Santa y en todo el mundo. A este propósito, son elocuentes las palabras del papa Benedicto XVI: «Al final del Evangelio para la bendición de los ramos escuchamos la aclamación con la que los peregrinos saludan a Jesús a las puertas de Jerusalén. Son palabras del Salmo 118 (117), que originariamente los sacerdotes proclamaban desde la ciudad santa a los peregrinos, pero que, mientras tanto, se había convertido en expresión de la esperanza mesiánica: "Bendito el que viene en nombre del Señor" (Sal 118 [117], 26; Lc 19, 38). Los peregrinos ven en Jesús al Esperado, al que viene en nombre del Señor, más aún, según el Evangelio de san Lucas, introducen una palabra más: "Bendito el que viene, el rey, en nombre del Señor". Y prosiguen con una aclamación que recuerda el mensaje de los ángeles en Navidad [...] Los ángeles habían hablado de la gloria de Dios en las alturas y de la paz en la tierra para los hombres a los que Dios ama. Los peregrinos en la entrada de la ciudad santa dicen: "Paz en el cielo y gloria en las alturas". Saben muy bien que en la tierra no hay paz. Y saben que el lugar de la paz es el cielo; saben que ser lugar de paz forma parte de la esencia del cielo. Así, esta aclamación es expresión de una profunda pena y, a la vez, es oración de esperanza: que Aquel que viene en nombre del Señor traiga a la tierra lo que está en el cielo. Que su realeza se convierta en la realeza de Dios, presencia del cielo en la tierra. La Iglesia, antes de la consagración eucarística, canta las palabras del Salmo con las que se saluda a Jesús antes de su entrada en la ciudad santa: saluda a Jesús como el rey que, al venir de Dios, en nombre de Dios entra en medio de nosotros. Este saludo alegre sigue siendo también hoy súplica y esperanza. Pidamos al Señor que nos traiga el cielo: la gloria de Dios y la paz de los hombres».



Texto de Caterina Foppa Pedretti
Fotos de Stefano Dal Pozzolo