El viernes 19 de febrero, las clarisas de Jerusalén han celebrado la elección de la nueva abadesa y de su consejo. En la tranquilidad de la capilla del monasterio, una monja ultimaba los preparativos antes de la ceremonia, presidida por Mons. Fuad Twal, patriarca latino de Jerusalén. Poco después, se han oído los pasos de las religiosas que llegaban al claustro en procesión, acompañadas por el patriarca y por fray Stéphane Milovitch ofm, delegado del patriarca para la comunidad.
El patriarca ha dado inicio a la ceremonia, anunciando los resultados de las votaciones. Las elegidas son: sor María Chiara Bosco, madre abadesa; sor Chiara Cristiana Ianni, vicaria; y sor María de Nazaret Munganyiki, la última en llegar a la comunidad, discreta.
«El Capítulo electivo es un acontecimiento en el seno de la Iglesia –explica la madre abadesa, todavía emocionada-, pero es también un nuevo soplo del Espíritu para nuestra comunidad; es un momento en el que se concreta la voluntad de Dios; un momento en el que la comunidad se detiene, tomando un tiempo de reflexión sobre la vida misma de la comunidad, para después reemprender juntas el camino. En la espiritualidad franciscana es la comunidad la que camina y no solo la abadesa quien dirige».
Tras haber anunciado los resultados, el patriarca ha entregado –como símbolo de responsabilidad- las llaves y el sello del monasterio. Inmediatamente después la madre abadesa ha abrazado a cada una de las monjas, seguida por las otras monjas del consejo. Interrogada sobre el significado de esta elección, sor María Chiara explica: «Esto no es cuestión de democracia en el seno de la comunidad. Santa Clara afirma que la abadesa es la sierva de todas las religiosas y está al servicio de la unidad de la comunidad. Es una hermana entre sus hermanas, pero con un papel de unidad, de guía, pero sobre todo de servicio».
El monasterio de Santa Clara de Jerusalén fue fundado en 1888 por una comunidad francesa de Paray-le-Monial. Desde su refundación en 2008 con la ayuda del patriarca y del padre custodio, este lugar de oración está sobre todo unido, en Italia, a la ciudad de Asís. Hoy, la comunidad está compuesta por once religiosas de tres nacionalidades distintas –italiana, francesa y ruandesa- y goza de una nueva estabilidad y aliento.
En Jerusalén, las religiosas clarisas están en comunión con la Iglesia madre de Jerusalén y constituyen una presencia de paz orante con el resto de comunidades contemplativas. «Viviendo entre Jerusalén y Belén, estamos rodeadas del misterio de la redención. Nuestra vocación se enraíza hoy en esta tierra por la población local y de todo el mundo. La oración de nuestra vida “inútil”, en sentido utilitario, se ofrece en la comunión de la Iglesia a todos aquellos que tienen necesidad de ella. No hay personas solas en Cristo, somos todos un único cuerpo. Nuestras oraciones son como las raíces de un árbol, es decir, están escondidas; pero el árbol no puede vivir sin sus raíces. Las clarisas, como el resto de comunidades, tienen un lugar y una misión en la Iglesia; el nuestro es escondido pero está unido a los demás mediante la oración».
El patriarca ha dado inicio a la ceremonia, anunciando los resultados de las votaciones. Las elegidas son: sor María Chiara Bosco, madre abadesa; sor Chiara Cristiana Ianni, vicaria; y sor María de Nazaret Munganyiki, la última en llegar a la comunidad, discreta.
«El Capítulo electivo es un acontecimiento en el seno de la Iglesia –explica la madre abadesa, todavía emocionada-, pero es también un nuevo soplo del Espíritu para nuestra comunidad; es un momento en el que se concreta la voluntad de Dios; un momento en el que la comunidad se detiene, tomando un tiempo de reflexión sobre la vida misma de la comunidad, para después reemprender juntas el camino. En la espiritualidad franciscana es la comunidad la que camina y no solo la abadesa quien dirige».
Tras haber anunciado los resultados, el patriarca ha entregado –como símbolo de responsabilidad- las llaves y el sello del monasterio. Inmediatamente después la madre abadesa ha abrazado a cada una de las monjas, seguida por las otras monjas del consejo. Interrogada sobre el significado de esta elección, sor María Chiara explica: «Esto no es cuestión de democracia en el seno de la comunidad. Santa Clara afirma que la abadesa es la sierva de todas las religiosas y está al servicio de la unidad de la comunidad. Es una hermana entre sus hermanas, pero con un papel de unidad, de guía, pero sobre todo de servicio».
El monasterio de Santa Clara de Jerusalén fue fundado en 1888 por una comunidad francesa de Paray-le-Monial. Desde su refundación en 2008 con la ayuda del patriarca y del padre custodio, este lugar de oración está sobre todo unido, en Italia, a la ciudad de Asís. Hoy, la comunidad está compuesta por once religiosas de tres nacionalidades distintas –italiana, francesa y ruandesa- y goza de una nueva estabilidad y aliento.
En Jerusalén, las religiosas clarisas están en comunión con la Iglesia madre de Jerusalén y constituyen una presencia de paz orante con el resto de comunidades contemplativas. «Viviendo entre Jerusalén y Belén, estamos rodeadas del misterio de la redención. Nuestra vocación se enraíza hoy en esta tierra por la población local y de todo el mundo. La oración de nuestra vida “inútil”, en sentido utilitario, se ofrece en la comunión de la Iglesia a todos aquellos que tienen necesidad de ella. No hay personas solas en Cristo, somos todos un único cuerpo. Nuestras oraciones son como las raíces de un árbol, es decir, están escondidas; pero el árbol no puede vivir sin sus raíces. Las clarisas, como el resto de comunidades, tienen un lugar y una misión en la Iglesia; el nuestro es escondido pero está unido a los demás mediante la oración».