Construir una cultura de paz: reflexiones pedagógicas para el mes de la paz 2012 | Custodia Terrae Sanctae

Construir una cultura de paz: reflexiones pedagógicas para el mes de la paz 2012

Enero está considerado por la Iglesia Católica como el mes de la paz, empezando precisamente el primer día del año, en el que se celebran la fiesta de María Santísima Madre de Dios y la Jornada Mundial de la Paz. Este año, el papa Benedicto XVI ha elegido para esta Jornada el lema Educar a los jóvenes en la justicia y la paz, ofreciendo de este modo a la reflexión un sentido eminentemente educativo, consciente de que el fermento y los ideales que portan los jóvenes deben encontrar «la debida atención en todos los componentes de la sociedad» y que «la Iglesia mira a los jóvenes con esperanza, confía en ellos y les anima a buscar la verdad, defender el bien común y tener una perspectiva abierta hacia el mundo y una mirada capaz de ver "cosas nuevas" (Is 42,9; 48,6)».

La paz es un tema complejo que encierra en sí amplios horizontes de ideales y valores y que se conquista a través de una paciente acción educativa de la persona. Brevemente, se pueden distinguir dos dimensiones: la «pequeña paz» y la «gran paz», representativas de los dos niveles de reflexión –el primero en un ámbito más reducido y el segundo, más amplio- que el tema encierra en sí. La «pequeña paz» concierne al ámbito cotidiano, se refiere a las relaciones existentes entre los individuos y que deberían estar marcadas por la acogida y valorización de las peculiaridades de cada uno; necesita, para poder realizarse, del respeto a la diversidad y la unicidad del prójimo y también, y sobre todo, al prójimo con tradiciones culturales diferentes. La «gran paz» afecta sobre todo al diálogo entre los pueblos, que con frecuencia necesita de la mediación de personas iluminadas y preparadas en el plano educativo y cultural para que las partes implicas aprendan a
{detenerse} ante el eventual conflicto que les divide, esforzándose aún más en la elaboración de una «ética de la resolución del conflicto y de la reconciliación» y en la tolerancia de las divergencias recíprocas.

La educación de la persona, y sobre todo de los jóvenes, debe moverse siempre en aquella trayectoria que conecte estas dos dimensiones, ayudando al individuo a acoger -con interés, atención y apertura al prójimo- la posibilidad y la vocación a una intersubjetividad más amplia, hasta abrazar a todos los seres humanos, que participan de los valores más altos. La persona, por tanto, es el primer centro moral en virtud del cual la paz puede nacer y se puede difundir y debe educarse para ser protagonista de una paz constructiva, activa y emprendedora, pero también crítica en cuanto a los límites, las insuficiencias y deformidades del mundo. La persona, su educación y el cultivo de su forma humana interior deben estar en la base de toda renovación social e histórico-política, capaz de promover y alimentar la paz y la justicia. Los elementos esenciales de la formación del individuo desde esta perspectiva se pueden definir así: 1) la persona como centro moral: la conciencia humana, como enseña Emmanuel Levinas, es capaz de sentir y comprender la ley ética más alta y de asumir la responsabilidad de la acción moral como acción fundadora de la vida personal, social e histórica de la que dependen el sentido de la comunión y de la solidaridad interpersonales en un destino común; 2) la persona y los valores: si la base de la paz se asienta en el interior del hombre y necesita ser educada atentamente, la paz auténtica debe ser testigo del esfuerzo en la realización de los valores más altos, en el incremento del valor de la realidad presente, más allá de los hechos y los límites que en ella existen, y asume por ello un carácter dinámico y evolutivo, ética y religiosamente inspirado, cuyos resultados no pueden sino proceder de estrategias y medios noviolentos que rompan los mecanismos de violencia, injusticia, dominación y muerte, porque no existen fines buenos y pacíficos que se puedan conseguir con medios violentos, ofensivos o deshonestos; 3) la persona y la actuación práctica: la aspiración a la paz, el servicio a los valores más altos, la búsqueda de una realidad renovada, son los verdaderos motores de la actuación personal, convirtiendo la misma acción en instrumento auténtico de paz, de acogida, de solidaridad humana en el momento en que se abre a la presencia del «tú», visto como oportunidad creativa y colaboradora en favor del bien común. A través de este esfuerzo concreto, el individuo encuentra el camino para salir de su propia soledad y de su propia finitud, descubriendo la auténtica proximidad por la cual el «tú» se convierte en el fin de la búsqueda de la unidad y del amor. Tal esfuerzo constituye un auténtico recorrido de formación y autoformación que se caracteriza por la inspiración religiosa, por una proyectualidad profética, apostólica y pastoral, sobre todo respecto a los jóvenes. La acción orientada a la paz no puede nacer sino de la fe en el hombre, en aquella fe que surge de la intimidad personal y que se prolonga en dirección universal hasta abarcar, en su praxis constructiva y salvífica, a todos los hombres, conscientes de encontrarse con el sacrificio, el sufrimiento, la fragilidad y la debilidad que anhelan liberar la lógica de la potencia y de la violencia del mundo y cuya medida, para los cristianos, es la cruz de Cristo.

En Tierra Santa, la búsqueda de la paz es un objetivo emblemático que interpela a todos. Reconociendo la obligación fundamental de las instituciones políticas y jurídicas, a las que afecta la responsabilidad del bien común y de la determinación de los supuestos sobre los que basar la convivencia y el crecimiento social, es esencial al mismo tiempo la búsqueda y la promoción de la adhesión de las conciencias individuales y de los grupos sociales a los valores de la paz, de la participación y de la ciudadanía. En este sentido, la acción educativa puede hacer mucho, recuperando la centralidad de la dimensión humana integral como síntesis de los componentes éticos, culturales, espirituales y religiosos de la persona. En muchos casos, los problemas políticos no encuentran una solución adecuada mediante el uso de medios meramente políticos. El papel fundamental e inspirador de las dimensiones morales y culturales en la esfera civil, social y política merece ser revalorizado desde el punto educativo. El pacto por una nueva educación, que se inspire en la tensión del hombre por realizarse a sí mismo plenamente en la verdad y la justicia y que valore el potencial regenerador contenido en los valores de la apertura y de la creatividad intelectual y moral, es una de las oportunidades más prometedoras para diseñar nuevos modelos de ciudadanía en Tierra Santa y para alimentar una cultura de paz y de reconciliación en la que los jóvenes puedan ser realmente los protagonistas. El objetivo, por ello, es el de promover el paso de una mentalidad y de una ciudadanía que reproducen las condiciones que alimentan el conflicto y la desconfianza recíprocas a aquellas de una condición abierta e incluyente que sepa introducir los factores de cambio necesarios para una convivencia civil positiva y pacífica entre los grupos y entre los pueblos. Para ello hay que abandonar toda forma de adoctrinamiento en la violencia y en la justificación de la misma a través de la construcción de estereotipos, la mistificación de la verdad, la reproducción de formas de segregación que golpean a los mismos jóvenes. Para alimentar la fe en el prójimo y el ímpetu creativo de la paz, es necesario ayudar a las nuevas generaciones a conocer y a interiorizar los valores democráticos y los fundamentos de la existencia común en el respeto y salvaguardia de la diversidad. Esta es la misión de la educación para la paz y la no violencia que, ante la pregunta «¿mi razones son más importantes/tienen mayor valor que tu vida?», ponen como objetivo primero el de mejorar cada uno. La conciencia de que la persona puede ser protagonista de elecciones que se opongan al mal y a la violencia –afirma Aldo Capitini, gran maestro y educador en este campo- parte del no «considerar al hombre, y especialmente al joven, como un ser humano sin otras tendencias que a la violencia y la lucha. Gracias a la religión reconocemos en el prójimo, por lo menos, una tendencia igual hacia la unidad y al amor al prójimo y, por eso, refiriéndonos y basándonos en ella, la educación intenta confirmarla y desarrollarla».

Texto de Caterina Foppa Pedretti