De la unción en Betania a la Procesión fúnebre de Cristo | Custodia Terrae Sanctae

De la unción en Betania a la Procesión fúnebre de Cristo

Al concluir el oficio de la Procesión fúnebre de Cristo, la asamblea gozosa se reunía en torno a los diáconos que vestían todavía sus dalmáticas negras. Decenas de manos se extienden, algunas con el rosario en las palmas, otras con pañuelos, otras vacías con la esperanza de no seguir así mucho tiempo. Los diáconos no saben no saben a quién dirigirse para responder a las peticiones de todos estos fieles; algunos de ellos distribuyen hierbas aromáticas, otro incienso y los dos últimos mirra y perfume.

Este año por primera vez, el lunes de la Semana Santa, el perfume y la mirra han sido bendecidos antes de la celebración, durante la peregrinación a Betania, el lugar de Lázaro, Marta y María. La Iglesia universal propone como texto del día el evangelio de Juan 12,1-11.
«Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos». Y seis días antes de la Pascua, la Custodia se reunido precisamente en torno a este precioso perfume.
Como ha recordado el custodio en la homilía, seis días antes de la Pascua, Jesús era consciente de lo que tenía que sufrir y lo acepta en la más absoluta libertad. Cuando, en este texto del Evangelio, se asiste a la escena llamada «unción de Betania» y María derrama en los pies de Jesús ese perfume tan caro, los discípulos se escandalizan ante tal gesto que parece un gasto superficial. Durante esta bendición del Lunes Santo, la liturgia realiza lo que este gesto significa. La unción prefigura la muerte de Jesús, y la bendición de los óleos y los perfumes prefigura la liturgia del Viernes Santo. Los dos episodios y las dos liturgias están íntimamente ligados.
Ante la mirra y el perfume, el custodio ha invitado a reflexionar sobre su dimensión humana y espiritual. Son signos de muerte –la mirra se utiliza para embalsamar-, pero son también signos de alegría –se utiliza el perfume en los días de fiesta-, y finalmente de sanación. El óleo, de hecho, como se aprecia en la parábola del Buen Samaritano, se utiliza también para curar las llagas.

El custodio ha invitado a los fieles a convertirse en «perfume de Cristo» (2Cor 2,15). Cristo nos hace pasar, como él mismo hizo, de la muerte a la vida. Él es nuestra alegría, cura nuestras llagas, y no solo las físicas; recibiendo este perfume nos convertimos a su vez en unción de todo aquello que está herido en torno a nosotros. Debemos imagen suya, imagen de Aquel que trae la verdadera liberación de todo lo que es semilla de muerte.

Al finalizar la celebración el custodio ha depositado algunas gotas de perfume en las palmas de las manos de algunos fieles diciendo: «Sé el perfume de Cristo». Este mismo perfume ungirá las manos de los fieles al concluir la Procesión fúnebre de Cristo. Que los fieles que se introducen en el silencio del Sábado Santo se conviertan a su vez en «perfume de Cristo»

Si quieres descubrir el oficio de la Procesión fúnebre, mira el álbum de fotos, que habla por sí mismo; allí podrás también leer este texto.

Viernes Santo 2008: Procesión fúnebre en el Santo Sepulcro