Un querido amigo mío que se autodefine ateo afirma con decisión que somos sólo tierra que camina. Afirma que, científicamente, la tierra se transforma en frutos comestibles que luego se transforman en carne, nuestra carne, nosotros como cuerpo, sustancia. ¿Cuántas “tierras caminantes” recorren cada año a lo ancho y a lo largo la Tierra Santa? ¡Los peregrinos que vienen de todas partes del mundo!
Con frecuencia me han venido a la cabeza estos pensamientos cuando hacía la peregrinación con la comunidad católica india presente en Tierra Santa por el camino que va de Jerusalén a Belén, el 11 de diciembre pasado, la primera etapa de su camino de preparación para la Navidad, un camino recorrido hace dos mil años por José y María a la espera de que naciera Jesús.
También ellos, “tierras caminantes” de Galilea. Estaba con ellos, italiano entre indios, caminando por una tierra que no nos ha visto nacer a ninguno de nosotros. Éramos “tierras caminantes” distintas en una tierra que no era la nuestra, como los reyes Magos, también ellos procedentes de tierras lejanas. El padre Jaya, capellán franciscano de esta comunidad, nos repetía con frecuencia que el nuestro era un camino de preparación física, mental y espiritual.
Yo, por mi parte, sentí especialmente la preparación física en la primera etapa, sobre todo el día después, cuando las piernas empezaron a recordarme la marcha del día anterior, una gran parte de ella bajo la lluvia y con todo el equipo fotográfico. Más que José o María, me sentía como el asno que les acompañaba. Ante aquel inmenso misterio, sucedido hace más de dos mil años, que invita a alzar los ojos al cielo, yo pensaba en la “tierra que camina”. Por un brevísimo momento, nosotros, tierras en camino, atravesando el checkpoint, hemos sido “tierras” que han unido las dos partes: Israel y Palestina. Pensamientos de un asno que, bajo el peso de la fatiga, mira abajo, mira a la tierra, con su paso lento y poco agraciado.
La segunda etapa de preparación de esta comunidad ha sido la peregrinación desde el Campo de los Pastores hasta la Gruta de la Natividad, el 18 de diciembre. El camino, más corto, permitió participar a muchas familias. Éramos casi dos mil personas. Los pastores, los últimos de la sociedad, a los que no se toma en cuenta, los más pobres son los primeros en recibir el anuncio de los ángeles. Cómo no pensar en tantos emigrantes que tenía a mi alrededor, en sus vidas, en sus dificultades. Han venido aquí a trabajar para vivir, en un contexto social que, con frecuencia, es hostil a su fe. Algunos de ellos me contaban que rezan en los baños de las casas de sus empleadores, que no quieren ver ningún símbolo cristiano.
Nosotros, “tierras caminantes” diferentes, en esta tierra tan amada como difícil, nos hemos reunido para comprender que lo que ocurriría una semana después era, sobre todo, una novedad para quien está en la dificultad. Era como si alguno dijera: “Poneos en piez, alzaos sobre la tierra”. Yo me he sentido como el asno que soy, que, desgraciadamente, camina bajo el peso de la fatiga mirando a la tierra, intentando levantar el hocico para mirar por encima de la tierra. La presencia alegre de los niños era un mensaje de esperanza, un futuro distinto y posible, y estos niños son su signo, como el Niño que nacería en pocos días.
Hoy estoy aquí, en Jaffa, para celebrar la misa de la vigilia de la Navidad con la comunidad india. Estoy aquí con mi familia, mi mujer y mis hijos, con esta comunidad que es ya un poco la mía. Estamos lejos del centro de la noticia que todo el mundo espera esta noche. Todos los focos apuntan a Belén. Nosotros estamos aquí, en la iglesia de San Antonio, en Jaffa, tantos trabajadores, tantas familias, tantos niños. ¡En cuántas iglesias del mundo se repetirá la misma escena! Sin embargo, es una Navidad distinta de las demás.
Hay más de mil quinientos fieles reunidos en la plaza. Se celebra fuera de la iglesia porque dentro no se cabe. Muchos visten trajes tradicionales de la India. Las mujeres, con frecuencia mamás con los niños en brazos o en el regazo, están guapísimas con los vestidos de colores. El asno que hay en mí levanta el hocico de la tierra y mira a su alrededor. Preside la misa el padre Arogia Swami ofm, ayudado por el padre Praveen Dsovza ofm y, por supuesto, el padre Jaya.
En su homilía en lengua konkani, que el padre Jaya me traduce, el padre Arogia invita a una conversión de encarnación: así como el Verbo de Dios se hace carne en un Niño, también nosotros, que oímos la Palabra, debemos darle vida en nosotros, dándole carne en nuestra vidas cotidianas. ¡Cómo no pensar en el cansancio de tantas familias presentes! Celebramos el nacimiento de un niño pequeño, inerme, que necesita de los cuidados de su joven mamá. Celebramos el nacimiento de un niño cuyo padre con frecuencia estaba buscando trabajo y cuya familia ha sido emigrante a Egipto. Estamos aquí para recordar que toda esta tribulación tiene un sentido, que el camino tiene una dirección.
Estamos en Jaffa, que está unida a Tel Aviv, la capital de la diversión de Israel, la ciudad que no duerme nunca, para celebrar algo en un clima externo totalmente diferente. Estamos en una ciudad donde viven estos trabajadores de origen indio en los lugares más humildes, en su Nazaret.
Estamos aquí, a pocos pasos del mar, cuyo olor es bastante fuerte y que me recuerda que un poco más allá de este agua está mi tierra, Italia. Un gesto sugerente cuando los sacerdotes, al final de la celebración, llevan al Niño entre la gente que se pone en fila para besarlo, para besar al Emmanuel. Miro con admiración la devoción de esta multitud que se manifiesta en sus gestos rituales. Me sorprende la generosidad y la “tarta de Navidad”.
El padre Jaya me explica que hoy es el cumpleaños de Jesús y todos los niños nacidos en Tierra Santa son bendecidos, y el más pequeño, que tiene pocas semanas, sigue con su madre el corte de la tarta. Al final de la misa se hará una especie de sorteo para los pobres y la tarta, que ha costado 4000 NIS, todo ello se destinará a ayudar a las familias más necesitadas.
Estamos en vela, esperamos la medianoche, esperamos la luz. No, querido amigo que te defines como ateo, no somos sólo tierra que camina, somos mucho más. ¿Qué somos? No me lo preguntes a mí, que soy sólo un asno. Pero siento que hay algo más, lo veo en esta gente. Llega la medianoche, el Salvador viene otra vez a la luz, trae la Luz. Es justamente esta Luz la que hace que el asno levante pesadamente su cabeza para contemplar, admirado, una cosa que no consigue describir aquí, en estas pocas líneas. Somos tierra que camina… ¡pero destinada al cielo! Feliz Navidad para todos.
Marco Gavasso
Con frecuencia me han venido a la cabeza estos pensamientos cuando hacía la peregrinación con la comunidad católica india presente en Tierra Santa por el camino que va de Jerusalén a Belén, el 11 de diciembre pasado, la primera etapa de su camino de preparación para la Navidad, un camino recorrido hace dos mil años por José y María a la espera de que naciera Jesús.
También ellos, “tierras caminantes” de Galilea. Estaba con ellos, italiano entre indios, caminando por una tierra que no nos ha visto nacer a ninguno de nosotros. Éramos “tierras caminantes” distintas en una tierra que no era la nuestra, como los reyes Magos, también ellos procedentes de tierras lejanas. El padre Jaya, capellán franciscano de esta comunidad, nos repetía con frecuencia que el nuestro era un camino de preparación física, mental y espiritual.
Yo, por mi parte, sentí especialmente la preparación física en la primera etapa, sobre todo el día después, cuando las piernas empezaron a recordarme la marcha del día anterior, una gran parte de ella bajo la lluvia y con todo el equipo fotográfico. Más que José o María, me sentía como el asno que les acompañaba. Ante aquel inmenso misterio, sucedido hace más de dos mil años, que invita a alzar los ojos al cielo, yo pensaba en la “tierra que camina”. Por un brevísimo momento, nosotros, tierras en camino, atravesando el checkpoint, hemos sido “tierras” que han unido las dos partes: Israel y Palestina. Pensamientos de un asno que, bajo el peso de la fatiga, mira abajo, mira a la tierra, con su paso lento y poco agraciado.
La segunda etapa de preparación de esta comunidad ha sido la peregrinación desde el Campo de los Pastores hasta la Gruta de la Natividad, el 18 de diciembre. El camino, más corto, permitió participar a muchas familias. Éramos casi dos mil personas. Los pastores, los últimos de la sociedad, a los que no se toma en cuenta, los más pobres son los primeros en recibir el anuncio de los ángeles. Cómo no pensar en tantos emigrantes que tenía a mi alrededor, en sus vidas, en sus dificultades. Han venido aquí a trabajar para vivir, en un contexto social que, con frecuencia, es hostil a su fe. Algunos de ellos me contaban que rezan en los baños de las casas de sus empleadores, que no quieren ver ningún símbolo cristiano.
Nosotros, “tierras caminantes” diferentes, en esta tierra tan amada como difícil, nos hemos reunido para comprender que lo que ocurriría una semana después era, sobre todo, una novedad para quien está en la dificultad. Era como si alguno dijera: “Poneos en piez, alzaos sobre la tierra”. Yo me he sentido como el asno que soy, que, desgraciadamente, camina bajo el peso de la fatiga mirando a la tierra, intentando levantar el hocico para mirar por encima de la tierra. La presencia alegre de los niños era un mensaje de esperanza, un futuro distinto y posible, y estos niños son su signo, como el Niño que nacería en pocos días.
Hoy estoy aquí, en Jaffa, para celebrar la misa de la vigilia de la Navidad con la comunidad india. Estoy aquí con mi familia, mi mujer y mis hijos, con esta comunidad que es ya un poco la mía. Estamos lejos del centro de la noticia que todo el mundo espera esta noche. Todos los focos apuntan a Belén. Nosotros estamos aquí, en la iglesia de San Antonio, en Jaffa, tantos trabajadores, tantas familias, tantos niños. ¡En cuántas iglesias del mundo se repetirá la misma escena! Sin embargo, es una Navidad distinta de las demás.
Hay más de mil quinientos fieles reunidos en la plaza. Se celebra fuera de la iglesia porque dentro no se cabe. Muchos visten trajes tradicionales de la India. Las mujeres, con frecuencia mamás con los niños en brazos o en el regazo, están guapísimas con los vestidos de colores. El asno que hay en mí levanta el hocico de la tierra y mira a su alrededor. Preside la misa el padre Arogia Swami ofm, ayudado por el padre Praveen Dsovza ofm y, por supuesto, el padre Jaya.
En su homilía en lengua konkani, que el padre Jaya me traduce, el padre Arogia invita a una conversión de encarnación: así como el Verbo de Dios se hace carne en un Niño, también nosotros, que oímos la Palabra, debemos darle vida en nosotros, dándole carne en nuestra vidas cotidianas. ¡Cómo no pensar en el cansancio de tantas familias presentes! Celebramos el nacimiento de un niño pequeño, inerme, que necesita de los cuidados de su joven mamá. Celebramos el nacimiento de un niño cuyo padre con frecuencia estaba buscando trabajo y cuya familia ha sido emigrante a Egipto. Estamos aquí para recordar que toda esta tribulación tiene un sentido, que el camino tiene una dirección.
Estamos en Jaffa, que está unida a Tel Aviv, la capital de la diversión de Israel, la ciudad que no duerme nunca, para celebrar algo en un clima externo totalmente diferente. Estamos en una ciudad donde viven estos trabajadores de origen indio en los lugares más humildes, en su Nazaret.
Estamos aquí, a pocos pasos del mar, cuyo olor es bastante fuerte y que me recuerda que un poco más allá de este agua está mi tierra, Italia. Un gesto sugerente cuando los sacerdotes, al final de la celebración, llevan al Niño entre la gente que se pone en fila para besarlo, para besar al Emmanuel. Miro con admiración la devoción de esta multitud que se manifiesta en sus gestos rituales. Me sorprende la generosidad y la “tarta de Navidad”.
El padre Jaya me explica que hoy es el cumpleaños de Jesús y todos los niños nacidos en Tierra Santa son bendecidos, y el más pequeño, que tiene pocas semanas, sigue con su madre el corte de la tarta. Al final de la misa se hará una especie de sorteo para los pobres y la tarta, que ha costado 4000 NIS, todo ello se destinará a ayudar a las familias más necesitadas.
Estamos en vela, esperamos la medianoche, esperamos la luz. No, querido amigo que te defines como ateo, no somos sólo tierra que camina, somos mucho más. ¿Qué somos? No me lo preguntes a mí, que soy sólo un asno. Pero siento que hay algo más, lo veo en esta gente. Llega la medianoche, el Salvador viene otra vez a la luz, trae la Luz. Es justamente esta Luz la que hace que el asno levante pesadamente su cabeza para contemplar, admirado, una cosa que no consigue describir aquí, en estas pocas líneas. Somos tierra que camina… ¡pero destinada al cielo! Feliz Navidad para todos.
Marco Gavasso