El miércoles 2 de marzo se ha celebrado la segunda peregrinación cuaresmal de los franciscanos tras los pasos de Cristo. Después del Dominus flevit, le ha tocado a Getsemaní, que ha acogido la oración de los fieles locales y los peregrinos de todo el mundo.
En esa tranquila tarde en el monte de los Olivos, la asamblea ha llegado lentamente al santuario franciscano, tomando puesto en la suntuosa basílica. Poco después ha comenzado la misa, presidida por fray Stéphane Milovitch ofm.
Fray Frédéric Manns ofm, en su homilía, ha propuesto una reflexión sobre el célebre texto del Evangelio de Mateo 26 -«Padre mío, si es posible, ¡que pase de mí este cáliz! Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya»- apenas leído. Ha citado un párrafo de la Carta Encíclica de san Juan Pablo II, Dives in misericordia, que trata de la función mesiánica y de la misericordia:
El que “pasó haciendo el bien y sanando”, “curando toda clase de dolencias y enfermedades”, él mismo parece merecer ahora la más grande misericordia y apelarse a la misericordia cuando es arrestado, ultrajado, condenado, flagelado, coronado de espinas; cuando es clavado en la cruz y expira entre terribles tormentos. Es entonces cuando merece de modo particular la misericordia de los hombres, a quienes ha hecho el bien, y no la recibe» (DM 7,71-73).
«Cristo es el Siervo sufriente. Ha venido para servir y no para ser servido. Su sufrimiento salva al mundo. El sufrimiento no es algo absurdo: puede contribuir a la salvación del mundo», ha proseguido diciendo fray Frédéric, antes de citar a Blaise Pascal: «Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo. No hay que dormir durante ese tiempo. Jesús rogó a los hombres y nadie ha contestado. Consuélate, no me buscarías si no me hubieras encontrado ya. Pensaba en ti en mi agonía; derramé gotas de sangre por ti». La agonía de Jesús es una realidad presente para los cristianos de Oriente Medio –ha subrayado el predicador-. También para ellos «es una vigilia de oración en la noche del mundo. Pero a esta humillación le seguirá la resurrección».
N.H
En esa tranquila tarde en el monte de los Olivos, la asamblea ha llegado lentamente al santuario franciscano, tomando puesto en la suntuosa basílica. Poco después ha comenzado la misa, presidida por fray Stéphane Milovitch ofm.
Fray Frédéric Manns ofm, en su homilía, ha propuesto una reflexión sobre el célebre texto del Evangelio de Mateo 26 -«Padre mío, si es posible, ¡que pase de mí este cáliz! Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya»- apenas leído. Ha citado un párrafo de la Carta Encíclica de san Juan Pablo II, Dives in misericordia, que trata de la función mesiánica y de la misericordia:
El que “pasó haciendo el bien y sanando”, “curando toda clase de dolencias y enfermedades”, él mismo parece merecer ahora la más grande misericordia y apelarse a la misericordia cuando es arrestado, ultrajado, condenado, flagelado, coronado de espinas; cuando es clavado en la cruz y expira entre terribles tormentos. Es entonces cuando merece de modo particular la misericordia de los hombres, a quienes ha hecho el bien, y no la recibe» (DM 7,71-73).
«Cristo es el Siervo sufriente. Ha venido para servir y no para ser servido. Su sufrimiento salva al mundo. El sufrimiento no es algo absurdo: puede contribuir a la salvación del mundo», ha proseguido diciendo fray Frédéric, antes de citar a Blaise Pascal: «Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo. No hay que dormir durante ese tiempo. Jesús rogó a los hombres y nadie ha contestado. Consuélate, no me buscarías si no me hubieras encontrado ya. Pensaba en ti en mi agonía; derramé gotas de sangre por ti». La agonía de Jesús es una realidad presente para los cristianos de Oriente Medio –ha subrayado el predicador-. También para ellos «es una vigilia de oración en la noche del mundo. Pero a esta humillación le seguirá la resurrección».
N.H