Es su fiesta, la de la institución de la eucaristía, la del servicio a los demás como prioridad, la de la misericordia de Dios de la que deben ser testigos vivos. Es su fiesta y han venido, más de 150 sacerdotes, reunidos en torno al patriarca latino, S. B. Mons. Fuad Twal, rodeado de sus obispos auxiliares y vicarios patriarcales, del delegado apostólico y de los canónigos. Han venido aquí, «a algunos metros del Gólgota, donde el santo cuerpo de Jesús ha sido inmolado y donde su sangre ha sido derramada en remisión por nuestros pecados. Y es siempre aquel mismo cuerpo aquella misma sangre la que tomamos en cada eucaristía. Estamos presentes en ese mismo momento, único y eterno, en este mismo lugar, donde Cristo ha ofrecido su vida en sacrificio por nosotros», les ha dicho el patriarca en su homilía. Concluía así: «¡Qué privilegio y qué responsabilidad!». ¡Qué responsabilidad –ha seguido insistiendo- la estar «en el puesto de Jesús».
Durante la celebración el patriarca ha lavado los pies a 12 seminaristas, después los sacerdotes han renovado su promesa sacerdotal. Posteriormente, el Patriarca ha bendecido los santos óleos.
Tras la comunión, la impresionante procesión de los sacerdotes en torno a la tumba vacía de Cristo ha sido para ellos un momento fuerte.
En la basílica de la Resurrección, algunos fieles locales y unos pocos peregrinos se han unido, compartiendo este intenso momento donde el Viviente anuncia ya su victoria sobre la muerte.
El Triduo Pascual ha empezado.
Después, cuando la llave de la basílica ha sido entregada simbólicamente al vicario custodial, fray Dobromir Jasztal, los seminaristas han permanecido en oración delante del Santísimo Sacramento, en la tumba vacía.
En el Cenáculo, lavatorio de los pies a los niños de Jerusalén
En el mismo momento, algunos frailes franciscanos, acompañados de peregrinos y familias cristianas venidas de la ciudad vieja, partían en peregrinación hacia el Cenáculo.
En el lugar, la lectura del lavatorio de los pies se ha hecho en árabe. El padre custodio, fray Pierbattista Pizzaballa, repitiendo los gestos que el Salvador hizo precisamente aquí, ha lavado, de rodillas, los pies a doce niños del a parroquia latina de Jerusalén. La sala estaba extrallena, porque los niños habían llegado hacía tiempo con el padre Firás Hiyazin, el párroco, así como con otros muchos peregrinos.
«Estoy muy contento», confiesa Isa, de diez años, uno de los doce niños; «¡Yo también!», añade Daniel rápidamente mientras se prepara para hacerse un selfie con sus compañeros.
Desde el Cenáculo, todos se han dirigido hacia los armenios. La tradición prevé dos estaciones de oración: la primera en la catedral de Santiago, restaurada recientemente, y la segunda en la iglesia de San Miguel Arcángel. Fray Artemio Vítores ha recordado el vínculo que une a los franciscanos con la comunidad armenia, que les acogió en primer lugar después de su expulsión del Cenáculo en 1551.
El cortejo ha partido después para la iglesia siríaca de San Marcos, donde han hecho la última estación de oración. Pero las celebraciones del Jueves Santo en Jerusalén todavía no han terminado.
Hora santa en Getsemaní
La jornada ha proseguido en la basílica de Getsemaní con la tradicional hora santa, grabada y retransmitida en directo por el Christian Media Center (http://cmc-terrasanta.com). Cristianos locales y de todo el mundo se han reunido para «velar y orar» una hora con Jesús, en la vigilia de su Pasión. El custodio ha comenzado cubriendo la roca de la agonía, que se encuentra delante del altar, con pétalos de rosas rojas que recuerdan las gotas de sangre que sudó Cristo la noche de su agonía en este mismo huerto de los Olivos donde se encuentra hoy la basílica. Con solicitud y devoción, los fieles, al final de la oración, se han inclinado sobre la roca para besarla y recoger los pétalos.
«Desde Taybe, en Cisjordania, hemos venido 85 personas para conmemorar el Jueves Santo con los católicos de Jerusalén», dicen Amín y Nihed, dos jóvenes cristianos. En Taybe, celebrarán la Pascua junto a los ortodoxos el primero de mayo. Pero cuando se pregunta por qué es importante para ellos estar este día en la ciudad santa, la respuesta parece simple, evidente: «Porque somos cristianos».
La tarde ha continuado con la procesión hacia San Pedro in Gallicantu, a la luz de la luna llena y de las velas en las manos de los cristianos. Es todo un privilegio poder cantar y rezar todos los años por el camino que recorrió Jesús tras su arresto.
Durante la celebración el patriarca ha lavado los pies a 12 seminaristas, después los sacerdotes han renovado su promesa sacerdotal. Posteriormente, el Patriarca ha bendecido los santos óleos.
Tras la comunión, la impresionante procesión de los sacerdotes en torno a la tumba vacía de Cristo ha sido para ellos un momento fuerte.
En la basílica de la Resurrección, algunos fieles locales y unos pocos peregrinos se han unido, compartiendo este intenso momento donde el Viviente anuncia ya su victoria sobre la muerte.
El Triduo Pascual ha empezado.
Después, cuando la llave de la basílica ha sido entregada simbólicamente al vicario custodial, fray Dobromir Jasztal, los seminaristas han permanecido en oración delante del Santísimo Sacramento, en la tumba vacía.
En el Cenáculo, lavatorio de los pies a los niños de Jerusalén
En el mismo momento, algunos frailes franciscanos, acompañados de peregrinos y familias cristianas venidas de la ciudad vieja, partían en peregrinación hacia el Cenáculo.
En el lugar, la lectura del lavatorio de los pies se ha hecho en árabe. El padre custodio, fray Pierbattista Pizzaballa, repitiendo los gestos que el Salvador hizo precisamente aquí, ha lavado, de rodillas, los pies a doce niños del a parroquia latina de Jerusalén. La sala estaba extrallena, porque los niños habían llegado hacía tiempo con el padre Firás Hiyazin, el párroco, así como con otros muchos peregrinos.
«Estoy muy contento», confiesa Isa, de diez años, uno de los doce niños; «¡Yo también!», añade Daniel rápidamente mientras se prepara para hacerse un selfie con sus compañeros.
Desde el Cenáculo, todos se han dirigido hacia los armenios. La tradición prevé dos estaciones de oración: la primera en la catedral de Santiago, restaurada recientemente, y la segunda en la iglesia de San Miguel Arcángel. Fray Artemio Vítores ha recordado el vínculo que une a los franciscanos con la comunidad armenia, que les acogió en primer lugar después de su expulsión del Cenáculo en 1551.
El cortejo ha partido después para la iglesia siríaca de San Marcos, donde han hecho la última estación de oración. Pero las celebraciones del Jueves Santo en Jerusalén todavía no han terminado.
Hora santa en Getsemaní
La jornada ha proseguido en la basílica de Getsemaní con la tradicional hora santa, grabada y retransmitida en directo por el Christian Media Center (http://cmc-terrasanta.com). Cristianos locales y de todo el mundo se han reunido para «velar y orar» una hora con Jesús, en la vigilia de su Pasión. El custodio ha comenzado cubriendo la roca de la agonía, que se encuentra delante del altar, con pétalos de rosas rojas que recuerdan las gotas de sangre que sudó Cristo la noche de su agonía en este mismo huerto de los Olivos donde se encuentra hoy la basílica. Con solicitud y devoción, los fieles, al final de la oración, se han inclinado sobre la roca para besarla y recoger los pétalos.
«Desde Taybe, en Cisjordania, hemos venido 85 personas para conmemorar el Jueves Santo con los católicos de Jerusalén», dicen Amín y Nihed, dos jóvenes cristianos. En Taybe, celebrarán la Pascua junto a los ortodoxos el primero de mayo. Pero cuando se pregunta por qué es importante para ellos estar este día en la ciudad santa, la respuesta parece simple, evidente: «Porque somos cristianos».
La tarde ha continuado con la procesión hacia San Pedro in Gallicantu, a la luz de la luna llena y de las velas en las manos de los cristianos. Es todo un privilegio poder cantar y rezar todos los años por el camino que recorrió Jesús tras su arresto.