Los franciscanos, en peregrinación a la «casa de Jesús» | Custodia Terrae Sanctae

Los franciscanos, en peregrinación a la «casa de Jesús»

El sábado 11 de octubre los franciscanos de Tierra Santa se han dirigido en peregrinación a Cafarnaún, a orillas del lago de Tiberíades. El lugar, célebre por aparecer en muchos episodios evangélicos, ha permitido vivir a los numerosos peregrinos un tiempo de reconciliación y oración, antes de celebrar la misa solemne no muy lejos de la casa de Pedro. «Subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad» (Mt 9,1). En el Evangelio, en distintas ocasiones, la ciudad de Cafarnaún ocupa un lugar destacado en las enseñanzas del Mesías, y este es el significado de la peregrinación organizada por los hermanos menores este sábado 11 de octubre: mantener viva la memoria del Salvador, que aquí realizó numerosos milagros (curación de un endemoniado, de la suegra de Pedro, la multiplicación de los panes, la tempestad calmada...) y expuso una buena parte de su enseñanza (discurso sobre el pan de vida, llamada de los apóstoles, primado de Pedro, etc).
Tras un tiempo dedicado al sacramento de la reconciliación y a la oración personal a orillas del lago de Tiberíades, los peregrinos se han reunido para celebrar la misa, presidida por el custodio de Tierra Santa en presencia de muchos sacerdotes. La celebración comenzó con la lectura del Evangelio: la llamada de los apóstoles a orillas del lago. El clero y los fieles fueron en procesión alrededor de la iglesia, acompañados de los cantos del coro de la Custodia. Después, la misa se celebró en árabe, a orillas del lago, al aire libre. La homilía, también en árabe, la pronunció el párroco de Nazaret, fray Amyad Sabara, que ha comparado la situación actual de Oriente Medio con distintos episodios evangélicos ocurridos en Cafarnaún. «Puesto que Jesús está en la barca de nuestra vida, debemos solo velar con Él. Esto significa creer en Él en los momentos de cansancio, de dificultad. En este tiempo en el que se cree que el mal es más fuerte que el bien, tenemos necesidad de la fuerza de la Eucaristía», ha recordado el sacerdote. «Solo con nuestras fuerzas no podemos hacer nada, pero con la fuerza de Dios todo es posible».
Tras la bendición solemne, el padre Pizzaballa ha cumplido con el tradicional rito de la bendición de la cosecha, antes de distribuir estos dones a los fieles.
En cuanto a la asistencia, un fraile franciscano nos dice que «los peregrinos vienen desde distintas ciudades. Los autobuses vienen desde Jerusalén, Belén, Nazaret y muchas otras ciudades de Galilea». Esta es una de las razones por las que esta peregrinación es bastante reciente (poco más de cuatro años). El lugar se adhirió a la lista de «estaciones franciscanas» tras la construcción de la nueva iglesia.
A orillas del lago Tiberíades, en el siglo V, se construyó una basílica bizantina, pero el lugar, durante mucho tiempo, estuvo abandonado, sin presencia cristiana significativa. La Custodia de Tierra Santa compró el terreno a finales del s. XIX, cuando se descubrieron los restos de la sinagoga en la que Cristo estuvo enseñando. Durante los años sesenta se llevaron a cabo importantes excavaciones arqueológicas. En esa ocasión un fraile franciscano, fray Virgilio Corbo, descubrió la casa de Simón Pedro, sobre la que está construida la iglesia actual. El sitio, cercano al lago de Tiberíades, está a algunos kilómetros del monte de las Bienaventuranzas, donde Cristo pronunció su «discurso de la montaña».
Es, por tanto, un lugar especialmente importante para acercarse en peregrinación. La belleza de los alrededores permite imaginarse a Cristo ensenando. Es sorprendente sentirse rodeado del misterio que supone la celebración de la eucaristía en el mismo lugar en el que el Mesías dijo: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás [...]. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna» (Cfr. Jn 6,16-71).
Fieles a la tradición franciscana, frailes y peregrinos han concluido la jornada con un almuerzo fraterno compartido en la orilla del lago. Un franciscano recordaba con humor: «Estamos en el lugar en el que Jesús alimentó a la muchedumbre. Es normal que tras la mesa eucarística compartamos el pan cotidiano».

N.K.