Mensaje de Navidad 2012 del Custodio de Tierra Santa | Custodia Terrae Sanctae

Mensaje de Navidad 2012 del Custodio de Tierra Santa

“Consolad, consolad a mi pueblo –dice vuestro Dios-:
hablad al corazón de Jerusalén, gritadle,
que se ha cumplido su servicio
y está pagado su crimen,
pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados”
Isaías 40, 1-2



Jesús le contestó: “En verdad, en verdad te digo:
el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios”
Juan 3,3

Es Navidad. El tiempo en que siempre retorna a nuestra cabeza y a nuestro corazón la pregunta que nos interpela personalmente sobre el significado de aquel nacimiento que -en Belén de Judea- hace 2000 años cambió la historia.
Dejando de lado por un momento la avalancha de bellas palabras y buenos sentimientos que en estos días nos inundan, intentemos preguntarnos seriamente si este nacimiento es capaz aún de conmovernos y hasta qué punto. Durante el Adviento Juan Bautista nos ha presentado a Jesús como el cumplimiento del anuncio profético de la consolación. Él es consolación que se hace carne, que podemos palpar con las manos. Juan proclama que tal consolación ya es, ahora mismo, una certeza, no sólo el anuncio de una liberación futura.
Jesús está aquí, en medio de nosotros, don y presencia de Dios, manifestación visible de su amor por nosotros. Y hoy, como entonces, nos preguntamos si nuestro corazón y nuestra mente han puesto su confianza en esta presencia y en ella encuentran su consuelo.

Un mundo nuevo; el reino de Dios. Para poder acogerlo, para poder contemplarlo, es preciso re-nacer. Pues nada de ello podremos entender, si no nos transformamos en hombres y mujeres nuevos, libres y, por ello, capaces de acoger la novedad.
Dejarse conmover por la Navidad significa ser capaces todavía de renacer y de recomenzar, con confianza, con determinación, con clara conciencia del compromiso que este nuevo nacimiento nos exige. El miedo, la sospecha, la incapacidad para creer que el otro puede cambiar, que yo puedo cambiar, que el consuelo no es mera quimera … todo esto a veces nos supera y paraliza. Es la sombra de la muerte y la esclavitud de satanás.
Pero nosotros pertenecemos a Cristo: por eso queremos gritar, como Juan Bautista, que ha concluido nuestra servidumbre. Y que estamos listos, ansiosos para renacer de nuevo y de lo alto con la fuerza de su amor, con el poder de su Espíritu.
Nuestra comunidades de Tierra Santa, de Siria y del Medio Oriente en general están siendo sometidas a una dura prueba. Las familias, como también las comunidades religiosas, están siendo probadas por guerras, persecuciones, abandonos y soledades. No tenemos los medios materiales necesarios para ayudar a todos y nos sentimos impotentes. Y aún más grave es el sentimiento extendido de desesperanza ante el futuro, las ganas de dejar todo y marcharse, de no creer ya más en nada y en ninguno.
El Libro de la Consolación de Isaías, que alimenta nuestra plegaria en estos días, incluye también los cantos del Siervo Sufriente. Porque consolación y esperanza no impiden sufrimiento y dolor, si bien en todo les quitan su fuerza y poder. La muerte y las destrucciones de estos tiempos no frenan nuestro deseo de vivir y de renacer.
Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado (Lc 2, 15).

Es Navidad: mi mejor deseo y el de los franciscanos de Tierra Santa, para todas las personas que en Tierra Santa viven y para cuantos en cualquier parte del mundo nos acompañan, es no ceder al derrotismo, y dejarse conquistar una vez más por el amor de Dios, por el vivo deseo y la voluntad concreta de volver a empezar, cueste lo que cueste.
Tenemos necesidad de ir a Belén, queremos ir a Belén, para ver lo que nos ha acontecido a todos nosotros: allí hemos renacido, de nuevo se hacen posible en nosotros la sonrisa y la gratuidad.
Feliz Navidad a todos.

Fray Pierbattista Pizzaballa, OFM
Custodio de Tierra Santa