Santa María Magdalena, “apóstol de apóstoles” | Custodia Terrae Sanctae

Santa María Magdalena, “apóstol de apóstoles”

Viernes, 22 de Julio

Íntima y sugestiva ha sido la celebración solemne desarrollada durante la mañana de este 22 de julio en el Santo Sepulcro con ocasión de la fiesta de santa María Magdalena. El padre Noel Muscat ha presidido la eucaristía en el altar dedicado a la aparición de Jesús resucitado a la Magdalena, evento representado en el cuadro de bronce obra del franciscano Andrea Martini que está colocado sobre el altar, y en presencia de numerosos sacerdotes, religiosos, peregrinos y visitantes.

Las lecturas, tomadas del Cantar de los Cantares y de la Segunda Carta del san Pablo a los Corintios, han introducido el sentido de la experiencia extraordinaria de la Magdalena, cuya síntesis más elevada se encuentra en el episodio narrado en el evangelio de san Juan (Jn 20,11-18), es decir, en el encuentro, el diálogo entre el resucitado, ya en la gloria perfecta, y aquella pequeña mujer de Galilea tan desorientada ante el sepulcro vacío. La Magdalena no se nos muestra como un modelo lejano sino como una figura concreta, tangible, cercana en sus pasiones y en su fragilidad, protagonista de una transformación personal revolucionaria hasta el punto de convertirse en la “primera testigo” de la resurrección, apóstol de los apóstoles, como viene llamada en la liturgia bizantina, la depositaria de un tesoro místico que nace de la resurrección.

“Al igual que san Pablo -subraya el padre Muscat en su homilía-, que vive la experiencia del discípulo que ha conocido sensiblemente a Jesús, aunque sea brevemente, en el camino de Damasco, y que ha pasado después a tener una relación más profunda, mística, que va más allá de la apariencia, así, María Magdalena se encuentra con un Jesús que ya no está muerto sino vivo eternamente. Como san Pablo, el Apóstol de los gentiles, que difunde por doquier el anuncio del Evangelio, así, la Magdalena, en su fervoroso amor por el Maestro, se convierte en el primer testigo del resucitado, la que da la noticia a los Apóstoles”.

Para toda la comunidad franciscana, la figura de María Magdalena asume una importancia particular, como ejemplo de una profunda e íntima conversión del corazón, de un camino penitencial radical. A través de María Magdalena, la tradición franciscana de la vida evangélica penitencial adquiere un significado más completo como estilo de vida que nace de la mutación de amor de quien se ha encontrado y reconocido en Alguien. Desde el lugar del Santo Sepulcro de Cristo, el mensaje revolucionario de la resurrección se difunde por todo el mundo, gracias a este estilo de vida penitencial del que la Magdalena se ha convertido en el mejor ejemplo.

Para todos, la experiencia de la Magdalena representa el camino de la plena humanización, la experiencia de una mujer que alcanza los límites más sublimes de la amistad y del amor, liberando lo que empuja a la persona hacia lo alto y que constituye la vocación auténtica en el despertar de la experiencia humana. “Que lo que en nosotros es bajo vaya hacia lo bajo, para que lo que es alto pueda ir hacia lo alto”, escribe Simone Weil. Y María Magdalena es verdaderamente el ejemplo de una auténtica educación para la ascesis, de una búsqueda profunda, de un espíritu apasionado que, en el encuentro y en el “diálogo de vida” con Jesús, se alimenta en las fuentes de la ternura y de la responsabilidad. Y así, la ternura y la discreción de la Magdalena, con su respetuosa pregunta y su delicado e intenso afecto, encuentra la ternura y la com-pasión de Jesús, que son el aspecto más escondido, silencioso y precioso del amor, son la participación en el mismo divino amor. Dios y el ser humano se encuentran, por tanto, más allá del sufrimiento y a través de él, a través de la grandeza del amor del Cristo sufriente y resucitado que da sentido, fuerza y pureza. “A través de esta milagrosa dimensión -sigue diciendo Simone Weil-, el alma, sin dejar un momento el lugar y el instante en que se encuentra el cuerpo al que está abrazada, puede atravesar la totalidad del espacio y del tiempo y llegar a la presencia misma de Dios”. No están muy lejos las palabras de san Pablo, cuando dice: “Arraigaos y cimentaos en el amor para que podáis comprender con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” (Ef 3,17-19).
Esta es la aventura del amor de Dios que hace nuevas todas las cosas.



Texto de Caterina Foppa Pedretti
Fotos de Marie Armelle Beaulieu