«Es una fiesta que habla de un camino, de un saludo y de una alegría profunda que se convierte en júbilo». El Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton hablaba así de la solemnidad de la Visitación, celebrada en Ein Karem el 31 de mayo. En el santuario dedicado precisamente al episodio del encuentro entre María y su prima Isabel, los frailes de la Custodia y los numerosos peregrinos celebraban la fiesta. Durante la misa, 9 seminaristas actuaron como lectores y otros 13 como acólitos. Para los seminaristas de la Custodia de Tierra Santa es costumbre, de hecho, que durante el primer año de sus estudios de Filosofía reciban el lectorado y después del segundo el acolitado.
«No olvidéis nunca que vivir nuestra vocación y recibir nuestro ministerio significa ponerse en camino con rapidez, como María, - decía fray Patton - para compartir lo que Dios nos ha regalado, para ponernos al servicio del misterioso proyecto de Dios y de nuestros hermanos y hermanas. El Custodio recordaba que el servicio está antes que las necesidades y las exigencias individuales de los frailes. A continuación, se centraba en el saludo entre María e Isabel: «Es un saludo que va más allá: contiene toda la fuerza de la voluntad de Dios para nosotros. Una fuerza de reconciliación, de renovación, de plenitud de vida, que Dios realiza a través de su hijo Jesús».
Antes de la bendición, acompañados por las letanías lauretanas, todos se dirigían en procesión a la cripta de la Visitación, la iglesia situada debajo de aquella donde se había celebrado la misa. El texto evangélico de la Visitación de María resonaba entre los muros, seguido del canto del Magnificat. «El padre Custodio ha dicho que estamos en camino y el camino que tenemos por delante aún es largo – afirmaba en la clausura el superior de la fraternidad fray Wladsylaw Brzezinski -. Hoy muchos frailes han recibido nuevos ministerios: todos estamos llamados a imitar a María con la gracia, la oración y la fidelidad».
Fray Marco, recién nombrado lector, comentaba: «El Señor dice: “quien no es fiel en lo poco tampoco es fiel en lo mucho”, por eso, antes de llegar a un ministerio importante como el presbiterio, está bien vivir estos pequeños pasos, para hacer lo mismo en las cosas grandes que se nos requerirán».
«Es un servicio que nos ayuda a prepararnos para el sacerdocio – decía, por su parte, fray Michael, nuevo acólito -. Nos veréis servir en el altar en las próximas celebraciones en los Santos Lugares».
Tras la misa, se sirvió un pequeño refrigerio en el soleado espacio delante de la cripta y, después, el Custodio y los frailes se quedaron a comer con la fraternidad de la Visitación y de los conventos vecinos de San Juan Bautista y San Juan del desierto.
La Virgen María fue también el centro en las oraciones de la tarde. Como es costumbre el último día de mayo, mes mariano, una estatua de la Virgen era llevada en procesión por la ciudad vieja de Jerusalén. La estatua se encontraba en el convento de San Salvador, en cuyo patio esperaba desde por la mañana. Después del almuerzo en el refectorio, los frailes franciscanos más jóvenes llevaban un ramo de flores a María, según la tradición de la Custodia. Tras la concurrida misa de las 17:00, una asamblea de parroquianos y devotos a la Virgen acompañaba la salida de la estatua. Asistían también el administrador apostólico del patriarcado latino y el Custodio de Tierra Santa.
Por las calles de la ciudad vieja, la Virgen María era llevada a hombros por algunas chicas árabes, rodeadas por los scout de la parroquia. Jóvenes, familias, ancianos, cantaban juntos a María, ondeaban pequeñas banderas entregadas por los scout y rezaban con fe a la madre de Dios y madre nuestra. Las niñas, vestidas para la ocasión con velos en la cabeza, como la Virgen, sonreían, y los cristianos de Jerusalén se regocijaban.
Beatrice Guarrera