En el Cenáculo, como los discípulos, en la fiesta de Pentecostés | Custodia Terrae Sanctae

En el Cenáculo, como los discípulos, en la fiesta de Pentecostés

Es Pentecostés y en Jerusalén, más que nunca, se repite la historia: hombres de todas partes del mundo, en muchas lenguas, anuncian con alegría al Señor. Igual que los discípulos reunidos en oración recibieron el Espíritu Santo, así, durante la celebración en Jerusalén, los discípulos de hoy de todo el mundo han pedido la venida del mismo Espíritu. Para festejar esta solemnidad los frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa han celebrado una misa por la mañana en la iglesia de San Salvador y después se han dirigido al Cenáculo por la tarde para las segundas vísperas.
Desde que los frailes no pueden celebrar misa en el Cenáculo, San Salvador es el lugar designado para hacerlo. El día de Pentecostés también era la fiesta de la parroquia de San Salvador y, por tanto, ha sido el párroco, fray Nerwan Al-Banna, quien ha pronunciado la homilía: «Para nosotros, los habitantes de Jerusalén y de esta parroquia, Pentecostés significa mucho: con la venida del Espíritu Santo, justo aquí, en Jerusalén nació la Iglesia».

El Custodio de Tierra Santa fray Francesco Patton presidía la ceremonia. «La fiesta de hoy es el cumplimiento de la Pascua – afirmaba el Custodio -. Si en don del Espíritu Santo, no seríamos cristianos vivos, sino muertos. El Espíritu se llama así, precisamente porque es el mismo aliento de Dios que se nos da, cuando Jesús sopla sobre nosotros». El coro de la Custodia de Tierra Santa entonaba en latín la secuencia de Pentecostés para invocar la venida del Espíritu.
En la iglesia de San Salvador, la participación en la celebración y en el posterior refrigerio era numerosa. Entre los aplausos de los parroquianos, el Custodio de Tierra Santa y el párroco cortaron la tarta en la concurrida sala de la Inmaculada.

A primera hora de la tarde, una procesión partía del convento de San Salvador para llegar al lugar donde ocurrió Pentecostés: el Cenáculo. Escoltados por la policía israelí, los franciscanos hacían su entrada en el santo lugar en el monte Sion entre una multitud de peregrinos de todas partes del mundo. Justo allí, en la “sala del descenso del Espíritu Santo”, se celebraba la memoria de aquel momento. «En este día de Pentecostés, en este lugar donde por primera vez el Espíritu descendió sobre los apóstoles reunidos en oración junto con la Virgen María, es importante que invoquemos un nuevo Espíritu sobre la Iglesia y sobre la humanidad, sobre cada uno de nosotros y sobre cada criatura, sobre esta Tierra Santa y sobre todas las naciones que necesitan paz y reconciliación». Así decía el Custodio de Tierra Santa hablando en inglés a todos los presentes en el Cenáculo. «Ven, Espíritu Santo», cantaban los frailes, a los que se unía toda la asamblea. En el aire espeso por el calor, el perfume del santo oleo esparcido por el Custodio llenaba el atestado Cenáculo.

«Vengo de la India, pero trabajo en Jerusalén – decía una mujer -. Hoy quiero pedir el Espíritu Santo para afrontar mis dificultades diarias. Sé que el Espíritu me ayudará». «Estoy contento de haber venido en peregrinación a Tierra Santa precisamente con ocasión de esta fiesta», exclamaba lleno de alegría un peregrino polaco. Paloma, una religiosa española, decía: «Invoco hoy aquí al Espíritu Santo y especialmente el don de la fortaleza, para poder vencer las tentaciones de cada día». En el Cenáculo resonaba el Padrenuestro que los fieles proclamaban, cada uno en su propia lengua, como nuevos discípulos de Cristo en oración, esperando el Espíritu Santo.'

Beatrice Guarrera