Cuando hace 800 años los primeros frailes franciscanos llegaron a Tierra Santa, después de Acre y Antioquía probablemente alcanzaron Trípoli. Trípoli, segunda ciudad libanesa por población e importancia, tiene un convento de la Custodia de Tierra Santa que ha vuelto a la actividad hace tan solo unos meses. Desde 1976 ya no había ningún fraile estable en la ciudad libanesa, a causa de la guerra y de muchas dificultades, que llevaron a los superiores franciscanos a tomar la decisión de cerrar el convento. Algunos frailes lo ocupaban por turnos, viniendo desde Harissa y Beirut, y la Terra Santa School seguía funcionando – antes de su clausura hace dos años –. Sin embargo, desde el pasado diciembre, la presencia franciscana en Trípoli ha vuelto con más energía y entusiasmo que nunca. Fray Quirico es el nuevo guardián, que se incorporó oficialmente el 1 de enero de 2017, y fray Pierre Richa es el nuevo colaborador pastoral.
EMPEZAR DE CERO. «Al llegar, encontramos una situación desastrosa – cuenta fray Quirico -. Al principio, tuvimos que tomar posesión de las propiedades, estudiamos los planos». A partir de ahí, comenzaron los trabajos de mantenimiento, eléctricos, reparaciones de la campana mecánica, reestructuración de los edificios y del jardín. Después fue el turno de la parte espiritual. «Empezamos a celebrar de nuevo la misa de los martes para los devotos de San Antonio – explica fray Quirico -. Una tradición que no se seguía de forma regular desde hacía más de cuarenta años, y que hemos relanzado. Ofrecimos espacios para las reuniones de los scout y también para otras actividades». Los frailes de la Custodia trabajan frecuentemente en contextos donde viven pocos cristianos y pocos de rito latino pero, en nombre del espíritu franciscano que les anima, su compromiso es hacia toda la población local.
«Cuando llegué no tenía ni siquiera vino para celebrar misa así que, realmente tuve que empezar todo desde cero», afirma el guardián del convento de Trípoli.
LAS ACTIVIDADES DEL CONVENTO DE TRIPOLI. La gestión de una casa de huéspedes es una de las actividades reiniciadas desde que el convento tiene nueva vida. «Acogemos a todo el que pasa por aquí y también tenemos la vista puesta en los refugiados y los que tienen pocos medios económicos – explica fray Quirico -. Estamos reparando también una sala que servirá para recibir a grandes grupos de jóvenes».
El convento franciscano de Trípoli ha decidido también apostar fuerte por otro campo, el del deporte. Así, los jóvenes tienen la posibilidad de reunirse para practicar baloncesto, voleibol, futbol, judo y, desde este año, también danza y bolos. El juego de los bolos fue introducido por el padre Quirico como una novedad con motivo de la visita del ministro general de la Orden de los Frailes Menores, el pasado abril, junto con el Custodio de Tierra Santa, fray Patton.
A finales de agosto, además, concluyó el campamento de verano de Tierra Santa, que contó con la participación de unos 50 niños de entre 5 y 12 años. Desde el 5 de julio al 26 de agosto, una docena de voluntarios dirigió a los pequeños en diversos juegos y actividades, acompañándoles una vez por semana a una excursión a sitios diferentes. Según fray Quirico, «padres y niños han acabado muy contentos, también con la fiesta final».
DIÁLOGO Y FUTURO. Entre los proyectos futuros está prevista la mejora de las estructuras y de la hospitalidad. En línea con San Francisco, se prevé también el desarrollo de energías limpias en el convento y la creación de grupos franciscanos, como la tercera orden, la JUFRA (juventud franciscana) y los heraldos. Quirico sueña también con tener algún día una piscina, que hará felices a los niños locales, y con comprar un órgano de tubos, que permita albergar al Terra Sancta Organ Festival.
Entre los que frecuentan el convento de los franciscanos no hay muchos latinos. La comunidad cristiana local está compuesta por greco-ortodoxos, maronitas, greco-católicos, sirio-ortodoxos, sirio-católicos y protestantes. El número total debe estar en torno a veinticinco mil, pero no hay datos oficiales. «He intentado crear relaciones con los representantes de las iglesias y algunos me han ayudado mucho al principio», afirma el guardián del convento de Trípoli. La mayoría de los habitantes son de religión musulmana. La primera necesidad que se advierte en estas situaciones la conoce bien fray Quirico: «Donde conviven muchos pueblos y muchas religiones hace falta sobre todo diálogo». Precisamente a eso se ha entregado desde el principio, sabiendo que a veces el sacerdote es para mucha gente un polo de atracción y una referencia para todo.
Debido a la llegada de muchos refugiados, en los últimos años ha habido una explosión demográfica que ha cambiado la sociedad y ha creado muchas dificultades en Trípoli. En el Líbano sufriente por los estragos de las guerras circundantes e internas, los frailes franciscanos están llamados a apoyar a la población local. «¿Qué podemos hacer por los musulmanes? ¿Qué podemos hacer para construir la paz? – se pregunta fray Quirico -. Yo personalmente imagino la paz no como algo que viene impuesto desde arriba, sino como un conjunto de muchas iniciativas. Como una habitación vacía a la que uno llega, coloca un ladrillo y empieza a construir la estancia. Cuando toda la habitación esté cubierta, entonces tendremos paz».
Beatrice Guarrera