Han pasado 800 años desde la llegada de los frailes a Oriente Medio y desde los inicios de esta aventura han cambiado muchas cosas. Sin embargo, no han cambiado el compromiso y la dedicación con los que, desde hace 800 años, los frailes custodian los santos lugares y trabajan a favor de la población local. Por eso, para entender lo que es la Custodia de Tierra Santa actualmente, hay que partir de ellos y de sus historias: vienen de todo el mundo, de países muy diferentes y cada uno de ellos tiene una misión específica
Fray Bahjat Karakach es un fraile sirio de 41 años que desde no hace mucho sirve en el convento de los franciscanos de Damasco, en Siria. Tras años de ausencia, ha encontrado su país completamente cambiado por la guerra. A pesar de las dificultades, cada día está junto a los sirios para darles ayuda material y espiritual.
Comencemos por el principio. ¿Cómo nació tu deseo de convertirte en fraile?
Al principio mi vocación empezó con un encuentro con el Señor cuando tenía 20 años, que me cambió la vida. Marcó un punto de inflexión en mi fe. Sentía la exigencia de responder a esta experiencia, al amor de Dios, no quería guardarlo solo para mí. Después comencé un camino de discernimiento algo complicado, que duró cuatro años y me llevó a la elección definitiva de la consagración. Creo que el Señor dispara a cada uno con una flecha diferente. No creo que se necesite comparar órdenes religiosas para elegir una. La historia de la vocación está entrelazada con nuestra historia personal. Por eso, el hecho de haber crecido con los frailes franciscanos seguramente forma parte del plan del Señor.
¿Cómo conociste la Custodia de Tierra Santa y cuál ha sido tu recorrido vocacional hasta hoy?
La Custodia estaba presente en Siria y por tanto formaba parte de mi realidad. De adolescente, crecí con los frailes franciscanos y mi vocación también creció allí, silenciosamente. Me encontré dentro de esta realidad sin buscarla.
Entré en la Custodia en 2001, realicé mi formación en Italia y después serví a la Custodia en Italia durante 5 años, donde fui maestro de postulantes.
Yo soy sirio, de Alepo, pero para mí este es el segundo año de servicio en mi país.
¿Cuál es tu misión concreta?
En la actualidad soy el guardián y el párroco del convento de la Conversión de San Pablo en Damasco. Aquí estamos cinco frailes distribuidos en tres comunidades, y tenemos dos parroquias y dos santuarios. Mi parroquia es bastante animada y tiene muchas actividades. Además del trabajo estrictamente pastoral con las familias de rito latino, aquí en Damasco hay una realidad ecuménica y por eso nuestra iglesia también es frecuentada por personas de rito oriental. Luego están los scout, el centro de catequesis, un grupo de heraldos (espiritualidad franciscana para los niños), un grupo de discapacitados, un grupo de familias, de mujeres. Es decir, varios grupos que tienen como referencia nuestra iglesia y que nos siguen en su camino espiritual y en sus actividades sociales y laborales.
¿Cómo es tu vida en Siria hoy?
Me marché de Siria en 2000 y he vuelto hace tan solo un año. Sin duda, me he encontrado una realidad muy diferente de la que dejé. La sociedad ha sufrido grandes traumas por los que zonas enteras han cambiado, familias completas han desaparecido porque han emigrado o porque se han desplazado al interior del país.
Las dificultades se encuentran cada día y se ve cómo acechan a la población. Son evidentes las graves consecuencias de la guerra: la desintegración de las familias, la huida de los jóvenes y de los profesionales, la pobreza, la falta de educación, los traumas psicológicos. Nosotros los frailes tratamos de hacer todo lo posible material y espiritualmente. Desde el punto de vista material, desde el inicio de la guerra empezamos a ayudar a las familias cristianas y en el último año hemos extendido estas ayudas humanitarias. Las hemos abierto no solo a nuestras familias de rito latino, sino a todos: los orientales, los musulmanes. Es también un signo de reconciliación.
Todo esto lo hacemos gracias al compromiso de la Asociación Pro Terra Sancta-ATS, que sostiene los proyectos de emergencia . Fui elegido párroco aquí en octubre de 2016, es decir, que no ha pasado mucho tiempo, pero en estos últimos meses hemos sentido la necesidad de sacar adelante proyectos de desarrollo. Es importante no solo la ayuda material, para lo que estamos preparando un proyecto para dar trabajo a algunas personas; como frailes también hemos comenzado hace tres meses un proyecto de apoyo psicológico a los niños traumatizados, a través del juego. Es un proyecto dirigido por especialistas y que dura tres meses. Intentamos también trabajar en el campo de la educación.
¿Qué es lo que impulsa a diario tu misión y tu vida espiritual?
Sin duda, la oración y el contacto con Dios, que me dan fuerza, pero también la comunidad, el trabajo conjunto. Creo mucho en eso. El hecho de compartir las dificultades con los hermanos, pero también las alegrías, ayuda mucho. Precisamente por eso, hemos constituido una comisión y nos reunimos semanalmente para planificar juntos todo lo que hacemos, sobre todo en el área de las ayudas y los proyectos humanitarios. Definitivamente, esto me hace sentir que no estoy solo, porque la soledad es lo más difícil, mientras que trabajar juntos da fuerza a cada uno de nosotros.
¿Cuáles son las principales riquezas y los mayores obstáculos en tu camino como fraile?
Las dificultades personales son readaptarme a una nueva situación, en la que también las relaciones en un contexto de tensión son distintas. La sociedad no es ya la que era. Encuentro dificultades prácticas, incluso simplemente para desplazarme. No es fácil aquí, en una ciudad llena de puestos de control en las calles, entre ciudades. También está la dificultad de mi tiempo, que tengo que dedicar al 80% a la ayuda humanitaria, mientras que el trabajo pastoral y espiritual está un poco descuidado. Querría dar más a nivel espiritual, pero la gente hoy está presionada mucho más por estas necesidades y por tanto también encuentro dificultad en hacer entender qué es la Iglesia. Aunque ofrezca ayuda material y económica, la Iglesia no es solo eso, sino también el lugar donde la comunidad vive y crece junta.
Mis riquezas son la bondad de muchas personas, su ayuda, su fe, su perseverancia, todo lo que veo a mi alrededor. No debemos subestimar la vida diaria donde, a pesar de todas las dificultades de la guerra, hay jóvenes y personas que dan tiempo y energía por el bien de los demás, de la Iglesia. Esto es algo cotidiano, pero no debe ser subestimado por ser ordinario. Si hablamos de actos excepcionales, tengo en mente algunas personas y testimonios. Por ejemplo, tengo amigos en Alepo que antes de la guerra abrieron una escuela para sordomudos. Dedicaron su tiempo, también con muchísimas dificultades, pero tenían la posibilidad de dejarlo todo y marcharse a algún lugar más cómodo. Escogieron quedarse, a pesar de tener hijos pequeños. Así que han arriesgado también la vida de sus hijos. La escuela, aunque está en una zona muy amenazada de Alepo, es la única que queda en la ciudad para los sordomudos. Cada vez que voy, me dan mucho optimismo y energía.
¿Algún mensaje para los jóvenes que están en discernimiento?
En el amor, no hay certezas matemáticas. No se tiene nunca la certeza de tener una vocación concreta. Hace falta saber arriesgar la vida, atraído por una belleza. Yo creo que hay que pensar en la belleza de la vida de fraile y, si esta belleza es suficiente, entonces se puede realmente renunciar a cualquier cosa por ella. Si, por el contrario, el camino se concibe solo como renuncia, duda, sufrimiento, seguramente no es el camino acertado.
N.S. - B.G.