Han pasado 800 años desde la llegada de los frailes a Oriente Medio y desde los inicios de esta aventura han cambiado muchas cosas. Sin embargo, no han cambiado el compromiso y la dedicación con los que, desde hace 800 años, los frailes custodian los santos lugares y trabajan a favor de la población local. Por eso, para entender lo que es la Custodia de Tierra Santa actualmente, hay que partir de ellos y de sus historias: vienen de todo el mundo, de países muy diferentes y cada uno de ellos tiene una misión específica.
Fray Rodrigo Machado Soarez, nacido en 1986, está acabando los estudios de teología y trabaja en la Custodia como ayudante ceremoniero en las celebraciones. Brasileño, será ordenado sacerdote en Brasil a finales de agosto.
Empecemos por el principio. ¿Cómo decidiste hacerte fraile? Parece raro decirlo, pero me hice fraile por un espectáculo de teatro. A los diez años ya tenía vocación, era monaguillo y mi familia era católica pero no practicante. Mi tía, sin embargo, era muy practicante y me llevaba a catequesis y a la iglesia.
Un día decidió reorganizar nuestra pequeña capilla y encontró una estatua de un hombre vestido de marrón, con llagas y una capucha. Me pareció tan bella que quise quedármela. Mi tía me explicó que era San Francisco, que podía rezarle y él me ayudaría.
A los 12 años ya sentía la vocación pero rechazaba ir a las reuniones cuando veía que a los sacerdotes los mandaban a Filipinas: no quería estar lejos de mi casa y de mi madre. Entonces, durante los años de escuela, siempre hice teatro: era un mundo que me fascinaba. Asistí a un curso de sastrería en una obra social y allí un día un cura me pidió poner en escena un espectáculo por Navidad. Fui a casa de mi tía que me recordó la historia de San Francisco. Necesitaba un hábito para la obra de teatro y una amiga me habló de los franciscanos que vivían cerca de casa. Me acerqué allí y su modo sencillo de vida me impresionó mucho. Un fraile se dio cuenta y me dio textos sobre San Francisco. Leí todo y, al final, me dije que yo también quería ser así.
¿Cuál ha sido el recorrido de tu vocación hasta llegar a ser fraile? Me puse en contacto con el animador vocacional de la provincia, pero mi padre estaba en contra de mi elección. Yo insistía, también habló con él el animador vocacional, pero no había nada que hacer. Estaba decidido a marcharme, porque era mi vocación: Dios me llamaba. Finalmente, tras hablar con el sacerdote, aceptó.
Mi proceso formativo comenzó en Brasil, en la provincia de San Francisco. Hice tres años como aspirante, un año de postulante, tres años de filosofía, un año de teología pastoral, donde me incorporé a una parroquia, y finalmente hice la profesión solemne. Después, vine a Tierra Santa para hacer teología. Quería venir a Tierra Santa desde hacía tiempo pero, al principio, mi superior me pidió continuar los estudios en Brasil. Ahora estoy aquí, ya llevo tres años y soy ceremoniero.
¿Cómo conociste la Custodia de Tierra Santa? Porque el animador vocacional de la Custodia vino a Brasil a dar una conferencia. Tras este evento me quedó un fuego en el corazón, el deseo de venir a Tierra Santa. Mi amor por Tierra Santa está ligado a la liturgia.
¿Cuál es tu misión en la Custodia? Soy ayudante ceremoniero, me ocupo también del patrimonio cultural y estoy a cargo de la sacristía. También he sido asistente en los santuarios, tengo experiencia como guía, ayudando a los peregrinos. Sin perder, no obstante, la llamada inicial, es decir, el amor por los santos lugares que trajo aquí a Francisco y a todos los frailes. Ahora voy a estudiar teología todavía durante un año más. Mi vida transcurre entre la escuela y la liturgia. Es una costumbre de la Custodia que los estudiantes ayuden al ceremoniero custodial y así ha sido. Debo escoger a los lectores, a las personas para el ofertorio, etc. Se insiste también mucho en la participación de la comunidad local, de los peregrinos, por eso es difícil. Pero se celebra el misterio de cerca.
¿Cuáles son los obstáculos en tu camino como fraile? La primera dificultad en Tierra Santa es darse cuenta de que no estás en tu país, con tu cultura. La mentalidad es diferente. Yo procedo de una realidad y de una fe muy secularizada. Sin embargo, al venir aquí, me encuentro un mundo “lleno de religión” donde estás marcado desde el nacimiento por tu religión.
La segunda dificultad es el idioma. Yo salí de Brasil sin saber otro idioma. Hoy hablo italiano y el próximo año empezaré a aprender inglés, pero noto la falta de conocimiento de la lengua local. Por ejemplo, llevo la eucaristía a los enfermos, acompañado de las hermanas de la caridad. La persona te espera y quiere oír una palabra, pero tú debes ceñirte al ritual porque no hablas su idioma. Aquí he visto la belleza del encuentro: es otra realidad respecto a la de los santuarios. La gente espera tu presencia y, a través de ti, la de Jesús.
El hecho de vivir en Tierra Santa, ¿ha cambiado tu relación con la religión? Sí. Aquí he vivido una vida monástica durante mi formación, con una estructura regida por la oración. Además, los Santos Lugares son los del Evangelio. Una cosa es leer “el Verbo se hizo carne” donde yo nací. Y otra muy distinta leer en la gruta de la Anunciación el 25 de marzo “Verbum carum factum est”. Eso cambia totalmente la relación con la religión.
¿Tienes algún mensaje para los jóvenes que están en discernimiento vocacional? La vocación es una etapa de descubrimiento. Se debe prestar atención a las preguntas y las respuestas, porque es así como se revela la vocación. Cuando veo a Francisco que mira la cruz y pregunta: “Señor, ¿qué debo hacer?” y la cruz responde: “Ve y reconstruye mi casa que está en ruinas”, veo un mensaje vocacional al que sigue la pregunta: “¿por qué precisamente yo? Esta es la pregunta que cada uno debe hacerse: ¿por qué yo? Cuando miro mi propia vida, siempre ha sido un gran interrogante. He leído la historia de san Francisco y he sentido que algo me inquietaba, que me hablaba. Es como el amor: sabes que estás enamorado cuando escuchas una historia romántica y adquiere sentido en tu vida.
N.S. – B.G.