El 26 de junio de 1973, Mons. Rodolfo Cetoloni, obispo de la diócesis de Grosseto (Italia), fue ordenado sacerdote en Jerusalén. Educado como fraile menor franciscano, el obispo había llegado a la Ciudad Santa dos años antes para completar sus estudios de teología. A partir de ahí nació su fuerte vínculo con la Tierra Santa, que aún hoy permanece desde hace casi cuarenta años. Fue guía de peregrinos, promovió peregrinaciones en su diócesis e iniciativas de hermanamiento con Tierra Santa, hasta incorporarse al consejo de administración de la Fundación Juan Pablo II, que lleva a cabo proyectos en Oriente Medio. Por tercer año consecutivo ha sido elegido como representante de la Conferencia Episcopal italiana para participar en la visita del Holy Land Coordination, la delegación de obispos europeos en Tierra Santa, del 11 al 16 de enero de 2020. Aprovechando esta ocasión, nos ha contado los orígenes de su compromiso por la tierra de Jesús.
¿Cómo comenzó su relación con Tierra Santa?
La primera vez que llegué a Tierra Santa fue en 1971. Decidí partir por curiosidad y ganas de recorrer el mundo. Un compañero de noviciado, que se estaba formando en Tierra Santa, me escribía cartas y esto despertó en mí el deseo de ir, como él. En Jerusalén viví en el convento de la Custodia en San Salvador y estudié en el convento de la Flagelación. Este mundo complejo que, a pesar de los contrastes, convivía, me hizo intuir – y solo después lo entendí – que el mundo no debería ser único en sus expresiones. Podemos estar juntos, nos podemos conocer. Así entré en contacto con el mundo judío y el mundo árabe y con las distintas confesiones cristianas.
¿Cómo vivió su periodo de formación en la Custodia de Tierra Santa?
La internacionalidad de la Custodia de Tierra Santa fue un gran cambio para mí. Éramos unos veinticinco estudiantes de varios países. Fue un periodo decisivo también para mi elección del sacerdocio, fui consagrado el 26 de junio de 1973. Después de la ordenación, decidí volver a Italia, pero un mes después recibí una llamada del padre Michele Piccirillo. Me pidió que guiara en Tierra Santa a un grupo de Milán y así empecé con las peregrinaciones. Creo que son fundamentales, porque permiten entender qué es la Tierra Santa. Las peregrinaciones me han hecho enamorarme mucho más de Tierra Santa.
¿Cuál es su última experiencia de peregrinación?
Ha sido la primera peregrinación en la que he participado sin ser el guía y fue la peregrinación con los jóvenes de mi diócesis del 29 de diciembre al 5 de enero de 2020. El guía era fray Matteo Brenna, comisario de Tierra Santa de la Toscana, al que yo hablé de Tierra Santa por primera vez. He participado con gran satisfacción. Eran treinta y siete jóvenes y he visto en ellos su continua atención y su disposición a recibir el mensaje.
¿Cómo ha visto cambiar las peregrinaciones en estos cuarenta años?
En primer lugar, el número de peregrinaciones ha aumentado y han aumentado los que asisten a los cursos para ser guía. La peregrinación a menudo se incluye dentro de un programa pastoral y también hay un retorno de los intereses bíblicos, de comunidad. Otro cambio que he observado es la relación con las piedras vivas, con los cristianos locales.
Personalmente, viví de forma especial la Segunda Intifada: las diócesis de Toscana eran las únicas que venían en peregrinación. De hecho, de 2002 a 2003 llevé a cabo una campaña titulada “Todos hemos nacido allí”. Después de la ocupación de la basílica hablé con la CEI y, así, la diócesis donde vivía como fraile (entonces era Fiesole), fue encargada de crear oportunidades de peregrinación y de relación con Tierra Santa entre grupos, escuelas y parroquias locales. Viajaba con mucha frecuencia y si una diócesis estaba disponible, buscábamos realidades con las que crear vínculos. Se trataba de encuentros con las comunidades, de la vida de las familias, apoyo a algunas necesidades, desde iglesias para restaurar en Haifa, hasta adopciones a distancia. Las iniciativas iban desde Haifa y Belén, hasta Jericó y las parroquias de la Alta Galilea.
La Iglesia italiana es una iglesia hermana y madre de la de Tierra Santa.
En estos días, usted está en Tierra Santa por la Holy Land Coordination
Sí, represento a la CEI (Conferencia Episcopal Italiana). Es la tercera vez que participo. El aspecto en que profundizamos este año está relacionado con la educación, con visitas a Gaza, Betania y Ramala. Me parece muy interesante, también a la luz del discurso del Papa el 9 de enero al cuerpo diplomático, en el que insiste mucho en romper el manto de silencio sobre algunas realidades como la de Siria. Hace falta sembrar esperanza con realismo y valentía, y que los adultos den un mensaje a los jóvenes para el diálogo y la solidaridad. El contacto entre la Custodia de Tierra Santa y el Patriarcado Latino en este ámbito es importante porque, en este letargo de desconfianza, hay que sembrar esperanza en los jóvenes.
¿Qué puede hacer la Iglesia por la población de Tierra Santa?
La Iglesia ya está haciendo mucho. Sin embargo, es importante no solo hacer beneficencia, sino provocar una visión crítica de las situaciones, un compromiso de las personas por formarse bien. El Patriarca emérito Michel Sabbah hablaba de la vocación de la gente de aquí, de permanecer en esta tierra, para dar testimonio. Necesitan formación y un cristianismo que no sea “étnico”, de pertenencia, sino un cristianismo de fe.
¿Cuál es el lugar que más quiere de Tierra Santa?
Entre los santuarios, la basílica de la Anunciación en Nazaret. En el resto, el desierto.
El desierto, de hecho, es el lugar fundamental para la formación de la experiencia de fe. El silencio, estar en contacto con Dios sin defensas, la soledad pero, al mismo tiempo la necesidad de encontrar a alguien con quien caminar para evitar perderse. Incluso intento siempre dar a los peregrinos tres cuartos de hora de silencio solos, para orar en el desierto, y es importante para ellos.
Nazaret, en cambio, es desde mi experiencia personal el lugar donde se tiene miedo a decir sí, y después se dice sí en una vida muy normal, hecha de cosas inútiles de todos los días durante treinta años. Esto es lo que eligió el Señor.
Cuando me enteré de mi nombramiento como obispo, estaba a punto de partir en peregrinación a Tierra Santa y pensé en elegir un lema como obispo. Un día me encontraba en Nazaret y leí bajo el altar de la iglesia la inscripción Verbum Caro Hic Factum Est. Decidí que mi lema sería Verbum Caro: el hijo de Dios escogió la carne y también una carne “maltrecha” como la mía.
Beatrice Guarrera