Los parroquianos llevan flores y avanzan cantando por las calles de Jerusalén. El 2 de noviembre, día en que se conmemoran los fieles difuntos, se ha celebrado la tradicional procesión hacia los cementerios católicos. Un grupo de frailes franciscanos, fieles, religiosos de varias órdenes y peregrinos ha salido de la iglesia de San Salvador, tras haber participado en la misa de las 8:30, presidida por el párroco fray Nerwan Nasser Al-Banna. A la cabeza de la comitiva, va la cruz llevada por los frailes, flanqueada por dos Kawas (guardias de honor) que golpean el suelo con sus bastones. Desde las callejas tortuosas de la ciudad vieja, lentamente, la procesión ha atravesado varios barrios y ha despertado incluso la curiosidad de los turistas. Muchos fieles llevan consigo ramos de flores para honrar las tumbas de sus seres queridos. Durante el trayecto, se ha alternado el rezo del rosario con cantos, en su mayoría en árabe y con el canto del salmo 50 Miserere mei Deus.
La primera parada de la procesión ha sido en el cementerio de los frailes de la custodia, donde la multitud se ha recogido en oración y el sacerdote ha impartido la bendición con agua bendita e incienso. «Oh Dios, cuyos días no conocen término y cuya misericordia es infinita, recuérdanos siempre lo breve e incierta que es nuestra existencia terrena - ha dicho el párroco de San Salvador ante las tumbas de los frailes -. Que tu espíritu nos guíe en santidad y justicia todos los días de nuestra vida, para que, después de haberte servido en este mundo, en comunión con tu Iglesia, sostenidos por la fe, confortados por la esperanza, unidos en el amor, podamos alcanzar junto a todos nuestros hermanos difuntos la gloria de tu reino». La procesión se ha encaminado después al cementerio de los fieles y allí se ha repetido la misma oración, así como la bendición y el incensado.
Después, los participantes se han dispersado para ir cada uno a las tumbas de sus difuntos enterrados allí. En los lugares de reposo de un hijo, un padre, una hermana, la oración personal y la emoción dominaban, aunque en una atmósfera de esperanza. En una mañana gris y tibia, a las 11 el sol se ha asomado entre las nubes. Sobre algunas lápidas ha comenzado a elevarse el humo del incienso, mientras por las calles del cementerio un grupo de mujeres ofrecían galletas saladas, como es tradición en algunas partes del mundo para conmemorar a los fieles difuntos. Varias personas se han reunido alrededor de la tumba de Oskar Schindler, donde cada piedra que se coloca es la promesa de una oración, según la costumbre hebrea.
Los fieles conservaban en el corazón las palabras de la homilía del P. Nerwan, en la misa de las 8:30. El párroco ha hecho una reflexión sobre el miedo a la muerte y sobre la tristeza, un aspecto humano que es muestra de que el hombre no cree en la resurrección. Sin embargo, son muchos los testimonios de la resurrección: los de Jesús, los de los apóstoles y sus enseñanzas, el Antiguo Testamento y muchos otros. Son precisamente estos testimonios, ha dicho fray Nerwan, los que nos hacen desear más esta resurrección. También ha hablado del Infierno, el Paraíso y el Purgatorio, criticando a aquellos que mantienen que el Purgatorio no existe. Es esencial entender la importancia de enterrar a los muertos, porque los propios cuerpos mortales serán resucitados y verán a Dios. De ahí que el P. Nerwan Nasser Al-Banna Baho haya hecho un llamamiento a la oración por los difuntos para que puedan ser dignos de la resurrección.
Beatrice Guarrera