Corpus Domini: la fiesta en el Santo Sepulcro | Custodia Terrae Sanctae

Corpus Domini: la fiesta en el Santo Sepulcro

El 31 de mayo fue fiesta grande en el Santo Sepulcro. Siguiendo una antigua tradición, la Iglesia de Jerusalén celebró el Corpus Domini, que en la basílica de la Resurrección es una de las solemnidades más importantes. Es la fiesta de la presencia real de Jesucristo en la Ecuaristía, que nos recuerda la importancia de este sacramento y del don de Cristo, ofrecido en sacrificio por nosotros. Esta solemnidad, que era una tradición local en Bélgica en 1247, fue instituida en el calendario litúrgico para la Iglesia universal hace poco menos de 800 años, en 1267, por el papa Urbano IV, en un periodo en el que se ponía totalmente en duda la doctrina de la presencia real de Cristo en la Ecuaristía. Así lo explicó el administrador apostólico del Patriarcado Latino en la homilía de la misa solemne por la fiesta.

Las celebraciones en el Santo Sepulcro habían empezado ya el día anterior. Los frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa, la víspera del Corpus Domini se dirigieron al Patriarcado Latino para invitar al administrador apostólico de Patriarcado Latino a hacer su ingreso solemne en el Santo Sepulcro. Por la tarde celebraron las primeras vísperas de la fiesta delante del santo edículo. Después fue el momento de la procesión diaria en el Santo Sepulcro que se llevó a cabo de forma solemne, con la presencia del Santísimo Sacramento, justo en el lugar donde fue depositado el cuerpo de Cristo, para después resucitar.

A medianoche del 31 de mayo el sonido de las campanas despertó a Jerusalén: anunciaba la oración nocturna con la que los frailes de la Custodia honraban la fiesta del Corpus Domini en el Santo Sepulcro. Pocas horas después, iban de nuevo en procesión para las celebraciones de la mañana. Tras el canto de Laudes matutino tomó la palabra monseñor Hanna Kildani, vicario patriarcal para Israel, que recordó el aniversario de la ordenación de varios sacerdotes presentes. En especial monseñor Kamal Bathish y monseñor Giacinto Boulos Marcuzzo celebraron sus veinticinco años de obispado, mientras que monseñor Bader celebraba el décimo.

«En la solemnidad de hoy leemos el mismo Evangelio que la Iglesia proclama la tarde del Jueves Santo, en recuerdo de la última cena, que nos lleva a los días de la Pasión – decía Pizzaballa en la homilía de la misa -: Jesús ofrece su cuerpo y su sangre, es decir, su vida; la ofrece en un gesto de amor extremo, como signo de alianza, como alimento de salvación, como principio de vida nueva para todos».
El administrador apostólico explicó que la Eucaristía es un don para el que hay que prepararse y lo mismo sirve para los sacerdotes: «Solo después de años de celebración, solo después de haber sentido la alegría inicial, el cansancio y la soledad, pero también el consuelo del ministerio, se puede comprender mejor y “escuchar” con mayor consciencia la grandeza del ministerio que celebramos: en la Eucaristía el amor es alimento verdadero».

La Eucaristía no es solo un gesto ocasional, sino un «modo de estar en la vida tomándola entre las manos, tal como es, para ofrecerla como don, para regalarla y restituirla», continuó afirmando Pizzaballa.
Como en todas las fiestas solemnes, a continuación tuvo lugar una procesión que dio tres vueltas alrededor del edículo del sepulcro de Cristo. Protegido por un baldaquino, monseñor Pizzaballa llevaba en sus manos el Santísimo Sacramento, seguido por los frailes, sacerdotes y fieles. El Tantum Ergo Sacramentum se escuchó tres veces al final de la celebración.

Beatrice Guarrera
31/05/2018