Un alegre parloteo llena las salas de la planta baja del santuario franciscano de Emaús al Qubaybe. Son los niños de la escuela infantil de la Custodia de Tierra Santa que desde 1986 es un punto de referencia para todo el pueblo. En el despacho de dirección se sienta sor Bonifacia, hermana de las misioneras del catecismo de origen filipino, a la que todos llaman Bonny. «Estoy aquí desde hace más de treinta años, desde los tiempos en los que en Emaús estaba la casa de los aspirantes al seminario de la Custodia de Tierra Santa», cuenta. Tres maestras, un maestro asistente para ocasiones concretas y una socióloga que viene dos veces al mes gestionan las actividades. Sor Bonifacia, por su parte, se ocupa de dirigir a los docentes y controlar la escuela. El santuario de Emaús se construyó en el sitio reconocido como aquel donde se apareció Jesús a los dos discípulos en el camino, tras su resurrección. Dos frailes franciscanos custodian el lugar, con la colaboración de las Hermanas del Catecismo, encargadas de la guardería.
La relación entre los frailes, las monjas y la comunidad local es muy buena. «El objetivo de esta escuela infantil ha sido siempre buscar el contacto con los musulmanes y tener buena relación con ellos», explica sor Bonifacia. Actualment la escuela cuenta con 54 niños, todos de familias musulmanas, aunque al comenzar el año eran 64. «Muchos han dejado de venir, como pasa cada año», interviene fray Salem Younis, guardián del santuario de Emaús. Fray Salem es el representante legal de la escuela y colabora diariamente con sor Bonifacia. «En el pueblo existen otras dos guarderías, pero aquí vienen también muchos niños de pueblos vecinos. No tenemos problemas concretos a día de hoy, salvo por el hecho de que siempre estamos necesitados de renovar los materiales y los juguetes para los niños».
La Custodia de Tierra Santa hace posible que la escuela salga adelante, pagando los sueldos de los empleados y ofreciendo los locales situados en una parte del enorme convento de Emaús. Los niños se distribuyen por rangos de edad en tres grandes aulas y también tienen otras estancias a su disposición. Entre los bancos y las sillas en miniatura, los pequeños se mueven desordenadamente, con esa fuerza que caracteriza a los que están empezando a descubrir el mundo día tras día. Cuando llega un invitado, sin embargo, todos se sientan en sus sitios y se ponen serios. «Ahlan wa sahlan marhabten»: la energía de los niños se transforma en un coro de bienvenida cantado a pleno pulmón.
El compromiso de la escuela para educar bien a los pequeños alumnos es diario y pasa sobre todo por el intento de entrar en la mentalidad local y trabajar para combatir el odio. «Enseñamos a nuestras maestras a decir a los niños que son hermanos y que deben amarse los unos a los otros – reivindica enérgicamente sor Bonifacia -. Yo misma les hablo a los niños diciendo: “Debéis quereros porque sois una familia”». Incluso dos de las maestras son de religión musulmana, mientras que la tercera pertenece a la última familia cristiana que queda en Emaús. «Aquí no intentamos enseñar nuestra religión, no hacemos catequesis, pero queremos dar testimonio de amor», explica la directora.
Al sonido de la campana, los gritos de alegría y las carreras hacia la salida con las mochilas a la espalda unen a todos los niños.
Beatrice Guarrera
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