En el salmo que San Francisco compuso para celebrar la Navidad, nos recuerda: “Porque un santísimo niño amado se nos ha dado, y nació por nosotros de camino y fue puesto en un pesebre, porque no tenía lugar en la posada” (S. Francisco, Oficio de la Pasión, Sal XV, 7).
Cada día en Belén, contemplamos el lugar físico, “de camino”, donde Jesús nació de la Virgen María y veneramos a diario el pesebre donde fue acostado. La realidad física de este lugar nos recuerda que el Hijo de Dios quiso compartir verdaderamente nuestra historia y nuestra vida. El misterio de la Encarnación no es un reality show en el que cualquier persona se pone delante de una cámara y finge vivir situaciones reales. Jesús, que es de estirpe real, tuvo que nacer “de camino” porque realmente no encontró acogida ni hospitalidad. Tuvo que nacer “de camino” como ocurre hoy, como un hijo de refugiados, más que como descendiente de linaje real.
Sin embargo, este hecho y esta elección, que en Belén conmemoramos cada día, pero que en todo el mundo revivimos de forma especialmente intensa en Navidad, nos recuerda que el Hijo de Dios toma en serio nuestra condición humana. Jesús se identifica con la condición del que se encuentra “de camino” no por elección sino por necesidad. De camino porque está obligado a buscar un trabajo en otro sitio. De camino porque es empujado a emigrar desde una situación que le discrimina y no le permite vivir con dignidad en su casa. De camino porque un terremoto o una inundación lo han privado de su hogar. De camino porque la guerra le ha arrancado de su país y le ha convertido en refugiado. Es con los que sufren en el camino con quienes se identificó y se identifica aún hoy el Hijo de Dios que nace en Belén, porque él ha nacido “de camino”, porque para él no hay lugar allí donde normalmente vivimos y encontramos nuestro sitio.
Este niño, sin embargo, nos recuerda San Francisco evocando las palabras del Evangelio y de la liturgia, se nos ha dado, y nació por nosotros. Nosotros también podemos encontrarnos sin nada en el camino, pero si hemos recibido este don, nuestra vida es plena. Jesús es el verdadero regalo que tenemos que esperar. Jesús es el único don que nos puede llenar el corazón. Jesús es el don que colma nuestra vida. Y sin este don, todo lo que tenemos nos servirá solamente para sobrevivir, pero no para vivir de modo pleno y auténtico.
Y es para nosotros: Pro nobis dice el texto latino, haciéndonos vislumbrar que toda la vida de este niño será una vida “para nosotros”. Una vida de la que recibiremos el mayor beneficio: la salvación, la posibilidad de convertirnos junto con él en hijos del mismo Dios Padre, la posibilidad de participar en la plenitud de vida y de felicidad que es la vida divina.
Él nació por nosotros “de camino”, se nos ha dado “de camino”, y se convierte para nosotros en camino hacia la vida, hacia la felicidad y hacia la plenitud del amor. Contemplamos el pesebre en la gruta de Belén y ya vemos en perspectiva el Gólgota y la cruz, donde verdaderamente entenderemos qué quiere decir que el niño “nació por nosotros”.
Deseo a todos, en mi nombre y el de los franciscanos de Tierra Santa, que manifiesten emoción no sólo delante del niño del pesebre, sino ante cada niño de carne y hueso que tiende los brazos hacia nosotros y nos pide ser acogido. En ese niño, podemos ver lo pequeño que se ha hecho el Hijo de Dios por nosotros. Realmente y no en sentido metafórico.
Deseo a todos, sobre todo a los que sienten estar “de camino”, en situaciones de fragilidad y vulnerabilidad, que se sientan cobijados bajo la mirada maternal y atenta de la Virgen María, junto con la presencia vigilante y cuidadosa de San José.
Por último, deseo a todos que busquen pasar de la emoción a la acción, para poder reconocer al Hijo de Dios que sigue pidiendo ser acogido “de camino” y que aún hoy corre el riesgo de no encontrar sitio entre nosotros y de tener que refugiarse en otro lugar.
Feliz Navidad a cada uno de ustedes y a sus familias y comunidades.
Fr. Francesco Patton, ofm
Custodio de Terra Santa