El domingo 18 de septiembre, la comunidad cristiana, reunida en San Salvador en torno a las religiosas misioneras presentes en Palestina y Jerusalén, han celebrado una misa de acción de gracias por la canonización de su fundadora, santa Teresa de Calcuta, ocurrida en Roma el pasado 4 de septiembre.
Mons. Shomali, obispo auxiliar, ha presidido la celebración junto con el padre custodio, fray Francesco Patton, y una quincena de sacerdotes. Las religiosas, venidas de Belén y Gaza, junto a sus hermanas de Jerusalén, han ocupado las primeras filas, un puesto que raramente ocupan.
Las religiosas de la Madre Teresa, como suelen ser conocidas, añaden una nota de color en Tierra Santa con su sari blanco con el borde azul desde hace más de 40 años. Siempre de dos en dos, van de una casa a otra para socorrer discretamente a los más necesitados: unas veces familias sin recursos que no tienen que comer, otras, enfermos que no pueden desplazarse.
Muchas de ellas son indias, otras vienen de distintos países, pero todas intentan aprender alguna palabra en árabe para hacerse entender en las casas, aunque con frecuencia la caridad basta. Las palabras que más utilizan son: Dios, misa, confesión, comunión, oración... En suma, lo esencial del mensaje evangélico que destilan mientras ofrecen una naranja o una medicina.
En su homilía, Mons. Shomali ha recordado la peregrinación de santa Teresa de Calcuta en 1982. Era entonces estudiante en el Seminario de Beit Yala y la Madre Teresa acababa de recibir el premio Nobel de la Paz. «Le habíamos pedido que nos hablara de su Congregación y sus actividades, pero nos habló solamente de la razón por la que atendía a los pobres y luchaba contra la pobreza; y esta razón es el amor a Jesús, el más pobre de los pobres».
«Seremos juzgados por el amor, nos recuerda la lectura del evangelio de Mateo de la fiesta (Mt 25,30-46) –ha seguido diciendo el predicador-. Santa Teresa vivió este amor toda su vida. Reunía a todos los pobres que encontraba por las calles de Calcuta, sin distinción de religión, para hacerles revivir en los centros que ella creó. En ellos veía a Jesús y la mano de Dios proveía lo necesario. Trabajemos también nosotros como ella trabajó. Amemos a los miembros de nuestras familias, amemos a nuestros vecinos, visitemos a las personas enfermas, demos a los pobres lo que tenemos».
Tras la celebración, la parroquia ha recibido a toda la asamblea en sus locales para dar las gracias a las religiosas misioneras de la Caridad por el ejemplo que dan.
Este mismo día, en Nablus, se ha celebrado también una celebración junto a los padres misioneros de la Caridad, la rama contemplativa de la orden.
En Tierra Santa (Palestina, Jerusalén y Jordania), la religiosas misioneras de la Caridad son unas cuarenta, repartidas en siete casas. En algunas de las casas acogen a personas minusválidas o ancianos, mientras que en las otras se atienden las necesidades de los más pobres, allí donde los encuentran. La casa de Jerusalén es para la comunidad presente en el país un lugar de retiro espiritual para las mismas religiosas.