Los peregrinos de todas las confesiones esperan la apertura de las puertas de la ciudad vieja de Jerusalén. ¿Qué hora es? Las cinco de la mañana. Con cuentagotas, según el orden de la celebración, los fieles son autorizados a entrar y encontrar su camino hacia el Santo Sepulcro por las callejuelas todavía oscuras y tranquilas de la ciudad vieja.
En el Santo Sepulcro, los fieles católicos latinos esperan la vigilia pascual siguiendo con impaciencia el ritmo de los kawas. Los franciscanos, como manda la tradición, guiados por el vicario custodial fray Dobromir Jazstal, acompañan al administrador apostólico monseñor Pierbattista Pizzaballa.
La celebración comienza delante de la piedra de la unción con la bendición del fuego que enciende las velas apagadas de la tumba recién restaurada.
Las lecturas se suceden después del Exultet. Monseñor Pizzaballa proclama el Evangelio de la resurrección en el mismo lugar de la Anástasis, frente a la tumba vacía.
«Desde el Monte de los Olivos a la Ciudad Santa. Del Cenáculo a Getsemaní y de Getsemaní al Calvario y al Sepulcro. Las liturgias de la Ciudad Santa nos hacen correr por toda la ciudad como a los discípulos y las mujeres del sepulcro», así comenzaba su homilía monseñor Pizzaballa, explicando que la palabra proclamada y los signos y símbolos de la celebración nos sitúan frente a la historia de la salvación.
Invitaba a los fieles a releer la historia de la salvación y a interrogarse sobre lo que nos dice hoy, sobre lo que dice a cada uno de nosotros. «Tendríamos que haber comenzado nuestra liturgia en la oscuridad de la noche. La oscuridad en este caso solo podemos imaginarla. Es significativo que haya que comenzar por ahí. Es la oscuridad de nuestro corazón. Es la oscuridad del drama de nuestra existencia, la oscuridad de nuestras preguntas más verdaderas, aquellas que no sabemos ni podemos responder solos: ¿Qué sentido tiene la muerte? ¿Por qué existe el mal? ¿Qué esperanza verdadera hay para nuestra vida? ¿Quién puede darnos la salvación? ¿Qué significa ser redimidos?»
«El Señor ha entrado en la muerte, ha entrado en nuestro “no” y en nuestro pecado; pero como ha entrado lleno de amor, no ha permanecido en ella como un prisionero sino que ha salido vivo – explicaba - […] es como si también nosotros hubiésemos muerto y resucitado con Él […] La Eucaristía – concluía – es esta continua transición hacia una vida nueva, la vida de Dios en nosotros: es una Pascua continua.»
Los fieles intercambiaban felicitaciones de Pascua; entre la multitud, esperando el turno de su celebración, estaban los coptos llegados de Egipto. «No soy digna de celebrar la Pascua aquí en Tierra Santa y todavía menos en el Santo Sepulcro – decía una mujer de unos sesenta años emocionada, envuelta en una mantilla blanca -. Siento una alegría indescriptible y una enorme gracia. Por favor – pedía después – rezad por Egipto.»
«Mi sueño era venir a Tierra Santa, volver a los orígenes, al principio», explica Tamara, llegada de Polonia. «Quería saber cómo vivió Jesús, ver con mis propios ojos cómo son aquí las cosas y cómo se celebra la Pascua en el Santo Sepulcro, y puedo decir que es increíble. ¡Jesús ha resucitado!»
Nizar Halloun