La imagen de la Virgen María atravesada por una espada preside el altar de la Dolorosa. Sus ojos observan a los muchos peregrinos y religiosas presentes, esperando la llegada de los franciscanos. Los dorados mosaicos sobre fondo azul brillan en la Capilla de la Crucifixión. Son las 8 del 7 de abril en el Santo Sepulcro: esta mañana se celebra la solemnidad de Nuestra Señora de los Siete Dolores. El sonido de los bastones de los kawas retumba. No hay sitio para sentarse, la gente permanece en pie. La capilla de los franciscanos está repleta y también la del Calvario, propiedad de los griegos ortodoxos, justo al lado.
Fray Dobromir Jasztal se ha detenido frente al altar de la Dolorosa. Como es tradición, es él, el vicario custodial, el que celebra esta misa. «En las diferentes celebraciones litúrgicas del año es muy difícil encontrar una perícopa del Evangelio tan breve pero al mismo tiempo tan rica en significado y densa en misterio», explicaba fray Dobromir en la homilía, refiriéndose al fragmento del Evangelio de Juan leído esta mañana. «Bajo la cruz de su hijo, María está atrapada en la voluntad del Padre, igual que el Hijo de Dios está clavado en la cruz. María, madre, está presente porque el misterio de la cruz se inicia en el misterio de la encarnación. No puede faltar, ella estaba tanto al inicio como al final de la misión», ha continuado.
Precisamente aquí, en esta capilla del Calvario, se guarda la memoria de la crucifixión. Precisamente aquí la profecía de Simeón a María, trasmitida por el Evangelio de Lucas, se ha hecho realidad: «a ti una espada te traspasará el alma». Así comienzan las solemnidades pascuales. Pero ya se acerca la alegría del Domingo de Ramos.