Nadie puede imaginar la devastación causada por el terremoto, de magnitud 6,7 en la isla de Cos. Se inició hacia la 1:30 de la madrugada del viernes 21 de julio, y fue seguido de 20 temblores durante la noche. Se sintió incluso en Rodas, donde me encontraba cuando ocurrió. El terremoto provocó en el mar una ola de 70 cm que inundó parte del centro histórico. El sábado por la mañana me embarqué en el trasbordador directo a Cos.
De inmediato se veía que la situación era grave. La embarcación no era capaz de atracar en el lugar habitual en el puerto, pues el muelle presentaba una gran grieta pero, finalmente, lo consiguió. Me recibió Sharon Lloyd, una de nuestras feligresas. Juntos comenzamos la visita de reconocimiento con uno de los sacerdotes que nos hizo de anfitrión, el padre Karol de Polonia. Fuimos directamente al hospital para visitar a algunos de los 200 heridos que se estaban recuperando. Muchos de ellos habían sufrido fracturas, y doce habían sido trasladados a grandes centros de traumatología en otras zonas de Grecia.
Un joven turista que, a pesar de todo, estaba muy tranquilo, Joseph, procedente de las islas Feroe (Dinamarca), había llegado a Cos justo el viernes con tres amigos. Esa noche habían salido y, mientras estaban en un bar, les golpeó el terremoto. La pared le cayó encima hiriéndole en la espalda. Le llevamos botellas de agua y se le hizo la boca agua cuando vio una lata de Coca Cola; ¡las cosas sencillas de la vida pueden dar a veces mucha alegría!
Pude comunicarme y traducir para una mujer siria, embarazada, trasladada desde el centro de refugiados. El miedo al terremoto le había provocado una gran conmoción, pero al final todo salió bien.
Desde el hospital nos dirigimos a la bellísima iglesia ortodoxa de San Nicolás, en la plaza central de la ciudad. El muro del santuario se había derrumbado. Allí ofrecimos una oración y después fuimos a visitar la mezquita cercana. El minarete se había caído. Un equipo de televisión se acercó y un cámara se quedó gratamente sorprendido al ver sacerdotes católicos en la mezquita. Le dije que todos somos hijos de Dios y, sobre todo en estas ocasiones, debemos trabajar juntos para llevar consuelo y ayuda a todos, explicándole que raza, color o credo no tienen ninguna importancia.
Mientras recorríamos las calles del centro histórico hacia la iglesia católica de Cos, saludamos a la población local y a los turistas, ofreciéndoles palabras de apoyo y consuelo. Nos encontramos con que la iglesia católica también había sido seriamente dañada. Había enormes grietas de arriba abajo tanto en el interior como en el exterior de la iglesia. La mayor parte de las estatuas y de los cuadros se habían caído y roto. Todos estos objetos podrán repararse. Damos gracias porque los daños personales han sido pocos.
Nos sentamos en silencio para rezar durante unos momentos. Al concentrarme en mis pensamientos, me conmovió el hecho de que, a pesar de toda la destrucción y del miedo, los habitantes de Cos, como ya hicieron durante la crisis de los refugiados, respondieron inmediatamente al nuevo desafío. Acudieron a auxiliar a los millares de turistas arriesgando sus propias vidas. Los servicios de emergencia y los militares comenzaron a evacuar algunos hoteles para garantizar su seguridad y los bares del centro de la ciudad. Llevaron a los heridos al pequeño hospital, donde todos fueron recibidos, mientras que los más graves fueron derivados a otras zonas de Grecia.
Por la mañana, el alcalde, Giorgos Kyritsis, que había trabajado incansablemente durante toda la noche, hizo acordonar los edificios dañados; la mayor parte de los escombros fue retirada rápidamente. Se prepararon otros puntos de atraque en el puerto para recibir a los trasbordadores y los barcos. Por la tarde, los turistas se sentaban tranquilamente y sin miedo en los bares y restaurantes del centro de la ciudad y la vida volvía a la normalidad.
Mientras tanto, la cónsul honoraria británica, la señora Urania, se encontraba en el aeropuerto para consolar y tranquilizar a los turistas que querían volver a casa. Es una mujer valiente, que no dudó en ir de inmediato a Cos para ofrecer ayuda a quien lo necesitara. Nuestro arzobispo de Atenas, S.E. Sebastián, el secretario del nuncio apostólico, el padre Máximo, nuestro padre Custodio, Francesco Patton, de Jerusalén y muchos otros nos llamaron inmediatamente ofreciendo ayuda y apoyo.
La población de Cos es elogiada por su valor y su resistencia. La gente de Cos respondió a la crisis de los refugiados en 2015 y ahora se prepara de nuevo para afrontar este nuevo reto.
Durante la liturgia de este domingo, llamé la atención a los fieles sobre la oración de apertura, que nos habla de fe, esperanza y amor. Y lo que vi en Cos, el sábado, fue precisamente estas tres virtudes puestas realmente en práctica. Los griegos tienen fe; Grecia es aún un país cristiano. Los griegos tienen esperanza, esperan que, a pesar de las dificultades, vendrán tiempos mejores. He visto y veo con mis ojos que ponen en práctica el amor. Aman a dios y se ve claramente que aman a su prójimo. Sí, aman al prójimo como a sí mismos.
¡Bien hecho, habitantes de Cos! ¡Bien hecho, griegos! ¡A pesar de los problemas económicos que afectan a vuestro país, todavía tenéis mucho que enseñar al resto de Europa y del mundo!
p. Luca ofm
Párroco de Rodas y Cos