Fray Ibrahim Alsabagh presenta en Italia su libro “Un instante antes del alba”. El franciscano responsable de la comunidad latina de Alepo y párroco de la iglesia local de San Francisco de Asís ha publicado en Ediciones Tierra Santa la narración de sus últimos dos difíciles años al servicio de la comunidad siria. «En el libro se narran las historias terribles, las experiencias de dolor, la amargura, la desesperación que la gente vive en Alepo debido a la guerra, pero al mismo tiempo, se relata también con hechos la alegría que surge en este ambiente triste – cuenta fray Ibrahim -. Existe la contradicción de hacer una crónica de hechos muy tristes y dolorosos, pero interpretados a la luz de la fe. No se trata de escribir un libro de historia sino de hacer la lectura de un fiel sobre la presencia del Señor en medio de las ruinas de Alepo».
El libro se ha presentado en algunas ciudades de Italia y ha sido recibido con gran interés y participación. Entre otras, en Roma, donde también estaba presente el custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton. «He sentido enseguida una escucha muy profunda, una gran compasión – ha dicho fray Ibrahim – En Oropa las personas no querían ni siquiera marcharse, solo querían seguir escuchando. He contado la situación y las condiciones de vida, la situación política, la guerra y la división de Alepo, las condiciones tan difíciles que impiden que pueda haber vida hoy. Al mismo tiempo, he mostrado nuestra respuesta, que es la respuesta de la caridad. Una caridad que sabe ponerse en contacto con los pobres, mirarles con los ojos – como decía el Papa Francisco – escucharles con los oídos del corazón, estar dispuestos para intervenir como el buen samaritano con todos los medios posibles, para salir al encuentro de sus carencias y sus necesidades primarias».
Fray Ibrahim conoce muy bien la situación política actual de Alepo: «Hemos llegado a la última encrucijada de esta “guerra mundial hecha a trozos”: son las palabras del Papa Francisco sobre Siria y, de forma especial ahora, sobre Alepo. En este momento hay presencia de todas las fuerzas internacionales. Las milicias armadas presentes en la zona este de la ciudad junto con los civiles suman 200 mil personas. Por otro lado, la zona oeste está controlada por el ejército regular y el gobierno de Assad, donde hay un millón doscientos mil habitantes. Las milicias no se rinden, no respetan una tregua, no aceptan la reconciliación ni la reinserción, tal vez por miedo, tal vez por desconfianza hacia el gobierno actual, o por ideas extremistas. Quieren continuar bombardeando a toda costa a los civiles de la zona oeste de la ciudad, para ejercer presión sobre el gobierno y sobre el ejército regular. Por otra parte, el ejército no se rinde, quiere defender a los civiles. Después de tantos intentos de reconciliación, las puertas están cerradas y está a punto de iniciarse una reconquista de todo el territorio de la parte este. No es fácil, porque las armas utilizadas son enormemente destructivas. Seguramente hay civiles por medio, se combate a veces a una distancia de dos metros y estas milicias armadas tienen también armas sofisticadas y continúan lanzando misiles sobre iglesias, sobre casas, sobre hospitales. Se corre el riesgo de que Alepo sufra el mismo final que Homs, una ciudad que se ha convertido en una población fantasma en ruinas. La gente ha tenido que abandonarla. Después de haber luchado hasta el final, las milicias han salido de Homs, pero ya estaba todo destruido, dejando atrás la muerte de miles y miles de personas. Se puede llegar a la triste conclusión de que no hay una vía de salida para el diálogo y el mundo está dividido. La falta de concordia ha llegado a su punto máximo, incluso en los encuentros de la ONU, y es visible a los ojos de todo el mundo. Nosotros advertimos lo que significa el fracaso del diálogo a nivel internacional, la división del mundo en dos bandos que poco a poco se ve más clara, el deterioro de la situación no solo en Siria, porque Siria y Alepo son solo un punto de estas discordias. Existe el peligro de llegar a una guerra sin límites, que no se detiene a las puertas de Alepo sino que afecta a todo el mundo y a todos los países».
¿Qué es lo que impulsa, entonces, al fraile a seguir con esta difícil misión? «Me mueve la caridad – revela fray Ibrahim - , la caridad me da, como dice el salmo 93, la “fuerza de un búfalo”. Como padre, como párroco, ni siquiera yo imaginaba poder darme así y no imaginaba que los frutos recogidos serían tan grandes y tan abundantes. La caridad me ha empujado hasta el final: la caridad del cristiano hacia los más pobres, pero también el corazón del pastor que late por medio del don del sacerdocio». Un don de sí mismo que ha llevado a fray Ibrahim a renunciar a la idea de continuar el doctorado para trasladarse a Alepo, donde es párroco desde la fiesta de Cristo Rey de 2014. El Custodio en ese periodo, Pierbattista Pizzaballa, me dijo “Tenemos necesidades en Siria”. Yo respondí: “Está todo dicho. Si dices que hay necesidades en Siria, yo estoy disponible”. La respuesta me salió de forma espontánea, a pesar de que yo no había estado nunca en Siria, para ningún servicio, ni conocía la situación de vivir en un momento de gran confusión y de guerra».
Pero para fray Ibrahim no ha sido un problema. «Después se han visto todos los frutos de nuestra presencia franciscana – continúa el fraile -. Se han visto los frutos en poder llegar a las necesidades concretas de la gente, en inventar siempre proyectos nuevos con una tremenda fuerza de creatividad, como la amplia distribución de agua de modos diversos, la distribución de paquetes de alimentos a la gente hambrienta, tan numerosa. Frutos en el trabajo y la actuación como sociedad aseguradora médica, al cubrir todos los gastos de las consultas médicas, de los análisis, de las medicinas y de las intervenciones quirúrgicas costosas para todas las personas que llamaban a nuestra puerta; en estar presentes en medio de los escombros y reparar las casas dañadas, que aún ahora corren el peligro de ser destruidas. Tenemos también veintitrés proyectos en curso para servir a nuestra comunidad latina, pero también a todos los cristianos de otras comunidades y a todos aquellos que están a nuestro alrededor, nuestros hermanos musulmanes. Todos los hombres que sufren».
En su libro “Un instante antes del alba”, fray Ibrahim relata todo esto, en una colección de cartas y mensajes para mandar al mundo (como estaba previsto en la idea original del fraile), junto a testimonios y artículos para compartir el sufrimiento, pero también la esperanza. «Sufrimos todo tipo de violencia posible, pero hace falta dar una respuesta que esté a la altura de esta crisis, una respuesta que, para salvar la dignidad del hombre, sea de caridad genuina, creativa, que es el mismo amor de Cristo. Me doy cuenta de que nosotros los franciscanos somos signo de esperanza. Cuando desaparecen todos los signos de esperanza en el camino, entre las casas, en todo Alepo, nosotros estamos llamados a no buscar la esperanza en otro sitio sino a “darnos a nosotros mismos a comer”, como decía Jesús. Es decir, a darnos la esperanza, a reforzar nuestra fe con la presencia concreta, con el sufrimiento compartido y con la entrega total al Señor, mediante la entrega a nuestros hermanos».
En esta Siria martirizada por la guerra, huir parece a veces la única esperanza concreta para sobrevivir. Muchos se preguntan por qué la gente arriesga todo, incluso la vida, con tal de emigrar. Y fray Ibrahim responde: «Cuando falta la electricidad durante años, cuando falta el agua durante semanas cada dos por tres, cuando el 80% de la población no tiene trabajo, el 92% de las familias son pobres, cuando los misiles caen alrededor en mitad de la jornada, en pleno día, en mitad de la noche, sobre las iglesias, los hospitales, las escuelas y las casas, entonces la gente desesperada comienza a huir, dejándolo todo. Se lanza incluso al mar, en manos de los piratas, con tal de escapar de la muerte. Había un joven, por ejemplo, que había decidido escapar y me había informado el día antes de su decisión. No tenía ninguna certeza de alcanzar su meta, Occidente, pero me dijo: “Aquí estoy seguro de que voy a morir, pero escapándome de esta forma, quizá tendré un porcentaje bajo de posibilidades de salvarme. Al menos tendré una oportunidad, aunque sea mínima, de sobrevivir” ».
La presencia franciscana se reconoce en que aporta algo diferente a la gente de Alepo y fray Ibrahim lo vive cotidianamente: «Nosotros los franciscanos vemos al Señor resucitado en estas ruinas de Alepo, la luz de Cristo en medio de la oscuridad. Mientras la gente observa con sabiduría humana y ve que no hay vía de salida, que no hay futuro, nosotros con los ojos de la fe y de la sabiduría divina logramos ver a Cristo resucitado que está presente en medio de su pueblo, que obra todos los días milagros entre nosotros. Nos da el alimento, multiplica los panes y los peces, siempre hay una pesca milagrosa: son los signos de su presencia y de su resurrección entre nosotros en Alepo. Esto nos alegra el corazón y nos da siempre la esperanza de un futuro mejor en el que la guerra y el odio no tendrán la última palabra. La última palabra será la del amor, la de la esperanza, la de la paz».
Beatrice Guarrera