Han pasado 800 años desde la llegada de los frailes a Oriente Medio y desde los inicios de esta aventura han cambiado muchas cosas. Sin embargo, no han cambiado el compromiso y la dedicación con los que, desde hace 800 años, los frailes custodian los santos lugares y trabajan a favor de la población local. Por eso, para entender lo que es la Custodia de Tierra Santa actualmente, hay que partir de ellos y de sus historias: vienen de todo el mundo, de países muy diferentes y cada uno de ellos tiene una misión específica.
Fray Jerzy Kraj vio Jerusalén por primera vez en 1983. Vino a estudiar en el seminario de San Salvador a los veintitrés años. Hoy tiene treinta y un años de sacerdocio a sus espaldas. Se encuentra en Chipre, donde es delegado del Custodio y guardián del convento de Nicosia.
¿Por qué decidiste hacerte fraile?
Me surgió el deseo de convertirme en cura gracias a un sacerdote diocesano que me presentó a un franciscano, rector de un convento cercano a Cracovia, en mi provincia. Mi propuso entrar en su colegio para ver la vida de esos chicos y así empecé el conocimiento de la orden franciscana que abrió mi mente. Recuerdo una bonita frase que me dijo el rector: “Si te haces franciscano, te conviertes en ciudadano del mundo”. Fue providencial porque, en mi experiencia como religioso al servicio de la Custodia durante 30 años, esta expresión me ha servido mucho. También me abrí mucho a la realidad internacional de la Custodia siendo miembro del seminario internacional de Jerusalén, con su composición multicultural, multiétnica y multilingüística. Siempre recordé a este sacerdote que supo intuir e indicarme el camino que estoy contento de haber abrazado.
¿Cómo conociste la Custodia de Tierra Santa?
Oí hablar de ella por primera vez cuando mi formador me propuso venir a estudiar a Jerusalén. No conocía en absoluto la Custodia de Tierra Santa. Después, viviendo en Jerusalén y trabajando en diferentes áreas, viví la verdadera experiencia de Tierra Santa. La inmersión es lo mejor: a los 23 años llegué a Jerusalén y esta inmersión en Tierra Santa me ha formado como franciscano. Me ha abierto a la perspectiva de servir donde el Señor me llama. Después de casi 30 años desde mi estancia como estudiante en Jerusalén en servicios diversos, en 2013 fui enviado a Chipre. Estoy en el exilio de la tierra madre de Jerusalén, pero un exilio que forma parte de la gran historia de nuestra presencia franciscana en Oriente Medio.
¿Cuál es tu misión en Tierra Santa?
Me encargo de la misión franciscana en Chipre. Soy delegado del Custodio para Chipre, donde tenemos tres conventos franciscanos. Soy guardián del de Nicosia y además tenemos la casa de Lanarca y la casa de Limasol. Actualmente somos nueve frailes. Aparte de esto, soy también vicario patriarcal de monseñor Pierbattista Pizzabala para Chipre. Soy ordinario de Chipre con responsabilidad, sobre todo, de los católicos.
Tenemos una enorme comunidad de extranjeros, de estudiantes africanos, filipinos, vietnamitas, etc. Trabajamos tanto para el sur como para el norte, nuestra comunidad está muy mezclada y celebramos en cada parroquia para diferentes grupos lingüísticos. Generalmente, celebramos una vez al mes para los filipinos, los polacos, los indios, los españoles y los ceilandeses en su idioma. A veces hacemos 400 kilómetros un domingo, pero siempre es agradable cuando la gente necesita del servicio de un sacerdote.
¿Cómo se combina tu misión con ser franciscano?
Lo más importante de nuestra elección es ser capaz de ver los aspectos positivos. Digo en broma que estoy en el exilio, esto significa afrontar nuevos retos. Con más de 50 años he tenido que reemprender el estudio de idiomas (inglés, griego) y esto me da la oportunidad de desarrollar mis capacidades y prestar un servicio totalmente distinto. He hecho poca pastoral en el pasado mientras que ahora soy pastor a jornada completa, ya sea en la parroquia o en mi misión como vicario. Esta función es parte de lo que debe ser un franciscano: debe estar allí donde hay necesidad. Somos ciudadanos del mundo pero tenemos que adaptarnos a este mundo y no al contrario. Debemos volver al camino que nos indica el Señor, intentando vivirlo con la mayor alegría y serenidad posible, y haciendo el trabajo que se nos encomienda.
¿Qué es lo que anima diariamente tu misión y tu vida espiritual?
La oración comunitaria y personal es lo que debe guiar y nutrir la misión. La misión es en nombre de nuestro Maestro y, por tanto, requiere de vez en cuando sentarse a sus pies y hablar con él, rezar. Forma parte de nuestra misión cuidar las relaciones humanas. No solo en nuestra fraternidad de franciscanos sino también en la propia Iglesia. También es importante la apertura al diálogo, incluso interreligioso. Este diálogo ecuménico ya existe, porque también formo parte de un grupo de diálogo con los líderes de las iglesias cristianas y el muftí turco.
Vivir en Tierra Santa, ¿ha cambiado tu relación con la religión?
Definitivamente. Vivir en Tierra Santa significa entrar en un diálogo profundo con la experiencia personal de fe, que allí se ha revelado y formado, es decir, no solo en Jesucristo y sus apóstoles, sino también en la Iglesia. Tocando estas piedras, tocamos la experiencia de Dios que se ha revelado y se ha hecho hombre, muerto, resucitado y nos ha dado el Espíritu Santo. En mi opinión, mi experiencia de religioso franciscano se ha enriquecido mucho.
Cuáles son las mayores riquezas y los mayores obstáculos en tu camino como fraile?
Es cierto que no faltan las dificultades, sobre todo con la escasez de personal cualificado en Chipre, con el idioma, con los recursos disponibles.
Sin embargo, una de las mayores alegrías que disfruto tiene que ver con la población, que es sencilla y buena. Debemos tener siempre presente que estamos en un país en el que gran parte de nuestros fieles son extranjeros, pobres, operarios y trabajadores. La gente está feliz de participar y, por eso, aunque somos conscientes de las dificultades, sabemos que la providencia nos ayudará.
¿Algún mensaje para los jóvenes en discernimiento vocacional?
Hacerse fraile es convertirse en ciudadano del mundo. Para quien tiene el corazón abierto a la aventura y siente que quiere amar, amar a Dios y al prójimo, la vida franciscana es la mejor manera de hacerlo. El mundo de hoy necesita sencillez y el papa Francisco es el mayor ejemplo.
N.S. – B.G.