Han pasado 800 años desde la llegada de los frailes a Oriente Medio y desde los inicios de esta aventura han cambiado muchas cosas. Sin embargo, no han cambiado el compromiso y la dedicación con los que, desde hace 800 años, los frailes custodian los santos lugares y trabajan a favor de la población local. Por eso, para entender lo que es la Custodia de Tierra Santa actualmente, hay que partir de ellos y de sus historias.
Fray Valdir Ribeiro Nunes es brasileño, originario de San Paolo, y a sus 56 años ha vivido muchas vidas: ingresó en la orden a los 20 años cuando comenzó su formación y fue misionero en África y Japón. Está en Tierra Santa desde hace solo tres meses y presta el servicio de acogida a los peregrinos que llegan a Ein Karem, al santuario de la Visitación.
Hablemos del comienzo de todo: ¿por qué escogiste hacerte fraile?
Hasta los diecisiete años tenía una novia y pensaba casarme. Un día, sin embargo, fui a una comunidad religiosa para asistir a una misa organizada para rezar por nuevas vocaciones entre los jóvenes. Y allí me pregunté “pero, ¿por qué a otros y no a mí?”. En mi familia nadie antes se había ordenado religioso. Hablé con mi novia y fue difícil. Hice mi camino de discernimiento y después me pregunté dónde ir: quería algo simple.
Un día una amiga me habló de los franciscanos. Entonces fui a uno de sus conventos y me reuní con un fraile. Le pregunté qué hacían los frailes y me respondió, “vivimos el Evangelio y hacemos lo que hay que hacer”. Nunca olvidé aquellas palabras.
¿Cuál ha sido tu recorrido como seminarista y como fraile?
Entré en el seminario y seguí todo el itinerario de formación. Cuando estaba en el último año, el provincial pidió voluntarios para la misión de Angola y para celebrar los 100 años de la provincia. Acepté de inmediato, pero al final, con la guerra en marcha, no pude viajar en ese momento. Por eso, me fui a Roma para estudiar espiritualidad en el Antonianum.
Cuando conseguí ir a Angola, me encontré con la guerra. Una tarde incluso me hirieron con un disparo. Pasé toda la noche herido rezando, esperando auxilio. Creía que había llegado mi última hora. Experimenté realmente lo que significa vivir y morir: morir parece muy fácil pero al mismo tiempo también es difícil.
La vida en Angola era dura y se comía poco. Viví durante años en un contenedor. Estoy muy contento, sin embargo, del trabajo que hice con Cáritas. En la misión pude volver a los principios de la vida franciscana. Permanecí quince años en Angola y después estuve también en Japón y Brasil, hasta llegar a Tierra Santa. He venido aquí porque quería realizar una misión más internacional.
¿Cuál es actualmente tu misión en el santuario de la Visitación?
Mi lugar siempre ha sido ayudar a los demás y hacer lo que hay que hacer. Actualmente trabajo con los peregrinos: hablo con ellos y les regalo una sonrisa. Precisamente en el santuario de la Visitación, donde sirvo, la acogida es muy importante, porque aquí María fue recibida por Isabel.
Mi misión principal aquí es volver a las fuentes de la espiritualidad cristiana haciendo cosas simples como hablar con la gente. Pero para esto, es necesaria una experiencia interior, de otro modo el discurso es tan solo intelectual.
¿Cómo combinas tu misión aquí con ser franciscano?
La experiencia franciscana siempre es una experiencia de encuentro. Un encuentro a veces terrible porque hay muchas tensiones entre las religiones, pero es un reto muy importante. Como franciscanos debemos tener una presencia de paz, de amor. Debemos ser como hermanos que tratan de vivir bien una experiencia de fe distinta de la propia y un conjunto de diferentes tradiciones como un reto. Para nosotros los frailes menores la diversidad no es un problema, como nos enseñó el hermano Francisco: al final, todos somos personas. Esta debe ser la base del diálogo y cuando hay dificultades, debemos volver a nuestras raíces.
¿Qué es lo que anima tu misión y tu vida espiritual?
Ver la fe de la gente. Para venir a nuestro santuario los peregrinos deben subir una cuesta muy dura, pero después llegan y entran en este clima de encuentro, de la experiencia de María e Isabel. Ver cómo viven este momento me ayuda a seguir adelante con mi misión y a realizar bien mi servicio.
La dimensión misionera de la orden es para todos, pero hay diferentes tipos de misión. La mía es una misión de acogida.
¿Cuáles son los obstáculos en tu camino como fraile?
El obstáculo más difícil para mí es el de los idiomas, que son muchos y esenciales para la vida en fraternidad y para vivir en las parroquias. Estoy aquí desde hace poco tiempo pero vivir en una comunidad internacional es lo mejor para mí. La vida con otros es difícil, pero al mismo tiempo enriquece.
¿Cómo es tu relación con San Francisco?
Para los franciscanos es la fuente que enseña cómo vivir el Evangelio: tener un corazón sencillo, cálido, para sentirse conmovidos por la creación. También permite aprender a vivir las dificultades, los desafíos y los sufrimientos como alguien que sabe por qué vive y que un día deberá morir. Morir no es un problema, Francisco nos lo enseña.
¿Qué mensaje darías a los jóvenes que están en momento de discernimiento para que puedan entender mejor su vocación?
A un joven en discernimiento le diría que no tenga miedo de consagrar su vida a Dios en el servicio a la Iglesia. Siempre es una gran oportunidad estar dispuesto a conocer más profundamente este mundo creado por Dios y la vida franciscana nos ofrece esta posibilidad de vivir con intensidad. Abre un camino que lleva al encuentro y a maravillarse ante las diferentes culturas y pueblos. Si los jóvenes tienen este deseo, es un camino muy bello.
N.S. - B.G.